Werther
Veterano
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- 16 Mar 2004
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Estaba yo apoyado en el alfeizar de la ventana de mi habitación contemplando el añoso y triste árbol que se yergue impenitente frente a mi casa, mientras escuchaba con fruición la quejosa, triste y bellísima melodía del Actus Tragicus de mi admirado Bach. Es una música que incita a pensar sobre cuestiones trascendentales tales como si la vida tiene un sentido universal o somos nosotros, individualmente, los que tenemos que dársela. Si es esto último, ¡qué gran trabajo nos ha deparado el destino!
Justo cuando estaba reflexionando sobre todo esto, noto una vocecilla que, proveniente de la habitación de mi vecina, me dice –¡Hola!-
Mi vecina es una jovencita harto graciosa y bella, pero con mucha inteligencia y curiosidad. Como es muy hermosa, tiene rendidos a cuantos jóvenes la conocen y por eso se siente la dueña del mundo y aun del universo. Le gusta hablar conmigo y a mí no me importa hacerlo con ella. Es evidente que para mí es una niña y como a tal la trato. La conversación prosigue así:
Al primer hola le contesto yo con otro hola indiferente y aburrido, ella me responde,- me gusta mucho el libro que me dejaste, pero Julián Sorel es como todos los hombres guapos, un idiota-, yo le respondo, -espérate a terminar la obra, seguro que cambias de opinión-, ella dice, - sí, aunque en la realidad todos los hombres guapos son idiotas-. Miro sus vivísimos ojos azules y sus arreboladas mejillas y no puedo contener una leve sonrisa, -¿de qué te ríes?, me pregunta, -de nada- respondo, -entonces no te gusta ningún chico, ¿no?-, -sí, uno, pero no es de mi edad-. En ese momento me lanza una mirada que no me gusta nada, y de súbito comienzo a comprenderlo todo, es decir, que me buscase para tanta conversación. En fin, ahora tengo que pensar la manera de desengañar a una joven adolescente sin hacerle mucho daño.
Justo cuando estaba reflexionando sobre todo esto, noto una vocecilla que, proveniente de la habitación de mi vecina, me dice –¡Hola!-
Mi vecina es una jovencita harto graciosa y bella, pero con mucha inteligencia y curiosidad. Como es muy hermosa, tiene rendidos a cuantos jóvenes la conocen y por eso se siente la dueña del mundo y aun del universo. Le gusta hablar conmigo y a mí no me importa hacerlo con ella. Es evidente que para mí es una niña y como a tal la trato. La conversación prosigue así:
Al primer hola le contesto yo con otro hola indiferente y aburrido, ella me responde,- me gusta mucho el libro que me dejaste, pero Julián Sorel es como todos los hombres guapos, un idiota-, yo le respondo, -espérate a terminar la obra, seguro que cambias de opinión-, ella dice, - sí, aunque en la realidad todos los hombres guapos son idiotas-. Miro sus vivísimos ojos azules y sus arreboladas mejillas y no puedo contener una leve sonrisa, -¿de qué te ríes?, me pregunta, -de nada- respondo, -entonces no te gusta ningún chico, ¿no?-, -sí, uno, pero no es de mi edad-. En ese momento me lanza una mirada que no me gusta nada, y de súbito comienzo a comprenderlo todo, es decir, que me buscase para tanta conversación. En fin, ahora tengo que pensar la manera de desengañar a una joven adolescente sin hacerle mucho daño.