cuellopavo
El hombre y la caja
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- 23 Abr 2006
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Después de un ligero aplauso de bienvenida, las notas de las guitarras invadieron alegremente cada espacio vacío de aquella silenciosa habitación. También lo hicieron en su alma y un escalofrío recorrió su cuerpo desapareciendo placenteramente en su más íntima sexualidad. Cerca del espejo observó detenidamente la longitud de sus pestañas, el rojo intenso, casi luminoso, de sus labios, y con sus manos acarició la larga trenza que terminó amarrando con un pañuelo de seda recuerdo de los años más jóvenes de su madre. Respiró hondamente y mirando en sus ojos imitó la voz quebrada de aquella canción.
Déjame que te cuente limeña,
déjame que te diga la gloria, del ensueño que evoca la memoria
del viejo puente, el río y la alameda…
De todas las canciones aquella era la suya, podría ponerla casi mil veces y una y otra vez soñar mil y una historias de amores imposibles.
Su madre no pensaba lo mismo y de mala ostia llamó a la puerta gritando.
- Rapaz, vete espabilando, después no digas que no te avisé.
Con cuidado se quitó la peluca y mientras borraba los restos de maquillaje de su rostro volvió a sentir aquella tristeza por él y sus sentimientos.
Como cada noche se reunían en el único bar abierto a esas horas en el puerto; la gente solía traer su "lunch", y el que no, encargaba allí un par de bocadillos para la dura jornada en busca de la sardina. La tripulación debatía sus penas y alegrías entre cubatas de bacardi y gintonics de alguna ginebra de moda.
-Patrón, que, bonita noche, lo saludaron mientras ocupaba un taburete a la vez que ponía la bolsa encima de la barra.
-Ponme uno de lo mío, dijo. Como cada noche.
El contramaestre jugaba a su lado con su vaso casi vacío. El patrón lo miró y pensó que buscaba el momento para comentarle algo, así que reaccionó preguntándole por la gente, si ya estaban todos.
-No patrón aun falta el nuevo, el chaval. Ya estará al caer.
Volvió a vueltas con el vaso y como tartamudeando, como siempre que no hablaba solo por él.
-De él te quería hablar, la gente no ésta cómoda con el nuevo, ya sabes lo que dicen por ahí, yo no tengo nada contra los maricones, pero la gente está preocupada, nosotros dormimos todos juntos, ya sabes, piensa lo que te digo, la gente habla, y también se calienta.
-No creas que no lo se, ya lo esperaba -contestó después de darle un trago a su copa- pero piensa en su madre, es el único hombre que hay en la casa y en este pueblo casi todos somos familia. Déjame hacer, ya pensaré algo.
El patrón era un hombre de mar, de los que cortan las cosas por lo sano, de los que piensan en las familias y no en los hombres. Orgulloso de que su gente siempre ganaba bien. Se quedó en silencio mientras el chaval entraba por la puerta. No es mal chaval, pensó, pero coño mira que hay nombres para Manuel. Manolo o Manolito, incluso Manu, o Lolo, pero este tenía que responder por Manolín.
Ala, venga, que ya estamos todos; y juntos entre coñas e chorradas salieron hacia el puerto donde esperaba su barco. Desde el puente y mientras los hombres bajaban a la bodega de sus catres, el patrón llamó en alto a Manolin.
-Rapaz coge la colchoneta y tráela al puente, esta noche me haces tú la guardia.
El contramaestre miró hacia arriba mientras arriaba los cabos, el patrón encogió los hombros como dando a entender que por ahora era la mejor solución.
Y así fue como partieron aquella noche tranquila de verano, de las de calma chicha, enfilando la costa tras la estela de la luna casi llena.
El chaval no perdía detalle, cualquier otro día ya estaría durmiendo, pero hoy la alegría de viajar en el puente lo mantenía despierto con ganas de conversación, preguntando a cada momento por cada movimiento, a lo que el patrón respondía cual maestro de escuela.
Durante los silencios tarareaba una melodía que repetía una y otra vez. Manolín recaló en la canción y durante unos minutos escuchó tratando de identificarla.
-¿Es un bolero verdad?, preguntó de repente.
-Creo que si contestó, y tiene el mismo nombre que el barco. Y sonrió abiertamente hacia él.
-¿Es que estuvo de farra esta noche patrón?, preguntó.
-¿Por?
-Nada, se lo digo por que tiene una marca de carmín en los dientes.
Como asustado el hombre se intentó limpiar con el brazo de su chaqueta, sin conseguirlo.
-Aun no, dijo Manolin, déjeme a mí. Y de su bolsillo sacó un pañuelo de papel con el que limpió cariñosamente el carmín de sus dientes.
La proa de "La flor de la canela" se abría paso sobre el reflejo de la luna, dejando una estela de ondas plateadas, sardinas juguetonas saltaban a su paso sabedoras de las canciones que las sirenas cantan en las noches de amores imposibles en la ría.
Y recuerda que...
Jazmines en el pelo y rosas en la cara
airosa caminaba la Flor de la canela...
Déjame que te cuente limeña,
déjame que te diga la gloria, del ensueño que evoca la memoria
del viejo puente, el río y la alameda…
De todas las canciones aquella era la suya, podría ponerla casi mil veces y una y otra vez soñar mil y una historias de amores imposibles.
Su madre no pensaba lo mismo y de mala ostia llamó a la puerta gritando.
- Rapaz, vete espabilando, después no digas que no te avisé.
Con cuidado se quitó la peluca y mientras borraba los restos de maquillaje de su rostro volvió a sentir aquella tristeza por él y sus sentimientos.
Como cada noche se reunían en el único bar abierto a esas horas en el puerto; la gente solía traer su "lunch", y el que no, encargaba allí un par de bocadillos para la dura jornada en busca de la sardina. La tripulación debatía sus penas y alegrías entre cubatas de bacardi y gintonics de alguna ginebra de moda.
-Patrón, que, bonita noche, lo saludaron mientras ocupaba un taburete a la vez que ponía la bolsa encima de la barra.
-Ponme uno de lo mío, dijo. Como cada noche.
El contramaestre jugaba a su lado con su vaso casi vacío. El patrón lo miró y pensó que buscaba el momento para comentarle algo, así que reaccionó preguntándole por la gente, si ya estaban todos.
-No patrón aun falta el nuevo, el chaval. Ya estará al caer.
Volvió a vueltas con el vaso y como tartamudeando, como siempre que no hablaba solo por él.
-De él te quería hablar, la gente no ésta cómoda con el nuevo, ya sabes lo que dicen por ahí, yo no tengo nada contra los maricones, pero la gente está preocupada, nosotros dormimos todos juntos, ya sabes, piensa lo que te digo, la gente habla, y también se calienta.
-No creas que no lo se, ya lo esperaba -contestó después de darle un trago a su copa- pero piensa en su madre, es el único hombre que hay en la casa y en este pueblo casi todos somos familia. Déjame hacer, ya pensaré algo.
El patrón era un hombre de mar, de los que cortan las cosas por lo sano, de los que piensan en las familias y no en los hombres. Orgulloso de que su gente siempre ganaba bien. Se quedó en silencio mientras el chaval entraba por la puerta. No es mal chaval, pensó, pero coño mira que hay nombres para Manuel. Manolo o Manolito, incluso Manu, o Lolo, pero este tenía que responder por Manolín.
Ala, venga, que ya estamos todos; y juntos entre coñas e chorradas salieron hacia el puerto donde esperaba su barco. Desde el puente y mientras los hombres bajaban a la bodega de sus catres, el patrón llamó en alto a Manolin.
-Rapaz coge la colchoneta y tráela al puente, esta noche me haces tú la guardia.
El contramaestre miró hacia arriba mientras arriaba los cabos, el patrón encogió los hombros como dando a entender que por ahora era la mejor solución.
Y así fue como partieron aquella noche tranquila de verano, de las de calma chicha, enfilando la costa tras la estela de la luna casi llena.
El chaval no perdía detalle, cualquier otro día ya estaría durmiendo, pero hoy la alegría de viajar en el puente lo mantenía despierto con ganas de conversación, preguntando a cada momento por cada movimiento, a lo que el patrón respondía cual maestro de escuela.
Durante los silencios tarareaba una melodía que repetía una y otra vez. Manolín recaló en la canción y durante unos minutos escuchó tratando de identificarla.
-¿Es un bolero verdad?, preguntó de repente.
-Creo que si contestó, y tiene el mismo nombre que el barco. Y sonrió abiertamente hacia él.
-¿Es que estuvo de farra esta noche patrón?, preguntó.
-¿Por?
-Nada, se lo digo por que tiene una marca de carmín en los dientes.
Como asustado el hombre se intentó limpiar con el brazo de su chaqueta, sin conseguirlo.
-Aun no, dijo Manolin, déjeme a mí. Y de su bolsillo sacó un pañuelo de papel con el que limpió cariñosamente el carmín de sus dientes.
La proa de "La flor de la canela" se abría paso sobre el reflejo de la luna, dejando una estela de ondas plateadas, sardinas juguetonas saltaban a su paso sabedoras de las canciones que las sirenas cantan en las noches de amores imposibles en la ría.
Y recuerda que...
Jazmines en el pelo y rosas en la cara
airosa caminaba la Flor de la canela...
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