No me gusta el tabaco, no me gusta su olor, me repugna su sabor y de todos los vicios me parece el menos reconfortante.
Pero para todo hay clases.
Qué atractivo me resulta ver a una mujer bonita fumar con elegancia. Expulsando el humo en finas columnas que huyen despavoridas, sin atreverse a posar un poco siquiera de ese vulgar aroma a antro que deja en el pelo de las que no saben esquivar la nube. Me parece una obra de arte que enfrenta la belleza y la inherente decadencia a la que está sujeta. Tempus fugit, carpe diem, follemos y olvidémonos de todo cuanto parecía importar. En casos así hasta esa lengua rasposa me parece erótica.
En cambio detesto de la forma más visceral a las fumadoras de Pueblo u otras marcas baratas de liar que van por ahí haciéndose cigarros, bolsa de tabaco abierta en el regazo y sacando la lengua para pegarlos sin el más mínimo pudor. Degeneradas vituperables y carentes de gracia que suelen acompañar la estampa con atuendos que redundan todavía más en su desprecio por lo estético. No encuentro ejemplos en una búsqueda rápida, pero seguro que más de uno la tiene grabada a fuego y no es necesario herir la vista.