ultimatum rebuznó:
Es curioso, tenemos esa sensación de "A mi no me pasará eso"...ni muerte asesinado, ni de cancer, ni de accidente de tráfico...¿De qué creeis que os vais a morir?
Al terminar el verano, en ese momento en el que el Sol deja de castigar los hombros poco antes de atardecer, pasear por los jardines de la institución era uno de sus placeres recurrentes. Hablaban de casi cualquier cosa y luego, cansados, se sentaban en uno de los bordillos a lo largo del camino, espantando las pequeñas lagartijas que sobre las piedras amontonadas acaparaban los lastimeros rayos de luz. Un pequeño muro a poniente y un árbol era lo poco que necesitaban. Ella se inclinaba hacia adelante para arreglarse los calcetines, primero levantándolos hasta arriba y luego doblando el extremo un poco hasta que quedaran iguales. Él la miraba con ternura y esperaba que levantara la cabeza sonriendo, como cada vez al terminar. Luego extendía su mano hacia su regazo, con la palma hacia arriba, para que ella la escondiera entre sus dedos. Muy lejos del placer sexual, aquellos gestos repetitivos componían su pequeña intimidad carnal.
Como siempre, ella apoyaba la cabeza en su hombro. La sentía respirar profundo, primero un poco agitada, luego más despacio, y ambos quedaban en silencio contemplando las sombras danzantes de las hojas sobre el camino.
Háblame de tu lugar favorito.
En verano, en la casa del pueblo de mi abuela, una esquina del terreno donde tiende la ropa limpia. Un cordel de color verde, de hilo trenzado, atado entre la rama de un almendro y la verja. Cuando tiende me siento a mirarla apoyando la cabeza entre las manos y si me mira y sonríe, bajo la cabeza medio avergonzado. Entonces le ayudo a recoger las pinzas que han caído a la tierra y ella se aleja con el cesto vacío. Cuando ha tendido la ropa de cama, espero a que se marche para que no me regañe, y con el cuerpo medio desnudo por el calor, abro los brazos y abrazo las sábanas que ondulan con el viento, inspiro con fuerza y mi cabeza se llena del olor de la ropa recién lavada. Siento el frescor y luego el calor del Sol en mi espalda, y juego alternando esas sensaciones, hasta que mi madre me ve y me llama la atención porque puedo manchar las prendas.
Pequeños grupos pasean por el camino sin detenerse a hablar con ellos y cuando se miran a uno le cuesta decidir quiénes son los más avergonzados. En algunas ocasiones se recuestan sobre la yerba, con las piernas colgando, y ella se comporta como la niña que es. Juega a hacerle cosquillas o bien se acerca a él, juntando las caras, y con sus pequeñas manos como pequeños muros a los lados de sus cabezas, trata de crear para él un espacio de oscuridad, en el que sólo sus ojos brillan. Y en ese momento se sienten como uno solo, y él se pregunta si eso es lo que llaman amor, sin decir nada, porque ambos aprendieron hace tiempo que en silencio se ama mejor. Y cuando vengan a recogerla, ¿qué haré yo? Cuando termine el verano y ambos nos marchemos, ¿quién se sentará a este lado del camino? ¿Nos extrañará este árbol como yo lo extrañaré a él? Quizá nuestra ausencia no sea suficiente para que la yerba nos olvide. Porque nada quedará de nosotros en este lugar, ninguna inscripción sobre las piedras o la corteza de ningún tronco, ningún pequeño túmulo de piedras que la gente pueda mirar al pasear, nada que les recuerde que dos personas se amaron a la sombra de esta senda. Y el brillo de sus ojos, vivo como dos luminarias, se apaga cuando separa sus manos y el atardecer entra de lleno en sus miradas. ¿Es esto morir? ¿Sentirse ausente del mundo? El silencio y dos ojos en los que reflejarte, ¿es eso la muerte? Abandonarse y dejar que sea el viento el que respire por nosotros, sólo eso. ¿Y qué hay de la yerba, las lagartijas, la ropa limpia, sus calcetines?
Ella se levanta, dolorida por el esfuerzo. Levanta la cabeza y se diría que olfatea el aire como un animal. Él se queda tumbado un poco más. Luego se ayudan a levantarse y vuelven al camino. Se dirigen en silencio al edificio, donde se arreglarán en sus habitaciones para luego bajar a cenar. Y esta noche, su última noche, los volverán a sorprender con algún juego tras la cena, o quizá un baile, para el que todos se pondrán sus mejores zapatos. Y ya en la habitación, tumbado en la cama, él dejará la luz encendida porque teme la oscuridad y se preguntará si será capaz de conciliar el sueño una noche más.
Cuando llegue el momento, ¿qué será lo último que piense? ¿Cuál será mi refugio? Qué rostros, qué lugares. Sus ojos o los de otra, mi madre o quizá mi abuela. ¿Tendré tiempo de cubrir con mis manos la luz del Sol y mirarle directamente a los ojos?