Hace ya bastantes años, en una calurosa tarde de estío, subía por la acera izquierda de una calle de elevada pendiente y quedéme observando como un gitano bajaba con la camiseta en plan cornholio por la derecha.
Había una bicicleta aparcada y el caló al pasar al lado, ni corto ni perezoso, se montó en ella y comenzó a pedalear calle abajo como alma que llevara el diablo.
Contemplaba yo fascinado tal escena, cuando del portal que había a mi lado, surgieron como raudas flechas dos sujetos.
-EHHHH, LA BICIIIII! QUE SE LLEVAAAA LA BICIIIIII!
Nada más oír tales voces, el gitano que había girado la cabeza hacia atrás y había visto a los enojados dueños, comenzó a pedalear con redobladas fuerzas.
Un auténtico misil humano, en mi opinión.
Los dos tipos salieron disparados tras él, dando lugar a una persecución digna del mejor gag de Benny Hill.
El gitano, jinete a lomos de brioso corcel, dobló una esquina y uno de los perseguidores lo siguió. El otro tomó un rumbo diferente, con la intención, me imagino, de dar un rodeo y atrapar al malandrín.
Ignoro cómo acabó la historia.