La experiencia que más ha marcado mi vida sucedió en uno de mis primeros viajes en este medio de transporte.
Hacía poco me había sacado mi abono transporte y me dirigía a mi casa en un tren de cercanías despues de mi fatigosa jornada laboral.
Llegando ya a mi estación de destino, en el pequeño descansillo que hay a la entrada de los trenes de dos pisos nos encontrabamos dispuestos para salir un servidor y un tierno ancianito de los de garrotilla y todo. En esto que al simpático vejete le da un golpe de tos, el cual poco a poco va a más, y le provoca que el anciano eche las papas del almuerzo.
Hasta aquí todo más o menos normal. No obstante, cuando parece que había terminado la situación, el vejete se agacha, recoge algo de entre el vomito, lo limpia con el pañuelo y se lo echa a la boca.
Un servidor, completamente desconcertado se le queda mirando al vejete :122 , el cual me sonrie y me doy cuenta de que lo que ha recogido ha sido ni más ni menos que la dentadura postiza.
El tren se detiene, el vejete baja y yo, en estado semicatatónico, a punto estoy de aparecer en la siguiente parada si no llego a reaccionar justo cuando se cerraban las puertas.
Ha sido lo más alucinante que he llegado a ver en un transporte público.