Llamar golpe de estado a aquel esperpento bandoleril perpetrado por picoletos retards, es como poco un dislate. Fue la gala de un circo, era como si la familia Aragón hubiera entrado en el hemiciclo vestidos de verde.
Empezaron por el tejado. Un golpe de estado de manual hubiera cerrado el país a cal y canto como primer punto, se hubieran hecho dueños y señores de puertos, aeropuertos, aguas territoriales, hubieran cerrado el espacio aéreo y las fronteras. Nada de eso pasó. Hubieran sembrado la confusión. Sólo la alharaca de Milans del Bosch sacando los tanques más obsoletos que había a la calle, creo más de uno se quedó averiado en medio de la ciudad.
Aquello fue de pena, ver entrar a los picoletos en el hemiciclo como los niños en el parque de atracciones, el de la Z70 disparando como si fuera Pancho Villa, y cuando agreden a Gutiérrez Mellado, un anciano menudo, poca cosa, intentándole tirar sin conseguirlo, queda en la retina que con ese entrenamiento, se comprendía que los tiroteos con lo etarras, por aquel entonces casi semanales, los verdes fueran carne de cañón y siempre salieran con los pies por delante.
Fue como un mal capítulo de Curro Jiménez, un desastre, otra muesca de la España negra. No tuvo visos de éxito ni en los 10 primeros minutos.
De haber triunfado, nuestro futuro hubiera sido tan halagüeño como el de Haiti. A los nostálgicos de las dictaduras y dictablandas, recordar que los problemas endémicos de nuestra economía, paro, falta de competiviidad, economía sumergida, hacer horas extras como si se fuera a acabar el mundo, vienen heredados de 40 años de miseria, aislacionismo internacional, tejido industrial tercermundista, infraestructuras inexistentes salvo pantanos, que dejó un lastre a este país del que todavía está penando. Por muy tonto que sea Zapatero, Rajoy o su puta madre, los prefiero antes que cualquier iluminado como Paquito el fascineroso.