La vida de Lorena en el psiquiátrico, la joven que 'enloqueció' por un famoso periodista
Ingresada en un centro psiquiátrico
La joven pucelana lleva siete meses ingresada en el centro psiquiátrico alicantino. La chica, que ahora tiene 28 años, pasa la mayor parte del día fuera de su habitación individual, carente de rejas y donde dispone de aseo y ducha privados. Solo vuelve a ella para las siestas y después de la cena, en torno a las nueve de la noche, hora a partir de la que tiene prohibido salir.
Lorena se levanta temprano, sobre las ocho de la mañana, hace la cama y desayuna en el comedor junto a otros internos. Luego, se toma su medicación. Una sola pastilla diaria, cuenta su padre, José Gallego.
"En Soto del Real [la prisión madrileña en la que ingresó tras su detención en febrero de 2014] la hinchaban a medicación y no era ella, estaba irreconocible. Ahora los psicólogos y los analistas psiquiátricos que la tratan dicen que ha dado un giro de 180 grados", asegura su progenitor, quien la visita cada dos semanas. "Cuando la veo, me doy cuenta de que va por el buen camino".
En Alicante, Lorena ha comenzado a estudiar la carrera de Sociología a través de la Universidad Española a Distancia (UNED). La joven, que antes de pisar la cárcel trabajaba como higienista en una clínica dental de Valladolid, también se ha inscrito en un curso de inglés. Si no tiene terapia, suele ocupar sus mañanas entre libros y apuntes.
"No tiene recuerdos de nada"
Su padre explica que su hija está mucho más calmada y que ha dejado atrás esos brotes que le provocaban pensamientos negativos. Dice que la chica nunca habla de lo que hizo: "Le resulta totalmente indiferente todo aquello. No tiene recuerdos de nada. Ahora está centrada en volver a tener opciones en la vida".
Lorena llegó al centro psiquiátrico penitenciario pocos días más tarde de que la Audiencia Provincial de Madrid le impusiera un internamiento por un plazo máximo de 20 años. Desde su detención había estado en la prisión de Soto del Real, donde ni siquiera allí logró frenar sus impulsos contra la pareja del locutor radiofónico.
Desde la cárcel madrileña, Lorena, a través de cartas, trató de
contratar a un sicario por 6.000 euros para que matara a la mujer de González. Su obsesión aún seguía muy viva. Como en la calle, donde antes de intentar asesinarla con sus propias manos quiso contratar a dos matones a sueldo de origen búlgaro. Estos, a su vez, contactaron con un mendigo español que dormía en la Terminal 4 del aeropuerto de Barajas. Se llamaba Fernando. Le propusieron asesinar a la esposa del periodista a cambio de 100.000 euros.
Pero el mendigo denunció el hecho ante la Policía Nacional y les entregó una fotografía de Iván, el cómplice de Lorena. Además, Fernando le envió un correo electrónico al locutor de Cope para alertarle de que alguien quería asesinar a su esposa.
Mi vida en el hospital psiquiátrico de Oza
Oza, La Coruña. 2014
Nueve de la mañana. Despierto porque una enfermera entra en mi habitación y nos dice que hay que asearse. A mi lado un esquizofrénico se despereza y se va para las duchas a hacer cola. Yo hago lo mismo. Me ofrecen una cuchilla para afeitarme y la rechazo poniéndome a la cola con barba de tres semanas. Hoy en día iría a la moda pero en aquel entonces no había
hipsters. Después de ducharme me dan el desayuno. En la mesa del comedor hay una anoréxica delante que no quiere comerse el desayuno y esconde la pastilla de calcio bajo la lengua para escupirla sin que se den cuenta. Cuando la pesen y comprueben que no está engordando le dirán que no va a salir de allí en mucho tiempo.
Yo por mi parte también tengo mis problemas. Tengo una enfermedad mental como ellos. Posible tastorno bipolar. Es algo así como una sucesión de brotes psicóticos en los que paso de la euforia a la depresión de forma brusca. Mi medicación me está haciendo efecto. Cuando empecé a tomarla me meé en la cama dos veces. Me dijeron que era por el efecto del Depakine. Aunque también tomaba Rivotril, Risperidona y no sé qué más… un coñazo.
La medicación hace que mi mente se ralentice y me cueste más pensar y que me den episodios ansiosos y de depresión. También tiene otros efectos secundarios, por ejemplo: somnolencia, erecciones prolongadas, espasmos musculares… pero sobre todo notas que tu mente se ralentiza y no puedes pensar con claridad.Por lo demás la vida en Oza es sencilla y rutinaria. Después de la ducha hay desayuno. Todos juntos y en familia. Luego terapias varias como hablar con los psiquiatras que te hacen preguntas complicadas o la rueda como las que hacen en las películas los alcohólicos. Cada uno cuenta sus problemas y un terapeuta da pautas de conducta para que todos tomemos ejemplo.
Más tarde además de hacer ejercicios en grupo con los alumnos universitarios en prácticas nos sacan a dar un paseo por el exterior. Paseamos por el jardín… eso si te dejan salir. A mí al principió no me dejaban porque me peleé con el guardia de seguridad. Estaba muy excitado y me tuvo que reducir para que me pusieran una inyección. Me desperté atado a la cama. Así me tuvieron unas horas. Estuve gritando para que me dejaran salir de alli y lo conseguí. Al final salí de paseo, pero cuando estuve más calmadito.
Otro momento distinto era cuando nos abrían la sala de fumadores. Todo el mundo hacía cola en el mostrador para pedir su tabaco ya que nos lo guardaban las enfermeras. Decían que era para que no lo perdiéramos ni nos pidieran cigarros los demás enfermos.
También había un momento de visitas. Solo podían pasar familiares y de uno en uno. Aunque a mí me visitaban de dos e incluso de tres en tres. Y no solo familiares. Aunque los amigos me ponían nervioso. Hacían preguntas complicadas y las respuestas también eran complicadas.
Terminé haciendo amigos. Alguno de ellos me llamó una vez salido de alli. No quise quedar con ellos. Eran locos… como yo. Los amigos de fuera se enteraron de todo y sufrieron por mí. Y yo lo pasé muy mal. Tuve que dar explicaciones a todos. Pero no tenía la mente despejada. No pensaba con claridad. La medicación atonta la mente.
Estuve sin salir durante meses. No volví a beber ni a drogarme. Y seguí con medicación mucho tiempo. Hasta el punto de que mis amigos no me reconocían una vez dejada la medicación. Mi cerebro iba más rápido al faltarle la droga y ellos lo notaban y se preocupaban. Aunque yo me sintiera bien ellos pensaban que me iba a poner malo otra vez. Fue duro… tanto que casi me vuelvo a poner malo. Al final tuve que salir de la casa de mis padres y tomarme unas vacaciones de mí mismo. Sin ver a mi familia ni a los amigos más íntimos durante días y así poder pensar en mí. Hasta que me calmé y los fármacos de nuevo me hicieron estar relajado. Sin estrés dejé de estar tan irritable y me empezaron a bajar de nuevo la dosis de pastillas.
Ahora pienso con claridad. Ya no estoy irritable ni mi cabeza va deprisa. Me despierto atontado por las pastillas pero se me pasa después del primer café. No tengo el don de la palabra pero puedo expresarme por escrito. Y estoy tranquilo. Espero estar tranquilo por mucho tiempo.
“Siento como un fracaso haber estado en un psiquiátrico”
¿Fue un shock entrar en el psiquiátrico?
Cuando entré, todo cambió. Para empezar, los horarios. En esa época estaba bastante estresada: trabajaba por las mañanas, por la tarde estudiaba y por la noche me ponía a hacer el trabajo final de ilustración. En el psiquiátrico tenía mucho tiempo libre, algo que no tenía fuera. Fue como un descanso en ese sentido.
¿Y cómo llevó estar rodeada de otros enfermos?
En parte me tranquilizó. En urgencias, antes de entrar, me dijeron ‘estate tranquila, que serás la que está mejor de toda la planta’. Al final, era entrar en un lugar donde no te juzgarían por lo que tenías, un lugar en el que te sentirías un poco comprendida.
Y le prescribieron 12 pastillas al día…
Muchos calmantes, antidepresivos (que sí que creo que los necesitaba), un antiepiléptico, que sirve para regular el estado de ánimo, y también me dieron litio, que es para el trastorno de bipolaridad, una enfermedad que nunca me diagnosticaron. Pero al tener los antecedentes de mi abuelo, y creo que de mi tío también, pues dijeron ‘por si acaso’.
¿Eran soportables los efectos secundarios de la medicación?
Por esas fechas estaba haciendo un encargo muy grande de ilustraciones, y me temblaban tanto las manos, por el litio que tomaba, que era bastante, que me tenía que agarrar la mano derecha con la izquierda para poder dibujar, era una locura. El litio me lo quitaron una vez estuve fuera. Mi psiquiatra, después de leerse todo mi historial, me dijo que no entendía por qué lo estaba tomando.
¿Le pareció excesiva esa cantidad de pastillas?
Es mucha gente loca en un solo lugar. Entiendo que necesiten estar tranquilos, pero, ¿a qué precio? No es realmente mirar por el bienestar de los enfermos. Me parece que es algo un poco egoísta por su parte. Ellos necesitaban que el tiempo de dormir lo durmiéramos, que el tiempo de estar tranquilo lo estuviéramos… Pero luego me preguntaban por qué me pasaba tantas horas en la cama. Era un poco contradictorio. Las pastillas no dejan de ser una herramienta de control.
¿Y cómo era el día a día?
Nos despertábamos por la mañana, desayunábamos (esa comida era decente) y nos tomábamos las pastillas de la mañana. A partir de las diez, teníamos la visita con un psiquiatra y un psicólogo. Eran visitas de 10 minutos, no daba tiempo a casi nada. Era menos de lo que me dedica mi psiquiatra fuera, cuando era la razón por la que estabas allí dentro.
Entiendo.
Tampoco veías unas ganas en ellos de querer profundizar mucho. Te hacían unas preguntas, no sabías qué más contestar, y hasta mañana. Entiendo que hay tantos pacientes por psiquiatra que tienen que ir a la idea, pero esto juega en contra de la calidad del servicio.
¿Y cómo era el trato?
Dependía de la persona que te tocara, ya fueran psiquiatras o auxiliares de enfermería. No había mucha humanidad. Había un auxiliar que era muy bueno, siempre nos dejaba hacer un poco el loco, que es lo que tocaba [risas].
Tengo entendido que la castigaron por adaptarse demasiado bien…
Había hecho amigos, si no te aburres mucho. Cuando llevaba dos semanas me empecé a acostumbrar al ritmo del lugar. La psiquiatra me dijo que me había adaptado al centro demasiado bien y que debía de entender que el psiquiátrico no era la calle y que no era normal que me hubiera adaptado a un lugar de locos de esa manera.
Suena algo contradictorio.
Pensé que si no era apropiado, para alguien que estuviera loco, estar rodeado de locos, todo el concepto de psiquiátrico fallaba. Supuestamente, yo debía de estar incómoda. Así que lo que hicieron fue prohibirme la visitas, las llamadas y las salidas [cada día los enfermos disponían de dos horas por la tarde para recibir visitas]. Fue una mierda.
Antes comentaba que había hecho amigos…
Sobre todo Emma, era increíble. Llegó cuando yo llevaba una o dos semanas. Veía que cada día se ponía ropa super bonita, que se hacía peinados, se maquillaba… Yo pensaba que no tardaría nada en llevar sólo el pijama del hospital como todos. Pero no, siguió y siguió. Al final acabé hablando con ella. Cada día me maquillaba, me hacía trenzas…
Y llega un día que le dan el alta… ¿en base a qué argumento?
Pienso que la prioridad que tienen es liberar camas. Creo que sí tienen como objetivo que mejores, pero pienso que están más preocupados en dejar camas libres y dar altas. Lo cierto es que yo salí de allí peor de lo que había entrado. Lo que querían era darme un diagnóstico. Justo el día antes de salir, les había comentado que tenía una amiga imaginaria.
Explíquemelo.
Las veces que me he encontrado peor, estoy con ella. Supongo que es para no sentirme sola y para tener a alguien con quien hablar. Para mí es terapéutico, puedo analizar qué me sucede. Fue comentar eso y al día siguiente me dijeron que me habían diagnosticado trastorno de personalidad.