Bueno, pues ya llevo una semana trabajando al servicio de la patria, a vuestro servicio.
El trayecto al trabajo no es tan farragoso ni arduo como pensaba. Suelo coger asiento, y aprovecho para, bien apretada la cartera, estudiar un poco para mi próxima oposición. Pero nah, creía que iba a tardar mucho más en llegar y apenas me da tiempo a leer algunas páginas.
El metro, es pintoresco, sí. La gente corre demasiado, llevarán prisa supongo. La gente que pide dentro me llama mucho la atención, en mi ciudad lo normal es pedir porque sí, como mucho con algún cartel lastimero y una pierna tullida al descubierto. Ahí piden verdaderos artistas, que me asombra que estén pidiendo en un metro y no en el conservatorio. Que don para la música, que arte cantando. Lo digo completamente en serio. No les doy nada porque soy pobre, pero es que no puedo evitar quedarme asombrado con su arte.
Las veces que he tenido que hacer trasbordo, en contra de lo que yo pensaba y una vez averiguado el tren a coger, ha sido muy rápido, pues la frecuencia de paso del metro es escandalosamente frecuente, cada 5 minutos hay uno. Eso me asombra sobremanera.
El trabajo en sí, me gusta, me gusta bastante. Atiendo a gente, pero no todo el rato, lo que hace que los ratitos que lo hago me distraigan, pero al no ser continuo, no llegue a agobiarme. Todavía no me ha tocado nadie hostil, suelen ir en son de paz y dejan en mis novatas y delicadas manos su destino, confiando en que sepa tramitar correctamente su solicitud y la lleve a buen puerto. Ay, almas cándidas, inocentes ciudadanos. Lo hago lo mejor que puedo, pero todavía no domino muy bien los programas, llevan más cosas de las que pensaba y las casuísticas posibles que pueden converger en el ciudadano son de lo más variopintas. No es meter datos y ya, no, hay que discurrir, cosa que me gusta. El ritmo es asumible, de hecho ralentizo un poco para no terminar demasiado pronto y quedarme mirando a la pared con cara de Bob Esponja.
Los compañeros son amables, bastante gandules, y muy mayores, rondando la cincuentena la mayoría, los 60 otros. Con lo cual, le perdonan fácilmente las ganduleces y los fallos al otro. No he tenido problema ninguno en salir a hacer las gestiones típicas: empadronamientos, papeles de titularidad de suministros con el casero, mi primera visita en la vida al médico privado porque se me ha infectado un padrastro, cosas así. No me han hecho justificarlas, yo traía mi justificante y el encargado lo cogió y me dijo que no era necesario, que confiaba en mi buena fe, y lo tiró a la basura. Wow.
Los almuerzos: oye, pues hay uno solo. Media hora en teoría, pero es flexible. A veces he ido con algún compañero a la cafetería, o a la sala funcionaril privada, a veces me he ido a dar vueltas por la calle para... iba a decir respirar aire puro, pero joder... que aire hay en Madrid, que asco. Se nota la densidad de la contaminación a pie de calle.
He tratado con los compañeros de los temas típicos: composición familiar, lugar de procedencia, forma de ingreso en la administración, gustos gastronómicos y vitivinícolas, tu casa es la mía y lo que necesites.
No he tenido ningún problema con el vecindario ni con el piso. Son gente humilde, tranquila y que no da problemas. Suerte que he tenido también, que ayer estuve viendo el reportaje de los narcopisos y las casas de putas en Madrid y temblaba de alegría de que no me hubiera tocado uno de esos.
Madrid está cerca de mi ciudad y me permite volver los fines de semana. Lo haré solo al principio, pero da gusto volver al hogar.
Todavía no he solucionado el tema de internet y vivo conectándome al pasar por la puerta de los Burguer Kings y wifis abiertas.
En el banco me han regalado un móvil nuevo al llevarles mi flamante, perpetua y dulce nómina. Pché. Mejor que el mío es.