Robert Canta
Freak
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El pasado viernes quise ver el mundo desde vuestra posición, así que decidí ser uno de vosotros. Me camuflé con las gafas, las de ver, y salí dispuesto a patearme la Gran Vía desde Callao hasta Cibeles, y de allí a la Puerta de Europa a lo largo de todo el Paseo de la Castellana.
En esos más de diez kilómetros de recorrido, sólo una muchacha me miró.
Era así de triste. Todas se cruzaban conmigo seguras de sí mismas, comiéndose el mundo. Con ese aire a Leticia Ortiz en la cara (debe ser un gen típicamente madrileño), con esas enfáticas eses susurradas al móvil y a las que me cuesta tanto acostumbrarme (pues soy andaluz de mierda) Pero todas sin mirarme, como si sólo fuera un elemento más del paisaje. Y cuando me pillaban mirándolas furtivamente, podía apreciar un leve deje de desprecio en sus ojos. Un salido más, pensarían.
Me sentía como Clark Kent, a quien debe causar risa la mirada de desprecio de quienes no saben quién se oculta en realidad tras el vidrioso cristal de policarbonato.
La portadora de ese culo ni siquiera me miró
Esa misma tarde decidí salir a hacer justicia. Dejé a un lado las gafas y bajé a la abarrotada ciudad. Gran Vía, Callao, Preciados, Fnac... Todo infestado de bellezas que, de la mano o no del novio, me lanzaban furtivas miradas de reojo. Alguna incluso sonriéndome, con el novio de la mano un poco adelantado.
Imaginad a la más guapa de Fnac. E imaginad ahora el poder que os embargaría de saber que, de chocaros a propósito con ella fingiendo buscar un libro, sería ELLA la que te pediría perdón y te sonreiría cuando le dijeras que no se preocupara, que no pasa nada.
Así lo vivo yo. Así es el mundo desde aquí arriba.
Muchachas que me sonríen con el novio de la mano. Mujer de treinta y pico que, tras hablar de sus dos hijos con otra, se pone a caminar delante de mí mirando todos los escaparates para averiguar a través del reflejo si sigo detrás de ella o no, si la estoy mirando o no. Universitaria que, tras preguntarle por un determinado autobús de línea, me pregunta dónde voy por si quiero que me lleve en su coche (lástima que me equivoqué y le dije Callao, que no le pillaba de paso, en vez de Moncloa, que era precisamente donde me dejaba el autobús)
Buscándome en todos los escaparates de la calle Princesa
Por eso yo puedo decir que el amor es una mierda, que el amor es mentira, que las mujeres son todas unas putas. Porque sólo alguien por quien ellas suspiran puede criticar el amor, criticar toda esta parafernalia del culto a la belleza. Porque un feo criticando el culto a la belleza resulta tan ridículo como un pobre criticando el culto al dinero.
Y es que no vale ser misógino cuando se es feo.
Pero no os preocupeis, sabed que no caminaréis solos cuando vayáis a pedirle explicaciones a Dios, hermanos.
Que yo iré con vosotros.
Y ya podéis darme las gracias, puesto que mi opinión la tendrá en cuenta, no como la vuestra.
Feos.