Werther
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- 16 Mar 2004
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Podemos considerar a las mujeres como pertenecientes a uno de estos dos tipos, advirtiendo que pueden aproximarse más o menos a cada uno de ellos: estos tipos son la madre y la puta. Hay mujeres que se acercan más al tipo de la madre y las hay que se aproximan más al de la prostituta, pero en definitiva en todas se hallan ambas posibilidades; la virgen, tan sólo la virgen, repito, no existe. Hay que tener en cuenta que no sólo la mujer que se vende pertenece al tipo de las prostitutas, sino muchas de las llamadas hijas de familia y mujeres casadas. Con seguridad no hay una mujer privada completamente de los instintos de la prostituta ni tampoco existe una mujer privada de todo sentimiento maternal, pero debo aclarar que he encontrado con más frecuencia los grados que se avecinan a la prostitución absoluta que los grados de maternidad sin nigún signo de prostitución.
La esencia del concepto de maternidad se halla en el hecho de que el objeto principal de la vida de la madre consiste en llegar a tener un hijo, mientras que en la prostituta absoluta este fin queda desechado completamente al practicar la cópula. La prostituta absoluta sólo piensa en el hombre; la madre absoluta sólo se preocupa de los hijos. La primera se entrega a cualquier hombre que pueda proporcionarle un placer erótico, la segunda se contenta con cualquier hombre que sea capaz de darle un hijo.
Con frecuencia se oirá decir que la mujer es más fiel que el hombre; pero la fidelidad del hombre es una obligación que él se impone por su libre voluntad y con completa conciencia. En muchas ocasiones faltará a este compromiso que ha contraído consigo mismo, pero siempre sentirá su inconsecuencia. Para la mujer, el adulterio es un juego retozón en el que no interviene el pensamiento de la moralidad, sino tan sólo los motivos de la seguridad y del buen nombre. No hay mujer alguna que en el pensamiento no haya sido infiel a su marido sin que por ello llegue a acusarse a sí misma.
Una mujer en la que domina la prostituta se interesa principalmente por la masculinidad de su hijo, y simpre se halla en una relación sexual con él. Pero como no existe ninguna mujer completamente madre, se aprecia siempre un indicio de relación sexual entre el hijo y la madre, así parece demostrarlo la sensación voluptuosa que experimenta la madre durante la lactancia del hijo.
Las mujeres maternales manifiestan los sentimientos maternales desde muchachas dirigiéndolos hacia el hombre que ama, incluso hacia aquel que más tarde será el padre de sus hijos; en cierto sentido este hombre es ya su hijo. Con la prostituta ocurre lo contrario. Vive su vida sin limitaciones. Cierto que no es tan valerosa como la madre, pero , auqnue cobarde, posee siempre esa condición inseparable de la cobardía, el descaro, y tiene al menos la desvergüenza de su falta de pudor. Dispuesta por naturaleza a la poliandria, y atrayendo siempre mayor número de hombres de los necesarios para fundar una familia, deja libre sus instintos que satisface por mero capricho. Para la madre, el coito es el medio para un fin; la prostituta, en cambio, toma frente a él una posición particular en cuanto aquél constituye el objeto por sí mismo
La esencia del concepto de maternidad se halla en el hecho de que el objeto principal de la vida de la madre consiste en llegar a tener un hijo, mientras que en la prostituta absoluta este fin queda desechado completamente al practicar la cópula. La prostituta absoluta sólo piensa en el hombre; la madre absoluta sólo se preocupa de los hijos. La primera se entrega a cualquier hombre que pueda proporcionarle un placer erótico, la segunda se contenta con cualquier hombre que sea capaz de darle un hijo.
Con frecuencia se oirá decir que la mujer es más fiel que el hombre; pero la fidelidad del hombre es una obligación que él se impone por su libre voluntad y con completa conciencia. En muchas ocasiones faltará a este compromiso que ha contraído consigo mismo, pero siempre sentirá su inconsecuencia. Para la mujer, el adulterio es un juego retozón en el que no interviene el pensamiento de la moralidad, sino tan sólo los motivos de la seguridad y del buen nombre. No hay mujer alguna que en el pensamiento no haya sido infiel a su marido sin que por ello llegue a acusarse a sí misma.
Una mujer en la que domina la prostituta se interesa principalmente por la masculinidad de su hijo, y simpre se halla en una relación sexual con él. Pero como no existe ninguna mujer completamente madre, se aprecia siempre un indicio de relación sexual entre el hijo y la madre, así parece demostrarlo la sensación voluptuosa que experimenta la madre durante la lactancia del hijo.
Las mujeres maternales manifiestan los sentimientos maternales desde muchachas dirigiéndolos hacia el hombre que ama, incluso hacia aquel que más tarde será el padre de sus hijos; en cierto sentido este hombre es ya su hijo. Con la prostituta ocurre lo contrario. Vive su vida sin limitaciones. Cierto que no es tan valerosa como la madre, pero , auqnue cobarde, posee siempre esa condición inseparable de la cobardía, el descaro, y tiene al menos la desvergüenza de su falta de pudor. Dispuesta por naturaleza a la poliandria, y atrayendo siempre mayor número de hombres de los necesarios para fundar una familia, deja libre sus instintos que satisface por mero capricho. Para la madre, el coito es el medio para un fin; la prostituta, en cambio, toma frente a él una posición particular en cuanto aquél constituye el objeto por sí mismo