Que finolis os habéis vuelto los de ciudad. Yo  soy de secano y no cato el marisco ni en navidad, pero más de una vez  he comido carne de guarro sin haber pasado por la prueba de la  triquinosis. El último, o de los últimos, un jabalí que nos encontramos  mi compadre y yo un día que estábamos buscando chatarra por un arroyo y  vimos al bicho pillado por un lazo de furtivo. 
Tardamos nada y menos en matarlo y echarlo a la fragoneta. Un abuelete  se ofreció a descuartizarlo y a la noche siguiente nos dimos un festín  gracias a una vecina de mi compadre que guisó la carne y nos la sirvió  en su parcelita. Con vinito de pitarra de otro vecino, más el abuelete  que le descuartizó, más algún vecino más que se unió a las bodas de  Camacho. 
Las mujeres de algunos no querían comer la carne del jabalí porque no  estaba aún analizada, ellas comieron panceta de esa que venden en  bandejas de poliuretano que al asarlo huele a verraco sin capar. 
He comido gato, por liebre. Y recuerdo de pequeño estar en la parcela y  si mi padre detectaba que alguna gallina se comía los huevos, la  retorcía el pescuezo y nos la comíamos frita con pisto, allí mismo. 
Black Black de charcas que sabían a cieno, después de pescarlos freírlos  en pleno campo. Cangrejos de río que se alimentaban de carroña. 
Y lo último que he comido que me ha dado cagalera, un queso de leche de  cabra artesanal. De la cabra a un cubo con más mierda que el sobaco de  una húngara, de ahí al cincho de esparto, todo ello elaborado con las  manos del pastor y los gérmenes, bacterias y hongos que son los que le  dan el cuajo. La leche colada con un trapo viejo que deja pasar más  pelos de los que quita. Luego los cura en un chiscón que linda con las  cuadras y donde entran los pájaros a hacer los nidos y a cagarlo todo. 
Esta bueno, pero tardas  25 minutos en irte de vareta.