Eso es porque eres: gordo, calvo y feo. Pero si estuviese Cáncer por allí contando sus historias, ya verías como se les abren los ojos y se les ponen los labios color rosa intenso. Con ese parpadeo que parecen aleteos de mariposa. Y la melena, que no tienen manos suficientes para sujetarla que parece eso una cascada a aguas salvajes indomables. El borde del labio superior se les arquea hacia la nariz en una mueca casi imperceptible de coquetería tan sutil que aun en presencia de los progenitores puede lucirse sin peligro. Las mejillas tornan carmín y los ojos brillan furtivamente cuando la timidez les permite alzar la mirada del suelo. Qué bonitas se ponen, si hasta parece que se les redondean las formas, que se ponen más guapas sin saberlo, como una tórtola que se ahueca el plumaje. Y ese aura que se percibe, ese perfume que embriaga, ese aroma que altera las feromonas, limpio, nítido, fresco, sin las impurezas de las pérdidas de orín de sus madres. Ay, cómo les brilla la piel, parecen lacadas. Qué tersura, que tacto tan suave y caliente deben de tener. Y sus vocecitas, que son como cantos de alondra, tan agudos que un buen macho alfa podría oírlos a varios kilómetros en la misma selva. Pero no se hizo la miel para la boca del asno, Caldoset.