Fidelidad hasta la muerte. No cabe duda, y más en una sociedad conservadora española, que lealtades como estas no se ven a menudo. Por lo menos en este cementerio de Zaragoza. Al margen de la ideología y opiniones personales, nos quedamos con la estampa de este nicho, en otro tiempo imposible de ver. Esto demuestra que efectivamente como señala el texto de Moneva para la Fosa Común, “la Muerte a todos iguala”. Eso deberían pensar los que anteponen su intolerancia. A fin de cuentas de piel hacia dentro todos somos iguales, no cabe duda.
Nos quitamos el sombrero ante los que son flexibles como el bambú y vuelven tras la tormenta a su posición correcta. Nos quitamos el sombrero ante los tolerantes. Nos quitamos el sombrero ante los que son fieles a su fe. Nos quitamos el sombrero ante los que dejan a los demás en paz, como en los camposantos. Y nos quitamos el sobrero ante los caballeros que desde luego ya no existen. En este caso tras una hoz y un martillo. En otro caso, lo encontraremos, tras una cruz, un yugo y unas flechas, un candelabro de siete o nueve brazos... da igual, pero que se vea bien. Viva muestra de que la Muerte no es el olvido: todo lo contrario, es el recuerdo. Así sea.
Pocas cosas conmueven más que el cementerio de fetos, individuos que jamás tendrán nombre propio:
Los nichos suelen presentar unos márgenes de fabricación limitados. Lo más personal que permiten estas pequeñas puertas al eterno descanso es la colocación de objetos entre la lápida y un cristal que suele preservar el conjunto. Pero cual no puede ser la sorpresa, al ver la monotonía del grupo de una pared rota por este singular tratamiento al fallecido.
En este caso el nicho se convierte en un auténtico hogar de reposo para el fenecido. El toldo es el techo en la entrada de esta casa que alberga en su interior una fotografía, figuritas y flores. Tras dicho toldo, la riqueza funeraria es exhuberante. Un "techo" bellamente adornado a base de lágrimas, deja ver los elementos que hay en el interior. Se aprovecha a su vez del suelo para extender la eterna morada a límites externos, inabarcables para un nicho situado en cualquier otro punto elevado. El toldo rompe el esquema de colores apagados dando vida con sus verde y amarillo frente al clásico mármol oscuro. El conjunto es original, bello y delicado. Un ejemplo de sublime imaginación en lo que se acostumbra a construir en lo referente a nichos.
En el bosque dedicado a restos incinerados rompe la monotonía de las placas este bloque de mármol que presenta un estilo curioso. Hombre en vida perteneciente al mundo del fútbol que en su reposo no le abandona. Los restos incinerados que se inhuman suelen presentar una estética estándar sólo rota por las flores que se depositan. En este caso se realiza un enclave muy grande para lo que se suele hacer en enterramientos de incinerados.
No sólo ya se trata de la clásica estampa religiosa, en este caso Virgen María y Niño, sino que aparecen dos símbolos del fútbol. Y aunque parezca tema baladí, es ésta una moda de nuestros tiempos. El deporte rara vez deja impronta en el mármol de las tumbas. No como otros símbolos lejanos de tradición como pueden ser los militares, algunos privados o los clásicos religiosos. Es un camino abierto a la personalización de las tumbas.
En los cementerios reside vida, aunque sea vegetal. Esta tumba ha sufrido el paso inexorable del tiempo que ha propiciado que las plantas crezcan a sus anchas. La estampa no obstante es tanto bella como anecdótica, pues es ya imposible ver las inscripciones de la lápida. Una tumba por cierto que recoge algún pequeño detalle como la pétrea corona que se ve en la cruz (y quizás lo que ya no se ve). La verja metálica sirve de macetero para el vegetal.
El paso del tiempo además propicia hundimientos del suelo. A la larga muchos enterramientos acaban completamente hundidos y ya se puede apreciar un buen número de tumbas fuertemente ladeadas. Muchas tumbas se quedan desamparadas al fallecer todos sus familiares supervivientes. De un tiempo a esta parte se han perdido muchas sepulturas y las que quedan todavía por desaparecer, dado que nadie les presta atención. Asimismo un día al año (aunque sea por Todos los Santos) no es suficiente para evitar la caída de la pintura, las grietas y los cristales que contienen algunas tumbas. Es una de las carencias prácticas y sociales que padecen los cementerios en España. Quizá la creación de un sector laboral dedicado a la conservación y restauración de enterramientos solucionaría este problema además de proporcionar más puestos de trabajo si cabe. Y no necesariamente debería ser función y gasto gubernamental, ya que se está viendo como muchos apartados del mundo funerario son de manos privadas.
La cultura gitana no deja de sorprendernos. La exuberancia y exquisitez, frente a la fría industrialización en la fabricación de lápidas, alcanza niveles excepcionales en este enterramiento. Con varios nichos gitanos vistos por nuestros ojos, viene a la memoria esa muerte tomada como tránsito y no como fin. Tal es así que el fallecido sigue viviendo en otro mundo, estadio.... Al igual que los egipcios, los gitanos parece que colocan con sus seres fallecidos los instrumentos, alhajas, flores, objetos que harán su trasiego algo más digno. Lejana imagen que viene a la memoria pensando en lo que el fallecido pueda necesitar en la otra vida.
Este nicho convierte la tumba en poco menos que una sala hipóstila. Hasta la fecha no habíamos visto un enterramiento gitano tan pródigo en detalles. Llama la atención usar estos adornos, el elefante y el jarrón, ambos floridos. Queremos pensar en algo más que esta vida. Los gitanos de este enterramiento han colocado muy oportunamente el elefante. En la India, origen histórico de la raza gitana, los elefantes no solo llevan a los grandes dioses encima a modo de jinetes de honor sino que es un elefante el que sostiene el Universo. A la manera del Atlas griego parece que este animal florido y blanco es uno de los seres más indicados para este nicho.
Investiguemos un poco más sobre este animal. Cristianamente hablando el elefante es uno de los animales más nobles, bondadosos y fuertes que hay. Según el nutrido Bestiario de Cambridge (copiado en el siglo XII), la pareja de elefantes representa a Adán y Eva cuando eran todavía puros. Y es ese simbolismo de procrear el que les hace traspasar los límites, ayudados por cierto con la famosa planta mandrágora (a modo de Árbol de la Ciencia). Por la cual, una vez tomada, cuenta el bestiario, se atraen mutuamente, copulan y queda la hembra embarazada. Y curiosamente, mientras dura el embarazo, el macho no copula con nadie. ¿Qué mejor animal sociable puede representar semejante nobleza de espíritu, fidelidad y honradez que el elefante?. Que este animal guarde este nicho como proteja a su pareja durante el parto, del ataque de enemigos, no deja de ser un buen vigilante e incluso acompañante del fallecido (que a fin de cuentas vuelve a nacer tras morir). Nos quitamos el sombrero pues al resto de los simples mortales, ya secularizados, prácticamente sólo nos acompaña la marca de la funeraria que nos ha enterrado.
Sobre el jarrón nos resistimos a ver quizás algo que no sea mera estética que desde luego choca de lejos con el paquidermo blanco. Escenas cortesanas japonesas, curioso y grandilocuente. Pero a lo mejor, eso es lo que nos espera, nuestro Paraíso particular. En cualquier caso, diseñado a propósito o no, es un nicho curioso, bonito y simbólicamente bien pensado. Quizás, los que ya no creen, deberían volver a creer, aunque sea para que nos acompañen, cuando realmente hará falta compañía o guía... en la eternidad.
Efectivamente venimos ratificando la variedad de cultos, creencias y opiniones de las que ya son depositarios los cementerios. Hay zonas en las que se suelen enterrar determinados profesantes de cultos pero por lo general las ubicaciones aleatorias, según ordenan los nichos, nos mezclan todo tipo de simbolismos entre las lápidas.
En este caso nos encontramos a los archiconocidos Yin Yang del Tao. La tumba es nominalmente Occidental. ¿Alguien que se convirtió?, ¿pura estética?, ¿concepción personal de la vida?. Lo cierto es que el Ying Yang es uno de los símbolos que con más moda que fama se ha divulgado en Occidente. La clave para su entendimiento y origen está en la dualidad que representan. Su nacimiento proviene de China. Ya en el libro I Ching aparece esta dualidad, nada menos que en torno al 1000 a. C. Como se infiere todo lo existente se basa en las interacciones de dos agentes primarios. Y es en el siglo IV a. C. cuando aparece oficialmente la escuela del Ying Yang. Su influencia fue espectacular.
El símbolo que apreciamos en la fotografía tiene varias lecturas históricas. Primitivamente desde un lado oscuro y otro iluminado por el sol (simbólicamente una colina iluminada por un lado y dejando el otro en penumbra) hasta lo positivo y negativo, es decir, la polaridad de la energía aplicable a todos los aspectos de la vida. Las dualidades en sus diferentes formas aparecen en muchas corrientes orientales: Tai Chi, Confucionismo... Por no hablar del dualismo en general.
También aparecen en la lápida hexagramas del conocido libro chino I Ching o Libro de los Cambios. Libro muy usado como método de adivinación ya que se creía que sus símbolos representaban los principios de la vida y la acción del universo que al aplicarse a nuestro mundo provocaban la paz y la felicidad. Como todo lo que nos pasa es fruto de una cadena de secuencias, se pueden adivinar estas acciones mediante el uso de los conocidos hexagramas. Hay muchas representaciones simbólicas que acompañan el Ying Yang con el I Ching, ambos de carácter adivinatorio y el Ying Yang astrológico-universal, dando como resultado que las líneas continuas de los hexagramas representan el principio Yang y las discontinuas el Ying.
Metidos en harina analicemos la inscripción. El primer hexagrama por la izquierda se llama “Li” (traducido como lo adherido). Su característica es la luminosidad y su imagen representativa es el fuego. Para cerrar la inscripción aparece el Kiën (lo creativo), cuya lectura es la fortaleza, representada por el Cielo. Hay hasta 64 hexagramas, más 8 trigramas. No es fácil interpretar bien este oráculo. De hecho al principio sólo existía una línea entera (el sí positivo) y otra cortada (el no negativo). Con eso se solucionaba la consulta.
En conjunto se puede deducir la experiencia de paso que inspiraba la vida del titular de la lápida. Persona muy querida a juzgar por los dos hexagramas.
En definitiva, la eterna dualidad. Fuerzas universales, lo positivo y lo negativo, masculinidad y femineidad... Y el ser humano en medio buscando el equilibrio, nuestra eterna lucha.
Original tumba en todo el Campo Santo pues es la única escultura de desnudo que hay en todo el cementerio de Torrero. Fue realizada en 1978 por el escultor Miguel Cabré.
La mujer que posa sosegadamente sobre el lecho, ostenta en su mano izquierda una máscara de faz humana. Ha tenido esta imagen varias interpretaciones. Se ha querido identificar esta máscara con la imagen misma de la Muerte (Las necrópolis de Zaragoza, edita Ayto. de Zaragoza, 1991).
El propio autor de la escultura me ha explicado su visión sobre la obra. Dando a entender la escultura cómo al llegar el momento final reflexionamos de toda una vida dada quizás tras una máscara que en el tramo final de nuestra existencia nos muestra a nosotros mismos tal cómo somos.
Realizado en bronce y bien conservado, nos ha llegado este conjunto presidido en lo alto por una gran copa dejando la cruz cristiana, de pequeño tamaño y fina delgadez, debajo de la copa misma. La obra es bella y serena dada la tranquilidad que transmite la escultura.
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Memento Homo[/SIZE][/FONT]
[SIZE=-1][FONT=verdana,arial,helvetica,sans serif]Panteón de la familia Aladrén[/FONT][/SIZE]
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[FONT=verdana,arial,helvetica,sans serif][SIZE=-2]Andador Costa. [/SIZE][/FONT]
[FONT=verdana,arial,helvetica,sans serif][SIZE=-2]En este enterramiento encontramos a una de las esculturas más bellas de todo el cementerio y una de las más importantes dentro y fuera de Zaragoza. En 1904 se construye la tumba para la familia de Alberto Aladrén. Para ello se trajo la obra del escultor catalán Enrique Clarasó en octubre de ese mismo año. Como se puede apreciar en nuestro recorrido no es el único trabajo de Clarasó en el cementerio de Torrero y es además este escultor uno de los mejores artistas funerarios que habido en España. Trata el conjunto de un hombre que pico en mano cava fosas. Se vislumbran también en el conjunto los nombres de las personas enterradas, escritos en varias cruces colocadas en el recinto.[/SIZE][/FONT]
[SIZE=-2][FONT=verdana,arial,helvetica,sans serif]Dicho recinto está cerrado con piedra tosca. La escultura es de mármol blanco italiano. La obra se llama Memento Homo. Es un perfecto ejemplo, a juicio de los críticos, de anatomía humana en un momento de tensión física. La belleza y el trabajo es indiscutible, tanto es así que la obra fue premiada con medalla de oro de primera clase en la Exposición Internacional de París de 1900.[/FONT][/SIZE]
[SIZE=-2][FONT=verdana,arial,helvetica,sans serif]Incluso existen varias réplicas de esta estatua. En la inscripción de la escultura se puede leer: "MEMENTO HOMO QUIA PULVIS ES ET IN PULVEREM REVERTERIS".[/FONT][/SIZE]
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Nos encontramos aquí con otra excelente obra de Enrique Clarasó perteneciente a una tumba de 1907. Se trata de un anciano (El Tiempo) que arranca las hojas del Libro de la Vida. Como se puede apreciar, constituye otro ejemplo de soberbio trabajo corporal. Es efectivamente una de las grandes esculturas de ejemplo físico.
El cementerio de Torrero tiene unos cuantos trabajos de estudio de las formas corporales humanas que bien pueden servir de paradigma como obra destacable en el caso por ejemplo de Clarasó.
La obra está realizada en mármol blanco veteado, apareciendo sentado “El Tiempo” sobre un bloque de mármol de Carrara. Artísticamente se trata de una obra de tintes “miguelangelescos”. La expresión del rostro es sumamente penetrante y deja ver el cuerpo un ejercicio de musculatura comparable a la juventud que muestra la obra Memento Homo. Curiosamente se encuentra ubicada en el andador Costa, enfrente prácticamente de la otra citada gran obra de Clarasó a la que hacemos referencia.
El arte funerario, a pesar de moverse en arquetipos que incluso se pueden repetir hasta la saciedad, tiene la característica también de admitir multitud de elementos integradores que se enriquecen mutuamente. La construcción de este caso aporta elementos egipcios que dan un toque original al conjunto de este panteón de 1920. La construcción intenta fundir la concepción cristiana con elementos arquitectónicos egipcios en una planta rectangular, con capiteles lotiformes y una cruz cristiana con brazos de tipo flor de loto. El conjunto posee dos obeliscos en la parte trasera. Esa zona es la que reclama la atención con una esfinge de buen tamaño. No es la única del cementerio pero sí la de más grandes proporciones. Su acabado habla por sí mismo. Altanería deificada guardando como cancerbero el reposo de los inhumados. La entrada al panteón es metálica con un hueco floral que deja respirar el interior.
El conjunto es bastante original dentro de la estética egipcia que tuvo sus épocas de moda dentro del arte funerario. No hay de momento eso sí, ninguna tumba en forma de pirámide aunque sí algunas alusiones egipcias incluso en nichos. Este conjunto además soporta muy bien el paso del tiempo y se encuentra muy cerca de la entrada antigua (entrando a su izquierda). Dicho sea de paso a tan solo unos metros de otro enterramiento con detalles egipcios (como es el de la Familia Repulles de la Llata).
