El Sr. Antipas era un capo en el ambiente,
derrochaba adrenalina,
se presentaba en Corrientes,
tenía palco en el Colón,
manejaba un convertible,
no escatimaba propinas,
las quimeras imposibles
de otros eran su rutina,
no había nacido la mina
que le dijera que no...
Una mañana de un día cualquiera esperando que el semáforo se pusiera en verde, se pararon a la par dos macarras mazados en un Golf GTI rojo. Miraron al Sr. Antipas y trataron de provocarle dando acelerones, a lo que respondió con una sonrisa de indiferencia y superioridad desde su atalaya de Stuttgart.
El que estaba de copiloto respondió con un:
-te rieh?
-bájate si tienes cojones, a que te quemamos en coche flipao? y blao blao.
El Sr. Antipas que no ha permitido nunca dejarse avasallar en infectas ciénagas realmente conflictivas, menos lo iba a hacer ante unos pimpines en el municipio con la renta per cápita más alta de España. Y en ese momento echando mano al tirador de la puerta se puso el semáforo en verde, así que recordando aquella escena del gran Clint en Gran Torino de:
"Nunca os habéis cruzado con alguien a quien no deberíais haber puteado? Ese soy yo", les invitó a que le siguieran
Les guió con el Golf pegado al culo en actitud intimidatoria hacia el parking de un centro comercial que a esa hora estaba vacío. No llegó ni a detenerse cuando el Golf se le cruzó delante cerrando el paso y salieron los dos como resortes.
El Sr. Antipas se bajó empuñando un recuerdo de Austria que llevaba y poniéndoselo en la boca a uno de ellos. Los toros ya no eran tan bravos, se amansaron cobardeando en tablas. Le pidió que se arrodillase, le temblaba la mandíbula, el otro más pálido que una geisha sólo acertaba a balbucear algo así como "tío, tranqui, lo siento tío, déjanos ir te lo suplico tío, tranqui". Al que estaba arrodillado le pidió que cerrase los ojos y midiendo los tiempos le contó lo de Clint, hasta que el macarra se meó encima para deleite e hilaridad del Sr. Antipas que contemplaba como dos tipos que se creen tan rudos con sus tatoos, sus batidos protéicos y su actitud de Terminator, se arrugaban y achicaban como infantes meones.
Una vez consumada la humillación, el Sr. Antipas descojonándose de ellos les ordenó perderse con la recomendación de que procurasen no volverse a cruzar.
También me contó el Sr. Antipas algún encontronazo con inverso resultado, pero aquí quedaba mejor algo así.