Yo sigo con mi ciclo de
Krzysztof Kieślowski. Repito la
advertencia para aquellos que no hayan visto sus pelis -y les apetezca hacerlo- que estos post son resúmenes, y por tanto, un
SPOILER total.
No amarás
Estos diez mandamientos se resumen en dos: Amarás a Dios sobre todas las cosas y al próximo como la tí mismo

El adolescente Tomek (más adelante sabremos que tiene 19 años) duerme en una cama que no sabemos si es suya o ajena. Una venda cubre parte de su brazo izquierdo. Intuimos algo que será confirmado más adelante. Imágenes de una mujer llevando a cabo a rutina de lo cotidiano en su casa alternan con el rostro dormido de Tomek. De pronto una mano moviéndose como a cámara lenta se acerca a su brazo vendado. Otra mano, más arrugada, más deteriorada por el tiempo, interrumpe el avance de la primera. Observamos entonces sobre el cuerpo del adolescente durmiente la mano de la mujer madura, y sobre esta, la segunda, de una mujer que está ya entrando en la senectud. La mujer de mayor edad parece actuar como guardia del cuerpo del chaval frente al avance de la otra. Podemos pensar la imagen ideal del sí-mismo protegida frente al avance de lo real, sin importar el precio a pagar por esta protección. Como es habitual en Kieslowski, el inicio de la película revela las claves de esta y sienta las bases del desarollo lógico que va a venir en el resto del metraje.
Me senté a ver la película con una de esas frases de Zizek en la cabeza leída en "Lacrimae rerum", en el capítulo llamado "La teología materialista de Kieslowski": "el amor no existe, solo hay una necesidad infinita de amar. Cada amor concreto, empírico, está destinado al fracaso, pero aun así volvemos a enamorarnos una y otra vez. Solo desde el amor somos capaces de pensar nuestra soledad." El diagnóstico es certero. La historia de Tomek y Magda presenta dos enamoramientos, un después del otro, asíncronos, que ponen de manifiesto simultáneamente la imposibilidad del amor como ideal y la necesidad del amor concreto para hacer frente a ese abismo que es la propia subjetividad.
Tomek, en su observación obsesiva de Magda aparece ante nosotros como un loco que mantiene una distancia de seguridad permanente ante la vida, lo cual le impide llevar una existencia verdadera. Su condición de huérfano parece estar, en parte, en la base de su actitud vital, pero no solo está ahí la clave de su posición. Escondido tras un telescopio, Tomek espía la vida de Magda, la existencia de esta en lucha con lo real, donde las heridas son verdaderas y las satisfacciones -siempre parciales- iluminan con frecuencia sus días. La pareja Tomek-Magda es la representación de las famosas dos caras de la moneda: él ordena sus cosas obsesivamente, establece rutinas de hierro y huye de los accidentes de la vida para no sufrir, consiguiendo con eso un sufrimento de otro tipo, claramente peor en el largo plazo. Frente a él, la mujer en la cual recae su ideal de amor, Magda, se entrega a las contingencias de la existencia sin temor, sin pararse a evaluar los riesgos ni a hacer cálculos utilitarios. Entre estas contingencias, la busca de una pareja con pretensión de estabilidad en la cual no termina de tener éxito. La obsesión de Tomek lo acerca al típico psicópata de película de terror: a través de pequeños engaños va entrando en la vida de ella, causándole molestias de todo tipo hasta descubrirse cuando ve que la cosa se le va de las manos. La apuesta de Magda por vivir conforme a sus propios deseos hace de ella un personaje pleno en cierto sentido: su inestabilidad vital es la garantía de su estabilidad como persona.
El mal que causa Tomek es de baja intensidad, por encima de todo está su amada idealizada, y, cuando obligado por las circunstancias, tiene que ponerse frente a frente con su objeto de deseo entra en crisis.
El impacto traumático que altera el recorrido de la película tiene lugar en el momento en que Tomek atraviesa su fantasía. De las imágenes sin densidad de su telescopio, de la distancia de seguridad de su ventana de cristal en la oficina de correos en la cual trabaja, y incluso en ese contacto casi sin palabras tras aceptar el puesto de repartidor de leche para ir a casa de ella a llevarla, se pasa a una escena que es la cumbre de la autohumillación: Tomek entra en casa de ella tras un breve intercambio telefónico, y allí, sometido al contacto físico con ella (sus manos tocando las piernas desnudas de ella), tiene una eyaculación con los pantalones puestos. Así, de forma brutal, Tomek pasa de vivir en la fantasía de un yo ideal en comunión con su amor sublime a un estado de desublimación depresiva fruto del contacto real con sus fluidos internos. El amor ideal deja caer su máscara y tras ella solo está el calor viscoso de su semen en sus pantalones. Ante esta situación, Tomek sale corriendo, y, incapaz de vivir con la imagen de su caída, solo encuentra una salida.
La película deja caer escenas de la relación de Tomek con la mujer con la que vive, una viuda que habla todo el rato de su hijo -¿imaginario?- que vendrá a visitarla en un futuro indeterminado y que, mientras tanto, ofrece a Tomek la posibilidad de instalarse en su casa indefinidamente. Esta mujer actúa como guardia de la imagen ideal de Tomek. Gusta de su sentido obsesivo del orden, de su responsabilidad en el trabajo, de su acatamiento de una forma de vida "normalizada" sin excesos ni locuras. Una vida en frío, manteniendo la real a una distancia prudencial que evite el riesgo del contacto excesivo con los otros. En cierto sentido es la materialización de su autoconciencia narcisista que oscila entre escapar de su burbuja semiautista o permanecer en ella indefinidamente. Esta mujer, en una escena aparentemente intrascendente, le dice a Tomek: "si algo te causa dolor, hazte daño en otro sitio para olvidar la primera de las causas".
Tomek, traumatizado por el encuentro con Magda, por la destrucción de la imagen sublime de ambos, sigue el consejo de su madre-conciencia adoptiva: infringirse dolor en otra parte de sí. Encerrado en el baño, coge una maquinilla de afeitar y se corta a la altura de la muñeca izquierda, en una escena que está desestetizada por completo, reducida a lo banal y que resulta por todo ello más terrible que si fuera desarrollada mediante virtuosismos en la puesta en escena, en el tratamiento del color o incluso en la posición de la cámara. Sabemos que Tomek no muere. Su acto sacrificial -su paso al acto- produce una extraña inversión en la relación con Magda. De pronto, ella encuentra en la mirada de él algo que antes no detectaba: la imagen idealizada de sí misma, por encima de las decepciones cotidianas, por encima de las contingencias diarias: Magda se gusta en la imagen que de sí misma adivina en todo el esfuerzo y la locura de Tomek. A partir de este punto ella se enamora de él. De una imagen sublime de él, más bien, en la cual se intercambian los roles de subjeto y objeto del deseo. Un Tomek durmiente es, a partir de su hospitalización, ahora asediado por una Magda que quiere saber quien era la persona que la espiaba. Donde antes solo veía los rasgos inquietantes de un neurótico obesivo ahora se siente iluminada por la mirada limpia de un adolescente que la idealizaba. En realidad, lo sabemos, ella desea el deseo de él sobre sí misma, dejando abierto hasta lo infinito un bucle de narcisismo que, parece decirnos Kieslovski, es la fantasía constitutiva del amor.
Finalmente, tras muchos intentos fallidos, Magda llega hasta la habitación de un Tomek aún dormido. Su telescopio, la vista de su propio edificio. Magda se mira exactamente desde la posición en la cual era observada por Tomek. Y en ese reconocerse en la mirada del otro hay uno disfrute narcisista que, como agua arrasada en una presa, la desborda. En el cierre de la película conectamos con el comienzo: la mano de Magda aproximándose al brazo herido de Tomek es parada por la madre adoptiva de este, en un gesto que, ahora sí, entendemos: frente al contacto traumático con el real, hay que preservar la burbuja del ideal para no perder la cordura ni la vida. Acercarse al abismo de los otros, sí, vale, pero sin pasarse, sin traspasar cierto límite de seguridad.
La conclusión final es, como mínimo, tan desoladora como la de "no matarás": amar es imposible, pues detrás del amor són hay una fantasía construida sobre una espiral infinita de narcisismo y malentendidos de la que es imposible huir.
Un
8.