pulgapedorra rebuznó:
No te desvíes del tema.
Me importa un cojón si una escuela está desfasada o no según tus presupuestos.
Lo mismo se puede decir con neocon, liberal o perroflauta: Todo mofa y befa.
La cuestión no es si ser algo es de befa sino si se puede ser o no.
Hombre, claro, por poder ser, puedes ser templario, hugonote o zarista. Mientras tú te lo creas, los demás se pueden reír todo lo que quieran.
Vamos a ver, no digáis chorradas. La mayor parte del pensamiento filosófico concebido por la humanidad queda desfasado a partir de:
1. El descubrimiento de la evolución.
2. El descubrimiento del inconsciente.
3. Los descubrimientos en neurociencias.
4. Los descubrimientos de la física: relatividad, mecánica cuántica, etc.
Todas las doctrinas filosóficas anteriores a estos descubrimientos deben ser contempladas con reservas.
El error que cometieron los filósofos racionalistas o idealistas (comenzando por Platón, que puso a la Idea en la cúspide de su doctrina filosófica, pasando por Descartes, Hegel, Schopenhauer, etc.) es colocar la idea, el raciocinio, el sujeto cognoscente o la representación en un lugar privilegiado dentro de sus edificios teóricos. El problema de estos pensadores es que no sabían que el pensamiento se genera en un órgano (el cerebro) cuya principal misión no es comprender el universo, sino adaptarse al medio y sobrevivir.
El pensamiento humano no es un ente puro y absoluto por encima de nuestra dimensión corpórea; es un producto concebido por el cerebro, un órgano que ha evolucionado a lo largo de millones de años de manera azarosa y anárquica, a tientas, por mutaciones que se generan al azar, que se perpetúan o extinguen por selección natural y por el método de ensayo-error (las adaptativas perduran y las no adaptativas se extinguen), mutaciones que a lo largo de millones de años fueron dando lugar a nuevas capas cerebrales, circunvoluciones, cisuras, hemisferios, glándulas, excrecencias, neurotransmisores, cortezas; parches neuronales que se iban superponiendo o yuxtaponiendo, nuevas aferencias y eferencias que se iban formando anárquicamente, sin un diseño previo. Después de millones de años, tenemos regiones cerebrales con distintas funciones, pero a menudo con las mismas funciones, circuitos neuronales que se contravienen entre sí, que se estorban entre sí. El cerebro humano es un monstruo de Frankenstein hecho de pedazos, una chapuza evolutiva llena de escisiones y contrasentidos.
Véase por ejemplo:
1. Somos animales bilaterales, con simetría bilateral y con
dos hemisferios cerebrales separados por el cuerpo calloso. Cada hemisferio está especializado en unas funciones, pero a menudo las funciones de los dos hemisferios colisionan y se contradicen entre sí. El cuerpo calloso comunica los dos hemisferios, pero con límites. Tenemos, pues, una
fisura vertical.
2. Además, a lo largo de la evolución, nuestro cerebro ha ido haciéndose más complejo y ha ido acumulando nuevas capas cuyas funciones a menudo son contradictorias entre si. Tenemos un cerebro reptiliano, un cerebro paleo-mamífero y un cerebro racional. Por tanto, ya tenemos nuevas
fisuras cerebrales, en este caso
horizontales. Pero podríamos hablar también de fisuras oblicuas o diagonales: tenemos un encéfalo anterior, que se divide en diencéfalo y telencéfalo, un encéfalo medio (mesencéfalo) y un encéfalo posterior, que se divide en metencéfalo y mielencéfalo, etc.
¿Por qué me refiero a las fisuras cerebrales? Porque
las fisuras cerebrales se reflejan en el pensamiento humano. La escisión de la mente, el dualismo, las dicotomías, la dialéctica, las tesis refutadas por las antítesis, el debate entre racionalistas franceses y empiristas ingleses, la dialéctica hegeliana, la lucha entre el bien y el mal, todo es producto de la mente humana, todo es producto del cerebro humano, un órgano surcado por fisuras y escisiones, verticales y horizontales, un órgano que nos condena a una naturaleza dual, escindida, contradictoria.
Todo el pensamiento de la historia de la humanidad, el dualismo, la dialéctica, las dicotomías, la bipolarización, el bien y el mal, el ser y la nada, dios y el demonio, podría ser ni más ni menos que el producto de las escisiones del cerebro humano.
Aquí caben dos teorías:
1. La dualidad del cerebro humano, su simetría bilateral, sus dos hemisferios, sus diferentes capas, serían un reflejo de la naturaleza también dual y contradictoria del cosmos.
2. El cerebro ha evolucionado siguiendo unas leyes propias ajenas a la naturaleza macrocósmica del universo. Por tanto, tal vez el universo no tenga la naturaleza dual que le atribuimos: no hay un ser que se opone a la nada, no hay fenómeno que se opone al noúmeno, no hay energía oscura que se opone a la gravedad, no hay un bien que se opone al mal, no hay una neguentropía que se opone a la entropía, etc. Es decir, percibimos el universo a través de una mente diplópica (visión doble), pero el universo no es dual. Por tanto, todo el edificio teórico hegeliano basado en la dialéctica sería un espejismo producido por la dualidad del cerebro humano.
¿Cuál de las dos teorías es cierta? Hagan sus apuestas.
Pero volvamos a lo que decíamos: Si Hegel o Schopenhauer hubieran vivido en el siglo XX, a la vista de los descubrimientos en neurociencias y bajo los influjos de las teorías evolucionistas, no habrían tenido la desfachatez de colocar al
Geist, al sujeto cognoscente o a la representación en la cúspide de su sistema filosófico. Pero vamos, eso ni lo dudéis.
Por eso digo que decir que uno es hegeliano o schopenhaueriano en pleno siglo XXI es de gente muy poco leída que no se ha enterado de la misa la mitad. Amén.