curro jimenez
Muerto por dentro
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28 DE FEBRERO: LA VERDADERA HISTORIA
No hace falta irse siglos atrás para ver un mapa de España distinto al actual. Basta con coger un libro de geografía de nuestros padres y veremos regiones distintas a las que estamos acostumbrados hoy día.
Tras la muerte de Francisco Franco en 1975 se inició un proceso de transición a la democracia por el cual quedaron legitimizados, entre otras cosas, los procesos de autogobierno. Comienza a forjarse la España de las autonomías, y las regiones del País Vasco y Cataluña fueron las primeras en redactar sus estatutos.
Las nuevas comunidades autónomas fueron surgiendo, por un lado, de las regiones ya existentes, como fueron los casos de Galicia, Asturias, Aragón, Comunidad Valenciana,... Pero por otro lado, aparecieron nuevas autonomías, como Cantabria o La Rioja, nacidas a raíz de que las provincias de Santander y Logroño decidieran segregarse de Castilla La Vieja.
Precisamente, Castilla La Vieja fue la protagonista de otro de los significativos cambios en el mapa de España al unirse -incomprensiblemente- con la región de León (provincias de Zamora, León y Salamanca) formando la grande e inviable comunidad autónoma de Castilla y León.
Por su parte, Castilla La Nueva perdió a Madrid, que se erigió como Comunidad del mismo nombre, pero ganó a Albacete, la cual hasta entonces había sido parte de Murcia. La más que nueva Castilla pasó a denominarse Castilla-La Mancha.
Y nos queda Andalucía... Las ocho provincias del sur de España fueron la tercera comunidad autónoma en dibujarse en el nuevo mapa democrático español. Meses después de que País Vasco y Cataluña aprobaran en sendos referéndums sus estatutos de autonomía, los políticos de la todavía no oficial Junta de Andalucía promovieron a toda prisa la votación popular del invento andaluz.
La principal diferencia entre Andalucía y las autonomías vasca y catalana era muy clara: en el País Vasco y en Cataluña se daba por hecha una voluntad de autonomía entre su población; en Andalucía, no. Así, lo que vascos y catalanes votaron fue la aprobación de un texto: el estatuto. Mientras, los andaluces se disponían a votar si querían o no el autogobierno.
El 143 y el 151.
Desde Sevilla (donde ya se frotaban las manos para ser la capital de la nueva comunidad) se habían proyectado dos caminos legales para alcanzar la autonomía: la del artículo 151 y la del artículo 143 de la Constitución Española.
El 151 era la vía más directa para los intereses pro-andalucistas: si en cada una de las 8 provincias andaluzas la mayoría votaba "sí" siendo el porcentaje de participación mayor del 50 del censo de votantes, se legitimaba la comunidad autónoma de Andalucía. De no ser así, y basándose en el artículo 143, habría que esperar 5 años para una nueva votación.
Si algo ha caracterizado a los andaluces pro-Blas Infante son las prisas. El dichoso "Padre de la Patria Andaluza" convocó una fracasada asamblea en 1933 por la cual había que sacar adelante la Andalucía de las ocho provincias sí o sí (pasará a la hitoria por su frase "hay que residenciar a las provincias disidentes", en referencia a Huelva, Jaén, Granada y Almería).
Casi 50 años después, durante la transición, los seguidores de sus ideales siguieron con la misma tónica. Primero, por convocar un referéndum para el que el pueblo andaluz ni estaba preparado ni había tenido tiempo de meditar. Y segundo, porque después de que la vía rápida para crear Andalucía (la del artículo 151) no funcionara, los andalucistas promovieron chanchullos y tejemanejes varios con tal de no esperar los cinco años que establece la ley para celebrar un nuevo referéndum.
Jaén: aquí se vota “por mis muertos”.
Para que la ratificación de la autonomía andaluza prosperara de acuerdo con los establecido en el artículo 151 de la Constitución (tal y como habían pedido los ayuntamientos de Andalucía), la mitad más uno de las personas censadas en todas y cada una de las provincias debería acudir a las urnas. Así pues, la abstención era un elemento activo a tener en cuenta, de hecho, hay que reconocer que los "síes" siempre ganaron ante los "noes", pero el tanto por ciento de participación fue el handicap durante este referéndum.
Durante la tarde-noche del jueves 28 de febrero, los andalucistas se llevaban la primera en la frente: ni en Jaén ni en Almería se había alcanzado la cifra requerida del 50 por ciento de electores. La forma precipitada de convocar el referéndum había jugado en su contra, ya que, entre otras cosas, no hubo tiempo de una actualización del censo. Esto quiere decir que se contó como abstención una buena parte de las personas fallecidas durante 1979.
De esta forma, durante la madrugada del 28 al 29 de febrero, se produjo la primera manipulación: el Ministerio del Interior corregía los censos de -única y exclusivamente- las provincias de Málaga, Granada, Jaén y Almería (o lo que es lo mismo: La Alta Andalucía).
Gracias a esta "limpieza", Granada aprobaba el proceso autonómico con un 52,62 de votos a favor mientras que Málaga lo hacía por los pelos: 50,77 . Sin embargo, en Jaén, pese a contar ya con una participación superior a la mitad, los "síes" se quedaban en un 49,35 .
Lo que más llamaba la atención en la tierra del ronquío era el alto porcentaje de votos nulos, sobre todo (en realidad había puesto sobre todo junto porque soy un subnormal) los consistentes en haber introducido dos papeletas con el mismo voto. Con la excusa de que las papeletas se adherían fácilmente unas a otras, estos votos fueron finalmente considerados como válidos. Tras esta nueva chapuza, en el segundo (y definitivo) escrutinio, Jaén alcanzaba el techo del 50 .
Almería: el auténtico pucherazo.
Por su parte, Almería dió de lleno la espalda al referéndum por la autonomía de Andalucía: la abstención en la provincia más alejada de Sevilla se fijó en cerca de un 54 . Bien es cierto que en algunos municipios se superó el 75 de la abstención, y en otros incluso no llegó a votar NADIE.
Así pues, ni eliminando a los fallecidos del censo electoral, ni validando los votos considerados primeramente como nulos,... ni haciendo mil y una manipulaciones habría forma legal de incluir a Almería en Andalucía. De esta forma, la disidente legañosa bloqueaba el proceso autonómico andaluz.
Para solucionar esta situación hubo diferentes propuestas: desde volver a repetir el referéndum en Almería hasta la de hacer una lectura “forzada” del artículo 144 de la Constitución, según el cual, pese a no cumplir los requisitos, Almería podría ser incluída en la Comunidad Autónoma andaluza “por motivos de interés nacional”. Esta última opción comenzó a ser pactada por Rodolfo Martín Villa y Alejandro Rojas-Marcos. He aquí el primer ejemplo de un no-almeriense decidiendo por nosotros: Martín Villa, leonés y Ministro de Administración Territorial de la primera “era Suárez”. Y Rojas-Marcos, sevillano de ideales andalucistas y, en aquel momento, diputado del Partido Socialista de Andalucía.
Veintitrés de octubre de 1980. Habían pasado casi ocho meses desde el 28F y Andalucía todavía no existía. En Almería, la provincia responsable de que los andalucistas no descorcharan botellas de champán, el diputado de UCD Juan Antonio Gómez Angulo propuso una autonomía uniprovincial siguiendo el modelo de Cantabria o La Rioja. No era la primera vez que Gómez Angulo hablaba de algo diferente a una Almería andaluza: en 1978 ya había promovido una Región del Sureste formada por Almería y Murcia. Sin embargo, esta opción no fue del agrado de ninguna de las dos provincias, especialmente en la murciana, que se encontraba en proceso de constituirse como autonomía en solitario tras el “traslado” de Albacete a Castilla.
El bonito sueño de la Comunidad Autónoma de Almería duró poco, pues enseguida fue truncado por el “apaño” de Martín Villa y Rojas-Marcos... Los grupos políticos presentaron una proposición de ley por la que las Cortes Generales incorporaron a Almería a las otras provincias andaluzas "por motivos de interés nacional".
Un año más tarde, el 31 de Junio de 1981, se celebró el definitivo referéndum para aprobar el Estatuto. Meses después, el 11 de Enero de 1982 los andaluces tuvieron una nueva cita con las urnas, eligiendo a Rafael Escudero como primer presidente de la oficialmente constituida Junta de Andalucía.
No hace falta irse siglos atrás para ver un mapa de España distinto al actual. Basta con coger un libro de geografía de nuestros padres y veremos regiones distintas a las que estamos acostumbrados hoy día.
Tras la muerte de Francisco Franco en 1975 se inició un proceso de transición a la democracia por el cual quedaron legitimizados, entre otras cosas, los procesos de autogobierno. Comienza a forjarse la España de las autonomías, y las regiones del País Vasco y Cataluña fueron las primeras en redactar sus estatutos.
Las nuevas comunidades autónomas fueron surgiendo, por un lado, de las regiones ya existentes, como fueron los casos de Galicia, Asturias, Aragón, Comunidad Valenciana,... Pero por otro lado, aparecieron nuevas autonomías, como Cantabria o La Rioja, nacidas a raíz de que las provincias de Santander y Logroño decidieran segregarse de Castilla La Vieja.
Precisamente, Castilla La Vieja fue la protagonista de otro de los significativos cambios en el mapa de España al unirse -incomprensiblemente- con la región de León (provincias de Zamora, León y Salamanca) formando la grande e inviable comunidad autónoma de Castilla y León.
Por su parte, Castilla La Nueva perdió a Madrid, que se erigió como Comunidad del mismo nombre, pero ganó a Albacete, la cual hasta entonces había sido parte de Murcia. La más que nueva Castilla pasó a denominarse Castilla-La Mancha.
Y nos queda Andalucía... Las ocho provincias del sur de España fueron la tercera comunidad autónoma en dibujarse en el nuevo mapa democrático español. Meses después de que País Vasco y Cataluña aprobaran en sendos referéndums sus estatutos de autonomía, los políticos de la todavía no oficial Junta de Andalucía promovieron a toda prisa la votación popular del invento andaluz.
La principal diferencia entre Andalucía y las autonomías vasca y catalana era muy clara: en el País Vasco y en Cataluña se daba por hecha una voluntad de autonomía entre su población; en Andalucía, no. Así, lo que vascos y catalanes votaron fue la aprobación de un texto: el estatuto. Mientras, los andaluces se disponían a votar si querían o no el autogobierno.
El 143 y el 151.
Desde Sevilla (donde ya se frotaban las manos para ser la capital de la nueva comunidad) se habían proyectado dos caminos legales para alcanzar la autonomía: la del artículo 151 y la del artículo 143 de la Constitución Española.
El 151 era la vía más directa para los intereses pro-andalucistas: si en cada una de las 8 provincias andaluzas la mayoría votaba "sí" siendo el porcentaje de participación mayor del 50 del censo de votantes, se legitimaba la comunidad autónoma de Andalucía. De no ser así, y basándose en el artículo 143, habría que esperar 5 años para una nueva votación.
Si algo ha caracterizado a los andaluces pro-Blas Infante son las prisas. El dichoso "Padre de la Patria Andaluza" convocó una fracasada asamblea en 1933 por la cual había que sacar adelante la Andalucía de las ocho provincias sí o sí (pasará a la hitoria por su frase "hay que residenciar a las provincias disidentes", en referencia a Huelva, Jaén, Granada y Almería).
Casi 50 años después, durante la transición, los seguidores de sus ideales siguieron con la misma tónica. Primero, por convocar un referéndum para el que el pueblo andaluz ni estaba preparado ni había tenido tiempo de meditar. Y segundo, porque después de que la vía rápida para crear Andalucía (la del artículo 151) no funcionara, los andalucistas promovieron chanchullos y tejemanejes varios con tal de no esperar los cinco años que establece la ley para celebrar un nuevo referéndum.
Jaén: aquí se vota “por mis muertos”.
Para que la ratificación de la autonomía andaluza prosperara de acuerdo con los establecido en el artículo 151 de la Constitución (tal y como habían pedido los ayuntamientos de Andalucía), la mitad más uno de las personas censadas en todas y cada una de las provincias debería acudir a las urnas. Así pues, la abstención era un elemento activo a tener en cuenta, de hecho, hay que reconocer que los "síes" siempre ganaron ante los "noes", pero el tanto por ciento de participación fue el handicap durante este referéndum.
Durante la tarde-noche del jueves 28 de febrero, los andalucistas se llevaban la primera en la frente: ni en Jaén ni en Almería se había alcanzado la cifra requerida del 50 por ciento de electores. La forma precipitada de convocar el referéndum había jugado en su contra, ya que, entre otras cosas, no hubo tiempo de una actualización del censo. Esto quiere decir que se contó como abstención una buena parte de las personas fallecidas durante 1979.
De esta forma, durante la madrugada del 28 al 29 de febrero, se produjo la primera manipulación: el Ministerio del Interior corregía los censos de -única y exclusivamente- las provincias de Málaga, Granada, Jaén y Almería (o lo que es lo mismo: La Alta Andalucía).
Gracias a esta "limpieza", Granada aprobaba el proceso autonómico con un 52,62 de votos a favor mientras que Málaga lo hacía por los pelos: 50,77 . Sin embargo, en Jaén, pese a contar ya con una participación superior a la mitad, los "síes" se quedaban en un 49,35 .
Lo que más llamaba la atención en la tierra del ronquío era el alto porcentaje de votos nulos, sobre todo (en realidad había puesto sobre todo junto porque soy un subnormal) los consistentes en haber introducido dos papeletas con el mismo voto. Con la excusa de que las papeletas se adherían fácilmente unas a otras, estos votos fueron finalmente considerados como válidos. Tras esta nueva chapuza, en el segundo (y definitivo) escrutinio, Jaén alcanzaba el techo del 50 .
Almería: el auténtico pucherazo.
Por su parte, Almería dió de lleno la espalda al referéndum por la autonomía de Andalucía: la abstención en la provincia más alejada de Sevilla se fijó en cerca de un 54 . Bien es cierto que en algunos municipios se superó el 75 de la abstención, y en otros incluso no llegó a votar NADIE.
Así pues, ni eliminando a los fallecidos del censo electoral, ni validando los votos considerados primeramente como nulos,... ni haciendo mil y una manipulaciones habría forma legal de incluir a Almería en Andalucía. De esta forma, la disidente legañosa bloqueaba el proceso autonómico andaluz.
Para solucionar esta situación hubo diferentes propuestas: desde volver a repetir el referéndum en Almería hasta la de hacer una lectura “forzada” del artículo 144 de la Constitución, según el cual, pese a no cumplir los requisitos, Almería podría ser incluída en la Comunidad Autónoma andaluza “por motivos de interés nacional”. Esta última opción comenzó a ser pactada por Rodolfo Martín Villa y Alejandro Rojas-Marcos. He aquí el primer ejemplo de un no-almeriense decidiendo por nosotros: Martín Villa, leonés y Ministro de Administración Territorial de la primera “era Suárez”. Y Rojas-Marcos, sevillano de ideales andalucistas y, en aquel momento, diputado del Partido Socialista de Andalucía.
Veintitrés de octubre de 1980. Habían pasado casi ocho meses desde el 28F y Andalucía todavía no existía. En Almería, la provincia responsable de que los andalucistas no descorcharan botellas de champán, el diputado de UCD Juan Antonio Gómez Angulo propuso una autonomía uniprovincial siguiendo el modelo de Cantabria o La Rioja. No era la primera vez que Gómez Angulo hablaba de algo diferente a una Almería andaluza: en 1978 ya había promovido una Región del Sureste formada por Almería y Murcia. Sin embargo, esta opción no fue del agrado de ninguna de las dos provincias, especialmente en la murciana, que se encontraba en proceso de constituirse como autonomía en solitario tras el “traslado” de Albacete a Castilla.
El bonito sueño de la Comunidad Autónoma de Almería duró poco, pues enseguida fue truncado por el “apaño” de Martín Villa y Rojas-Marcos... Los grupos políticos presentaron una proposición de ley por la que las Cortes Generales incorporaron a Almería a las otras provincias andaluzas "por motivos de interés nacional".
Un año más tarde, el 31 de Junio de 1981, se celebró el definitivo referéndum para aprobar el Estatuto. Meses después, el 11 de Enero de 1982 los andaluces tuvieron una nueva cita con las urnas, eligiendo a Rafael Escudero como primer presidente de la oficialmente constituida Junta de Andalucía.