Confiados en el vigor con que volvían a surgir al concierto de los pueblos libres los reinos españoles de la Reconquista, los príncipes católicos no tuvieron temor en dispensar una franca tolerancia a los judíos, siguiendo el ejemplo de Alfonso VII, rey de Castilla y de León, la cual sin embargo a veces se convertía en una protección venal.
Don Jaime el Conquistador (1213-1273), rey de Aragón, adopta una política similar cuando dicta los "Fueros Valencianos", ordenando también que todo cristiano que adopte la fe mosaica será quemado vivo. Desplegando hacia los judíos toda su caridad cristiana, envía a las sinagogas predicadores dominicos y franciscanos instruídos en el hebreo y el árabe, y a instancias del judío converso Fr. Pablo Christá asiste en 1263 y en 1265 a las polémicas que éste sostuvo en Barcelona con los rabinos Moseh ben-Najman y Ben Astruch de Porta, en las que quedó confundido Najman.
Muy tolerante se mostró también con los israelitas don Alfonso XI (1312-1350), rey de Castilla y de León, como comprueban las disposiciones del "Ordenamiento de Alcalá" que expidió.
Don Pedro el Cruel (1350-1369), monarca de Castilla -aliado del Príncipe Negro de Inglaterra-, hombre inmoral que ocasionó grandes disturbios y que castigó con excesivo rigor a los que se sublevaron contra él, no desarrolló una simple política de tolerancia a los judíos, sino que se convirtió en decidido protector de los mismos, movido principalmente por el dinero que le podían facilitar los judíos castellanos, bastante ricos en esa época.
Tras el periodo de tolerancia...
Muy natural fue que al cabo de varios siglos de tolerancia oficial, los judíos de Castilla y otros reinos hayan alcanzado una gran prosperidad; pero el ávido ejercicio del comercio, la usura y los excesos en que incurrían al cobrar los tributos y alcabalas que tenían la costumbre de arrendar a la Corona, siguiendo en esto las huellas de los publicanos de la antigua Judea, había enajenado a Israel la voluntad del pueblo español.
Ya en 1212 los judíos de Toledo habían recogido las primicias de antisemitismo popular, cuando los aldeanos campesinos de Ultrapuertos hicieron matanza entre los israelitas de aquel centro rabínico, habiendo acudido en su defensa los caballeros cristianos de Toledo, pero nada fue esto si se le compara con las matanzas que en 1321 iniciaron los "pastores" de los Pirineos, quienes en número de treinta mil hicieron una "razzia" espantosa en las ciudades del sur de Francia y en las comarcas españolas fronterizas. Irrumpieron en los campos de Navarra, quemaron las aljamas de Tudela y Pamplona, pasando a cuchillo a cuantos judíos encontraban. La caridad cristiana nuevamente contribuyó a detener esta ola, pues el Papa Clemente V excomulgó a los "pastores", el infante de Aragón, don Alfonso, los exterminó.
En 1328 los campesinos de Navarra emprendieron también una cruzada antisemita, incendiando las juderías de Tudela, viena, Estela y otras ciudades, matando a cerca de diez mil judíos. Y en 1360 los campesinos de Castilla, irritados por la protección decidida que don Pedro el Cruel daba a los judíos, hicieron matanza de israelitas en Nájera y en Miranda del Ebro, al amparo de la rebelión encabezada por los hermanos del rey, la cual éste sofocó con gran crueldad.
La gravedad del peligro judío aumentó de tal manera hacia fines del siglo XIV y en el siglo XV, tornando antisemitas no solo a altos funcionarios civiles, sino también a distinguidos miembros del clero, entre los que se destacó Hernán Martínez, arcediano de Ecija y otras personalidades.