Pues lo cierto es que nunca acababa de salir blanco por mas que lo lavaras. Alguna voluntariosa madre lo metía a la tercera o cuarta lavada en lejía,con lo que el dobok ( que no kimono) se quedaba blanco nuclear pero los ribetes negros lucían amarranaos y al final no habia otra que pedir un nuevo dobok a la revista “Dojo”, que valiendo el doble que el que te vendían en el gimnasio, te proporcionaba nada menos que un Adidas de importación. De los buenos, de los que sonaba cuando aún estabas aprendiendo a lanzar tus primeras patadas.
Aquí mi último uniforme de guerra. Veinte años ha y casi cien kilos mas de por entonces su dueño.
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Por lo demás, nada que objetar al anuncio. La moza ejecuta un mondolio olgul nako chagui que mas te vale que lo realices en combate con impecable seguridad porque durante un nano segundo pierdes visión de tu oponente y si no mides la distancia, te caza una contra que además de punto positivo para el contrincante te puede hacer comer un kao.
Por cierto, alguno me llevé y también alguno entregué, empero fuera del dojan ( que no tatami) nunca se me ocurriría emplear lo que aprendía. Acaso por naturaleza entre tranquila y renuente a problema de quien suscribe o simplemente como he hablado con mucha gente que practica y practicó artes marciales orientales, cuanto mas sabes mas desconoces. En fin, no sé, me viene a la mente el personaje de Robert Carlile en Trainpotting, un auténtico mastuerzo al que no le hace falta otra cosa para pelear que su carácter de mala bestia y su actitud desafiante. Cuando te encuentras a gente así, mucho cuidado con ponerte a exhibir lo que aprendes en el gimnasio porque salvo que sea cuestión de vida o muerte, hagas lo que hagas siempre vas a perder.
Al menos así lo aprendí yo y así lo cuento a los conforers. Y abundando en recomendaciones, sí me voy a permitir algo al respecto ( y lo digo especialmente para los que tengáis niños, reales o potenciales).Supongo que valdrá para otras artes marciales pero yo hablo de la que tuve la suerte de conocer. Y lo primero que aprendes es a descargar una cantidad ingente de endorfinas con la preparación física y los combates ( también a perder las ganancias musculares de las pesas - eran otros tiempos y entonces no había tanta información como hoy- ) pero sobre todo aprendes disciplina, respeto y humildad.
Incido en lo de los niños a los que di clases durante algunos años. Se encuentran jugando y entrenando a la vez, y entre veras y bromas, se tienen que enfrentar a la niña que le da mil vueltas en el combate; sabe que si no quiere recibir va a tener que esforzarse mas; sabe que ella, aunque niña, es mejor que él y eso es una innegable lección de humildad; sabe que está él solo y no está ni su papi, ni su mami para protegerle o protestar al árbitro como cuando jugaba la fútbol; sabe que la próxima vez que vengan a mangarle el bocadillo en el cole, recibirá una colleja como tantas veces antes ocurría pero un buen día se revelará y devolverá con intereses esa ofensa; sabe que puede haber compañeros mas torpes y que necesiten ayuda para por ejemplo ponerse las protecciones, aprendiendo así el valor del compañerismo ( tuve un alumno con autismo, una auténtica pesadilla. El día que pasó a cinturón blanco-amarillo recibió probablemente la mayor ovación de su vida por parte de toda la clase); y sabe, como no podía ser menos, que se lo pasa de puta madre con su dobok mas o menos blanco haciendo el cabra con sus amiguitos jugando a dar patadas.
Y en fin, que aún teniendo ese lado lúdico y de ejercicio físico y que de alguna manera aquello del taekwondo te queda aparcado en el baúl de los recuerdos, de vez en cuando la realidad te da de merendar crudeza y no está demás afrontar la adversidad sabiendo que en un segundo te puedes hundir en el caos, pero también en la victoria. El taekwondo, esa lección de vida:
Chariooooot.
Saboniiiiiiiiiim.
Kioñéééééééééééé
(( Protocolo de fin de toda clase de Taekwondo enunciado alargando la última vocal como se hace en coreano ))