Cerca de mí traían a otro grupo: se me cruzó la mirada con la de una chica joven y guapa, casi desnuda, pero muy elegante, tranquila, con los ojos llenos de una inmensa tristeza. Me alejé. Cuando volví, todavía vivía, medio caída de espaldas; una bala le había salido del cuerpo, debajo de un pecho, y jadeaba, petrificada; le temblaban los lindos labios, que parecían querer articular una palabra; me miraba fijamente con aquellos ojos grandes, sorprendidos e incrédulos, unos ojos de pájaro herido; y aquella mirada se me clavó, me abrió de arriba abajo el vientre y dejó salir un chorro de serrín; yo era un vulgar muñeco y no sentía nada y, al tiempo, quería con toda el alma inclinarme y limpiarle la mezcla de tierra y sudor de la frente, acariciarle la mejilla y decirle que no pasaba nada, que todo saldría de la mejor forma posible; pero, en vez de eso, le metí compulsivamente una bala en la cabeza, lo que, en última instancia, venía a ser lo mismo, en lo que a ella se refería en cualquier caso, aunque no para mí, pues a mí, al pensar en aquel despilfarro humano insensato, me invadía una rabia inmensa, desmedida; seguía disparándole y la cabeza le había reventado, como una fruta; entonces, se me desprendió el brazo y se fue solo por el barranco, disparando a todos lados; yo lo perseguía, haciéndole señas con el otro brazo para que me esperase, pero no quería, se burlaba de mí y les disparaba él solo a los heridos, prescindiendo de mí; al fin, sin resuello, me detuve y me eché a llorar. Se acabó, pensaba; mi brazo no volverá nunca, pero, para mayor sorpresa mía, allí estaba otra vez, en su sitio, sólidamente unido al hombro; y Häfner se acercaba y me decía: "Déjelo ya, Obersturmführer. Yo lo sustituyo".
"¿Y qué notabas cuando disparabas sobre esa gente?" Respondí sin titubear: "Lo mismo que cuando veía disparar a los demás. Desde el momento en que hay que hacerlo, poco importa quién lo hace".
"He llegado a la conclusión de que un guardia SS no se vuelve violento o sádico porque opine que el preso no es un ser humano; al contrario, la rabia que siente es cada vez mayor y se convierte en sadismo cuando se da cuenta de que el preso no sólo es un hombre inferior, como le han dicho, sino, precisamente y a fin de cuentas, un hombre como él, en el fondo, y, mire, lo que al guardia le parece insoportable es esa resistencia, esa persistencia callada del otro, y, en consecuencia, el guardia le da una paliza para intentar que desaparezca esa humanidad común. Por supuesto, no funciona: cuanto más pega el guardia, más se da cuenta de que el preso se niega a considerarse a sí mismo como no humano. Al final, no le queda ya más solución que matarlo, lo cual es admitir el fracaso de forma definitiva".