Ya sé que es triste pedir, pero más triste es irse de un local con un ojo llorando y un dedo mordido.
Pues como dicho, si uno nunca sabe cómo puede termina una noche de juerga metropolitana, a veces, nisiquiera sabe cómo empieza.
Me encontraba yo tomando una copas el sábado con los dos guardianes de la momia de mi avatar en un local bastante de moda del barrio del Born, donde solemos destacarnos por ser los únicos no pijos y los que menos mantienen la compostura, la dignidad y más se someten a la risa de los demás, pero esta vez los indignados -mejor dicho, él indignado- salí siendo yo.
Nos tomamos la primera cerveza dando la lata a 3 estadounidenses bastante bordes (y borrachas) que estaban a nuestra derecha, hasta que decidí sentarme, y como no había sitios me senté en la mesa donde había 4 autóctonas bebiendo la cerveza número N.
Por lo visto, bastante antes ya el alcohol les había hecho efecto, porque estaban en condiciones bastante lamentables. Y ni siquiera eran divertidas, así que no sirvió de mucho la proximidad hacia ellas.
La verdad es que a duras penas lograban hablar; era el cumpleaños de una de ellas (que tenía muy buen culo) pero la más potable era otra, de pelo rizado, morena y cara simpática.
Resumiendo, yo ya miraba para otra parte cuando una de ellas me preguntó si tenía hora y allí se desencadenó todo. Le enseño el móvil y, en ese momento, la potable de antes, que tenía mi mano sosteniendo el móvil cerca de su cara me pegó un mordizco muy fuerte en el dedo anular. Tan fuerte que lo quité en seguida, y como tengo uñas largas para la guitarra, en el tirar de él le hice daño en el paladar. Se quejó, la histérica, mientras yo lamentaba mi dolorido dedo y la del buen culo, como represalia, me tiró spray en el ojo izquierdo.
Tenía ya un ojo ardiendo por el spray (que era para el dolor de garganta y no de pimienta, por suerte) y un dedo con huellas de dentadura.
Les dije de todo, que si lo hubiese hecho yo me habría ya echado del bar, que si no sabían beber no bebiesen y otras tonterías que suelen decirme a mí cuando soy yo el borracho.
Me miraban con desprecio y llamaron a uno de mis amigos (que estaba sobando la teta derecha de una de las cuatro borrachas) y le dijeron que “espavilara, que así es como hay que tratar a los argentinos”.
En fin, salí dolido en cuerpo y alma, y así empezó mi noche, la cual no terminó mejor.
Moraleja. Si te preguntan qué hora es diles que no sabes.
P.D.: Sí, estoy mejor y he vuelto, gracias por vuestro apoyo. (Momento chupi.)
Pues como dicho, si uno nunca sabe cómo puede termina una noche de juerga metropolitana, a veces, nisiquiera sabe cómo empieza.
Me encontraba yo tomando una copas el sábado con los dos guardianes de la momia de mi avatar en un local bastante de moda del barrio del Born, donde solemos destacarnos por ser los únicos no pijos y los que menos mantienen la compostura, la dignidad y más se someten a la risa de los demás, pero esta vez los indignados -mejor dicho, él indignado- salí siendo yo.
Nos tomamos la primera cerveza dando la lata a 3 estadounidenses bastante bordes (y borrachas) que estaban a nuestra derecha, hasta que decidí sentarme, y como no había sitios me senté en la mesa donde había 4 autóctonas bebiendo la cerveza número N.
Por lo visto, bastante antes ya el alcohol les había hecho efecto, porque estaban en condiciones bastante lamentables. Y ni siquiera eran divertidas, así que no sirvió de mucho la proximidad hacia ellas.
La verdad es que a duras penas lograban hablar; era el cumpleaños de una de ellas (que tenía muy buen culo) pero la más potable era otra, de pelo rizado, morena y cara simpática.
Resumiendo, yo ya miraba para otra parte cuando una de ellas me preguntó si tenía hora y allí se desencadenó todo. Le enseño el móvil y, en ese momento, la potable de antes, que tenía mi mano sosteniendo el móvil cerca de su cara me pegó un mordizco muy fuerte en el dedo anular. Tan fuerte que lo quité en seguida, y como tengo uñas largas para la guitarra, en el tirar de él le hice daño en el paladar. Se quejó, la histérica, mientras yo lamentaba mi dolorido dedo y la del buen culo, como represalia, me tiró spray en el ojo izquierdo.
Tenía ya un ojo ardiendo por el spray (que era para el dolor de garganta y no de pimienta, por suerte) y un dedo con huellas de dentadura.
Les dije de todo, que si lo hubiese hecho yo me habría ya echado del bar, que si no sabían beber no bebiesen y otras tonterías que suelen decirme a mí cuando soy yo el borracho.
Me miraban con desprecio y llamaron a uno de mis amigos (que estaba sobando la teta derecha de una de las cuatro borrachas) y le dijeron que “espavilara, que así es como hay que tratar a los argentinos”.
En fin, salí dolido en cuerpo y alma, y así empezó mi noche, la cual no terminó mejor.
Moraleja. Si te preguntan qué hora es diles que no sabes.
P.D.: Sí, estoy mejor y he vuelto, gracias por vuestro apoyo. (Momento chupi.)