Pido disculpas por reflotar el hilo, pero me lo dejé apuntado en su momento y hoy he tenido tiempo para leerlo. Un hilo asaz interesante, que hasta la señorita Katua ha tenido a bien postear en serio en este pozo de inmundicia que es el Rapiñas...
Candela rebuznó:
Me siento orgullosa de haber evitado un par de abortos en mi instituto con charlas ladrilleras a algunas chicas, en uno no fui lo suficientemente convincente, y creo que me dolió más a mí que a ella.
No creo que nadie tenga el derecho ni la autoridad moral de decirle a otro adulto qué debe hacer en un momento así. Teniendo en cuenta que el único responsable y el que llevará la carga durante toda su vida será el otro. Si acaso, los padres, que arrimarán el hombro, tendrán algo que decir, pero un tercero jamás debería meterse en esos berenjenales. Puede que la misma amiga que la bendijo a usted a los tres años de tener su critatura, la maldiga cuando cumpla seis. La crianza de los hijos es una actividad azarosa y nadie debería acometerla sin convencimiento pleno y libertad absoluta.
Me gustaría apuntar algo sobre la soledad. No creo que el prescindir de la descendencia y la soledad vayan de la mano. Uno puede compartir su vida con una mujer (o varias, si se trata de un ser afortunado
) sin la necesidad de aparearse.
En cuanto a la paternidad, yo no me la planteo por separado. Si se me pregunta si deseo tener hijos, la respuesta es no. Otra respuesta daría si se me preguntara si quiero tener hijos con fulanita o menganita. No concibo la paternidad si no es como misión conjunta, como fruto del amor que una pareja se tiene. Y recalco la palabra fruto. Dos personas se juntan y deciden que fruto de esa unión quieren tener un hijo, porque sólo entre dos se puede tener un hijo (de forma natural, por supuesto).
Como bien se ha dicho, la paternidad es un acto de generosidad plena, o, al menos, debería serlo. Lamentablemente en nuestra sociedad cada vez se educa menos para ser generoso, sino para ser egoísta. Educar en contra de la sociedad es harto complejo, salvo que se sea farero en un islote de Malasia, motivo por el cual mi instinto paternal se retrae cada vez más.
Por último, me gustaría sugerir que existen otros medios para disfrutar de la experiencia de educar a un ser humano. Puede que no sean tan próximos ni inmediatos como la paternidad, pero existen. Quizá aquellos que tienen vocación por educar deberían hacer alguna tentativa antes para darse cuenta de en qué consiste dicha labor realmente.