Si en algo ha redundado la serie a lo largo de sus seis temporadas ha sido en la dualidad ciencia/fe. Una dualidad que puede no ser tal desde el punto de vista de que las explicaciones se han diseñado para que puedan ser factibles desde la óptica de la ciencia (ficción), desde la mayor parte de las religiones y, también, desde la mitología (religiones del pasado, al fin y al cabo). En lugar de apostar por una sola de estas vertientes, todo misterio en Perdidos puede abordarse –con un mínimo de suspensión de incredulidad– y resolverse desde cualquier óptica. Así, el gran enigma –qué es la isla– podría responderse diciendo que es un centro neurálgico del planeta, una fuente de energía geotérmica y geomagnética en el que agua y magma –los vemos en el capítulo final– generan una radiación con efectos controlables sobre el ser humano y sobre el continuo espacio-tiempo. Y son controlables tanto por mecanismos antiguos –una simple rueda que regula el aflujo de agua a esa cueva– como por estaciones científicas en pleno siglo XX. Todos ellos dispositivos empleados por el hombre para controlar una energía que se expande sobre el planeta en puntos neurálgicos a través de corrientes telúricas que se relacionan entre sí. Una de ellas estaría ubicada en “El Farol”, la estación que la iniciativa Dharma usó para encontrar la isla mediante un dispositivo parecido a un péndulo de Foucault (guiño a Umberto Eco incluido). Otra, en un punto indeterminado del Ártico en el que científicos portugueses detectan una anomalía electromagnética –eco de la explosión de la estación Cisne– al final de la temporada 2.
Pero, desde diversos sistemas creenciales, la isla sería el contenedor del axis mundi, el centro del mundo. Dada la longevidad de la isla, además, y su capacidad para cambiar de situación en el espacio-tiempo, este axis mundi habría dado lugar a todos los sistemas religiosos desde que el mundo es mundo –en base a las teorías difusionistas– y/o habría sido identificado como tal –siguiendo las reglas del mestizaje cultural; tanto monta, monta tanto– por las diversas comunidades que a lo largo de la historia llegaron a la isla. Y es que, si La iniciativa Dharma dejó a su paso pruebas físicas y experimentales en la isla y en el mundo (ese fósil de oso polar con el emblema de la iniciativa que Charlotte encuentra en la temporada 4), la comunidad egipcia tomó el centro de la isla por el Nun y la grecorromana por el Omphalos (la piedra que vemos regulando la fuente de la luz es tremendamente indicativa a este respecto). Una comunidad juedocristiana, seguramente, lo hubiera llamado El árbol de la vida. Y respecto a la isla, unos la llamarían Duat, otros El Paraíso y otros Mu. Aunque que quede claro: la isla no es ni una cosa ni la otra; es todas a la vez, y lo único que nos quedan son las distintas explicaciones –limitadas, incorrectas por aproximadas, parciales– que el ser humano ha generado ante una realidad que se escapa a su raciocinio.
El centro de la isla es por tanto un lugar primordial, retratado en todas la culturas y religiones –y susceptible de ser descrito científicamente, pues si Dios existiera su mediación no se saltaría las propias reglas que le ha impuesto a la creación–, donde la vida nace, muere y renace. ¿Por qué la isla puede trasladarse en el tiempo y el espacio? ¿Por qué se aparecen “fantasmas”? Porque la isla no pertenece a este mundo ni al otro, está anclada a todos los niveles de la realidad y, sin embargo, tiene propiedades de todos ellos. Una noción que tiene sentido tanto para los hombres de ciencia (el tiempo como artefacto perceptivo y nada más; el alma como radiación) como para los hombres de fe (no hay antes, después o durante en la otra vida; el alma como parte de esa luz que a esa luz vuelve). Y el dualismo de los personajes principales no es más que un desequilibrio de esa misma luz que todos contenemos y que, de la misma forma que la de la isla, se puede apagar. Cuando Sayid muere, su “luz” se empieza a apagar, y mediante la inmersión en las aguas puede restaurarse aunque quede, como finalmente acaba ocurriendo, parcialmente desequilibrada. Distinta a como era antes. Y aquí entran las explicaciones de Dogen, limitadas por su condición humana: Dogen tal vez se estuviera refiriendo a ying y yang, el Sr. Eko lo tomó por pecados capitales y virtudes teologales, un hindú o un budista hablaría del Dharma y un egipcio haría referencia a los elementos del ser humano según su mitología (importantísimo repasarlo para comprender las claves de la serie).
¿Me lo invento? No. Claves y pistas para colegir esta mecánica difusionista hay cientos a lo largo de la serie: desde el Senet que la madrastra proporciona a Jacob y a su hermano en el Across the sea hasta la estatua de Taweret que vimos en la finale de la quinta temporada, pasando por la presencia de luz y aguas como elemento primordial, la presencia de la balanza en la cueva de Jacob (ver El juicio de Osiris), los múltiples jeroglíficos y las palabras de Dogen a Sayid poco después de torturarlo. A eso se suma que el faro de Jacob tiene evidentes parecidos con el ojo de Horus (y con el faro de Alejandría) y que el monstruo tiene el aspecto clásico de Apofis (de hecho así aparece en uno de los jeroglíficos que vemos en la serie). Además, tenemos la rueda que controla las fuerzas de la isla, el aspecto de la piedra que vemos en el corazón de la misma o la naturaleza de ese lugar que todos tomamos por una “realidad paralela”. Y aunque habrá quien diga que las similitudes entre los flashsideways y un Purgatorio like son demasiado evidentes hay que hacer constar que la isla es un lugar físico y que los personajes NO están muertos durante la serie; Jack muere al final y entonces –o mientras tanto– suceden los acontecimientos que vemos en los flashsideways. Por otra parte, y siguiendo con esa conciliación ciencia-fe, en los comentarios se ha apuntado que tal vez los flashsideways, provocados por la explosión de Jughead, no sean un limbo/purgatorio sino un fenómeno que se acoja a una de las interpretaciones de la paradoja del gato de Schrödinger; a saber: que ambas posibilidades sean reales hasta que una se decide. Hombre de ciencia, hombre de fe; ambos de la mano.