Yo me crié en un barrio obrero de mierda, con familias trabajadoras y humildes, pero también sucias y maleducadas, y fruto de ello, aunque jugaba mucho en la calle, me veía obligado por cuestiones de ética y prosapia a evitar a ciertos sujetos oscuros o mezclados. En mi escalera vivían dos hermanas, en el 2º y 3º respectivamente, que eran pellaires de esos, como sucedáneos de etnianos o mezclados, y con unas costumbres similares. Cuando bajabas por la escalera y tenían la puerta abierta salía un tufillo a mierda que era una invitación al suicidio. Una de mis hermanas era amiga de la hija de una de esas dos hermanas, tenía su misma edad y creo que se debía de duchar una vez al año como mucho, con el pelo grasiento y la ropa siempre llena de lamparones, normalmente de coca-cola, que siempre consumían en cantidades industriales.
Recuerdo una vez que bajaron los hermanos pequeños con unos bocadillos de mantequilla con azúcar o algo así, una basura, y la madre, que estaba asomada a la ventana, nos ofreció, a mi y a mi hermana, dos bocadillos iguales, a lo que dijimos que no, pero como si estuviéramos suplicando por nuestras vidas, y la tipa después de hacer una mueca de desaprobación, ofendida, se metió para dentro. Me entró hasta un sudor frío ante la posibilidad de tener que degustar las viandas que salieran de esa casa-estercolero con hedores del infierno.
Luego he tenido experiencias directas con lolailos, todas negativas, y normalmente por la naturaleza pendenciera e incivilizada de los mencionados, que a la mínima te trataban de joder. En una ocasión estuve amenazado por un gipsi porque su primo, que iba conmigo a repaso, estuvo vacilándome y yo respondí a sus bravuconadas, a lo que el hijo de puta se lo dijo a otros primos mayores, que fueron a por mi en una ocasión, en la que me salvé de milagro, porque tenía piernas largas y pude correr más que ellos. Además de otras veces, en las que siendo pequeño y jugando al fútbol también nos vimos asaltados por lolailos.
Los lolailos son como los niggas usanos, subvencionados y favorecidos con paguitas, sin necesidad de obedecer la ley que impera para los demás, y acostumbrados a vivir en sus guetos en los cascos antiguos de las ciudades, y a los que convenía seguirles el juego, en nuestra infancia, cuando se inmiscuían en los asuntos de "payos", para que no vinieran luego en manada a partirte el esternón y convertir tu masa encefálica en horchata.