Dedicado a los que nacimos en los 70
SUPERQUINQUI
-¿Fue entonces cuando estuviste apunto de abandonar el periodismo?
-Si, pensaba que se trataba de una profesión vendida al morbo y al espectáculo, dispuesta a servir a la causa que mejor pagara.
-Vaya, realmente te afectó aquella historia para que llegaras a pensar algo tan disparatado.
-Lo hizo, sin embargo hoy me doy cuenta de lo equivocado que estaba, de que si personas como Jaime Cantizano o Jorge Javier Vázquez también decidieran abandonar, la democracia estaría indefensa, presa del oscurantismo y la mediocridad. Pero en los primeros 80 las cosas eran muy diferentes. En aquella época la juventud moría pisoteada bajo los cascos del caballo blanco. La heroína se había convertido en una guadaña gigantesca y hórrida que segaba las mejores espigas de nuestra generación. Miles de excelentes muchachos con las venas emponzoñadas, zozobran moribundos por las chabolas del extrarradio en busca de una dosis que les librara de los aguijonazos de la abstinencia. Había mucha competencia entre todos los medios por conseguir el mejor reportaje, así que yo estaba desesperado por entrar sin armadura en el corazón desnudo de la verdad. Gutierrez, el redactor jefe del Ya, me encargó que escribiera un reportaje sobre el tema. Los del ABC habían publicado un especial sobre los protagonistas de Perros Callejeros que había sido un éxito sin precedentes. Necesitaba hacer algo grande. Así que me fui al Pozo del Tío Raimundo y allí conocí a Jony.
-Uff, Jony, un mito y un mártir del periodismo de investigación.
-Me lo presentó el Pirri. Yo conocía a Eloy de la Iglesia y el me puso en contacto con todo este grupo. Pobres muchachos. No habían cumplido los veinte y ya estaban en las últimas.
-Menos mal que hoy nuestros jóvenes son cabales, los futuros rectores de una nueva Ilustración.
-Si, afortunadamente es verdad lo que dices. Jony podía haber llegado a algo, reportero del Tomate o tertuliano con Jordi González, pero tenía demasiadas ganas de probarlo todo. Fue una suerte para mí y una desgracia para él. A cambio de pagarle las dosis estaba dispuesto a todo. Podíamos fotografiarle pinchándose en los tobillos, comprando el jaco, pegando “el tirón” a las abuelas. Estaba claro que iba a convertirse en un fenómeno. Hicimos cientos de fotografías que me dio para escribir varios capítulos que publicamos semanalmente. Se convirtió en una estrella y hasta llegó salir una temporada con Bibi Andersen. Me estaba muy agradecido y siempre que podía se pasaba por la redacción a saludar. Lo que nos reíamos con él, joder, era un LOL, verle caminar como un pato mareado cada vez que se colocaba. Una tarde venía con el doble de ración en el cuerpo y no lo pude resistir. No se que me pasó, el tedio del invierno y las ganas de impresionar a un becaria que quería trajinarme me hicieron perder la cabeza. Forcé la situación y no me di cuenta del riesgo.
-Dicen que fue un suicidio.
-El solito saltó a la Plaza de Callao. Eso te lo aseguro. Pero a veces me siento culpable. Toda la redacción me azuzaba, me pedían que le mandara hacer el perrito, que le ordenara lavarse la cara son su orín, que le convenciera de que intentara atravesar las paredes,…todo le parecía bien y a todo obedecía con tal de cobrar los mil duros que le prometíamos entre todos. Entonces la zorra de la becaria habló de Superman, era la película de moda y quería que Jony volara sobre la Gran Via. Mi sentido común me decía que aquello era una mala idea, pero las dos tetas que tenía aquella hembra me decían que debía decirle a Jony que desplegara sus alas como si fuera el arcángel San Gabriel. Las tetas, más grandes que las de Sabrina, por su puesto, ganaron y le dije que imitara al hombre de acero. El muy cabrón estaba colocado hasta la cejas, pensábamos que nos daría tiempo a cogerle antes de lanzarse a su salto mortal, pero de repente echó a correr como si el espíritu de Carl Lewis le hubiera poseído, esprintó como un rayo y saltó por la ventana, a veinte pisos de distancia del asfalto. Puré de sesos frente a la cafetería Manila. Todos nos quedamos callados, hasta que a la becaría, gracias a Dios, la entró una risa nerviosa. Nos relajamos y empezamos a reir con ella, mientras canturreábamos la banda sonora de la película imitando a Jony en su carrera final. Aquella misma noche, fui a cenar con la ideóloga del desastre y me quitó las penas con un polvazo fetén.
-Tu no tuviste la culpa. Hiciste lo correcto. Jony murió como una estrella, él lo hubiera querido así.
-Lo sé, pero la policía, el juez y el resto de la profesión se cebaron conmigo.
-Envidia, pura envidia, falta solidaridad en el mundo del periodismo.
-Ya te digo, todo por un puto yonki con exceso de velocidad.