El problema de Twitter; y de la libertad de expresión en general (una quimera en nuestro país); es que los juicios del que sabe de verdad se equiparan a las opiniones de cualquiera, sin menospreciar a ese cualquiera, lo que conlleva que, el que comprende por dónde está el camino a seguir porque lo ha visto donde fuera, queda ahogado en la zarahúnda del raca raca, del cliché y del pensamiento correcto, y como si alguien supiera lo que es un pensamiento y mucho menos, uno correcto, puesto que todo pensar, de ser mirado con lupa o maña ocular, puede calificarse de falacia, o, hasta a mala leche, desprestigiada la idea inocente por una razón torticera y manipuladora.
Tipos de razón, hay muchos, sin embargo la natural, la que posibilita una cultura, desaparece en el cemento del civilizado razonar neurótico, ese pensamiento que no ha catado el olor de los bosques ni embotellado en una marca de renombre.
Twitter es la defunción de la verdad. A partir de aquí solo queda agarrarse los machos (y ellas las hembras) y capear el temporal esquivando el peligro de vivir en una sociedad tan fiera y violenta, en la que hoza gustosa en el abono de la colectividad que ni sabe ni quiere saber, en la que exhibe una especie de ignorancia orgullosa vistiendo la callada impotencia inconsciente de ver a la vida marcharse muy lejos, y también, cómo no, la malísima ralea de algunos enfermos y vanidosos capaces de vender patrias y matrias por un, 'me gusta'.
¿Quién quiere compañeros de viaje así? Lo mejor, pensar que no existe y obrar en consecuencia, para por lo menos, vivir tranquilo.
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