Una tarde de verano, hartos de cazar moscas y con un calor acojoconante, los colegas (*) y yo, decidimos visitar
el cementerio, fumar unos cigarros y bebernos unas cervezas, allí estaba casi uno de los nuestros, Alfonso (**),
en una especie de capilla pequeña o cripta, apoyado en un nicho sin lápida, algunos más descerebrados que
nosotros, lo debieron de sacar en su día.
Alfonso, debió de ser militar en su época, tenía el uniforme impoluto (el no), con unos botones de metal, que en su día
debieron de ser dorados, unas botas altas negras impresionantes, y una gorra similar a ésta :
Habitualmente, la gorra iba pasando de cabeza cabeza, pero aquel era un día aciago, al quitarle la gorra, Alfonso
perdió la misma, rodando rodando, aparcó a los pies del ataúd. Aquello era una irreverencia, nos quedamos alelaos.
Pero ahí estaba Vela (***), el más aguerrido de nosotros; salió de la capilla, volvió con un palo, se lo introdujo en
el cuerpo, y en la parte superior del palo, colocó la cabeza y le devolvió la gorra.
Alfonso recuperó su digno porte, le miramos, nos miramos, dimos nuestra aprobación y marchemos a tomar por culo.
(*) Ya los presenté en el hilo cagar fuera de casa,4 o 5 taraos, variaban en función del castigo o de la indisposición
de la castaña de la noche anterior.
(**) El nombre se lo pusimos porque averiguando en la biblioteca, el traje y la gorra, más o menos eran de la época en que reinaba un tal
Alfonso
(***) Vela era su nombre artístico, ya que desde su más tierna infancia, hasta el inicio de la adolescencia, siempre
lo recuerdo con un moco colgándole hasta la comisura del labio superior.