Todo comenzó un lunes por la mañana. Encontrábame yo, como de costumbre, en un perfecto estado de salud (física, que no mental). Todo transcurría sin incidencias, todo indicaba que aquel lunes iba a ser uno más de tantos, hasta que llegué a mi puesto de trabajo. De buenas a primeras, comencé a sentir un leve pero molesto picor en la nariz, a la vez que mis ojos enrojecían y comenzaban a lagrimear. Pasé la mañana estornudando intermitentemente. Mis compañeros (somos muy poquicos en un espacio relativamente grande), sorprendidos ante mi flaqueo, me comentaron que podía estar experimentando una reacción alérgica, que pueden aparecer un buen día así sin más, las hijas de puta. Yo respondí que jamás me había pasado, y me dediqué a examinar la estancia para dar con el posible alérgeno, pero fue inútil, ningún elemento extraño, todo estaba igual que siempre. Las molestias persistieron durante el resto de la jornada laboral, pero era soportable la cosa, así que no le di mayor importancia. Además, nada más salir del trabajo, el malestar desapareció de la misma manera repentina y misteriosa que apareció.
Al día siguiente, se volvió a repetir la misma situación, pero hubo una ligera diferencia. Resulta que aquel día, me tocaba llevar de copiloto a una compañera de vuelta a casa. Fue extraño, durante los 30 sufridos kilómetros entre malotes murcianos y camioneros tarados, estuve estornudando, haciendo muecas, y ni siquiera me era posible esperar hasta los semáforos para eliminar los mocos. ¿Pero qué estaba ocurriendo? ¿El alérgeno se había colado también en mi coche? En fin, que dejé a la mujer en casa, y los mocos y lágrimas cesaron su flujo como por arte de magia. Volvieron a aparecer al día siguiente por la mañana, otra vez al llegar a mi puesto de trabajo. Yo ya me estaba comenzando a mosquear. No paraba de dar vueltas a qué sustancia del demonio podía estar causándome aquel sufrimiento. Pero por muchas vueltas que le diera, no había explicación humanamente posible, aquello no parecía tener sentido.
Pues bien, un día, después del trabajo, me dirigí al Mercadona para adquirir víveres diversos. De repente me encontré rodeada de cajeras, marujas, hombrecicos desaliñados comprando chopped y precocinados varios, parejicas, incluso niños... y para qué fue aquello. Resumiendo, que sólo dejé de estar congestionada al dejar atrás la puerta del dichoso establecimiento. Y entonces lo vi claro: yo estaba siendo víctima de una reacción alérgica al ser humano.
Pero lo peor estaba por llegar. El sábado, y ante la inminente llegada de los exámenes, decidí pasar la tarde-noche en una de esas salas de estudios habilitadas para nerds las 24 horas, lejos de bebidas espirituosas y artilugios infernales con los que efecinquear. Nada más salir a la calle, comencé a percibir un leve picor en la zona nasal, nada comparado con lo que vino a continuación. Abrí la puerta del aula, a tope de futuros levantadores de España, unos centrados en sus apuntes con cara de circunstancias, otros chateando con su portátil, otros pensando que la tía de en frente es una puta por mirar a sus apuntes y no a su persona... bueno, os podéis hacer una idea (los ninis podéis usar la imaginación). Muy bien, procedí a buscar un sitio libre, sacar el correspondiente tocho, ponerme las gafas de pasta... y para qué fue aquello. Los estornudos vinieron en cascada, y los mocos brotaron cual geiser. Varios estudiantes levantaron sus caricas, sorprendidos. Yo me dirigí al meadero, me soné los mocos, me agencié como la mitad de un rollo de papel de culo y volví al aula. En unas tres horas, había terminado de gastar el rollo, por lo que tuve que ir a reponer. Supongo que aquel día fui el centro del pensamiento de muchos hombres.
Pues eso, hijos de puta, que me provocáis alergia. ¿Se puede saber qué sustancia del demoño estáis segregando, para que yo tenga continuamente una pinta de Maripili abandonada por su marido, y no pueda separarme de mi paquete de cleenex?