Era una niña muy mona, aaaah, que vivía en...

Queremos saber qué giros tiene la trama.

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CAPÍTULO 3

Llegué primero a la Viblioteca porque a ella la entretuvieron en el trabajo, ni siquiera iba a poder pasar por casa. Además el sitio estaba vacío por ser primera hora. Iba a ser un encuentro algo violento ya que no habría ruido de fondo que aliviase algún silencio incómodo, ni lugar al que escapar la mirada entre tanta silla vacía. Pero servidor ya cuenta muchas primaveras como para arredrarse. También tenía yo curiosidad por verla en persona, que ya sabemos que las mujeres son expertas en filtros y ángulos de cámara, iluminación y maquillaje. Quizá después de todo fuera yo el decepcionado.

Entró, tímida, pelín azorada y nerviosa. Saludó y fue directa al baño. Recogí su abrigo y lo puse en una percha junto a nuestra mesa (primer acierto galante). A la vuelta la tuve por fin enfrente y constaté que era al 95% como en las fotos y vídeos: muy guapa, expresivos ojos enormes, barbilla marcada, labios gruesos, cabello alborotado y rizado, una imagen tierna que me recordaba a la Meg Ryan de Cuando Harry encontró a Sally.

Me encargué de que la conversación progresara a pesar de su evidente timidez. Recuperé el tono del chat y fuimos contándonos episodios de nuestra vida, graciosos, tristes, eróticos, familiares, con la misma fluidez que ya teníamos online. Poco a poco me fui acercando a ella: le ofreces un bocado para picar, le coges su mano con la excusa de que las tiene frías, dejas la tuya sobre su rodilla a mitad de una frase para enfatizar algo, le pellizcas con suavidad una mejilla llamándola traviesa por algún comentario salaz... en fin, el abc de la seducción cara a cara. Y ella lo encajaba todo con una sonrisa, así que, tras un par de horas de conversación (y una botella y media de vino) en cuanto me halagó diciendo lo audaz que había sido yendo a conocerla, a pesar de todo, pensé que había venido a jugar fuerte, así que le sujeté la barbilla y le planté un beso en la boca. Lo recibió con agrado y en cuanto me separé de sus labios para mirarla, fue ella la que se apresuró a dejar su taburete y venir a mi encuentro.

Yo no daba crédito pero, por supuesto, no le pedí explicaciones, me limité a seguir con la charla mezclando cada vez más besos, hasta que el clima se iba calentando y consideramos prudente salir a la calle antes de que nos llamaran la atención. En un soportal fuimos como dos adolescentes en celo, no recordaba tantos besos y tantas caricias callejeras desde que tenía 16 años. Y me encantó. Me sentí un puñetero crío y disfruté de ello, quizá porque pensaba que era algo que, camino de la cincuentena, no iba a experimentar nunca más.

Ganado ya el partido, osé preguntarle qué había cambiado, si tan diferente era mi aspecto en persona respecto al del vídeo o qué demonios había sucedido. Me confesó avergonzada que el rechazo al vídeo fue una mentira, que me desanimó porque sentía vértigo ante una posible relación a distancia, que tenía muchos problemas en su vida (ya sabemos que las mujeres siempre están cargadas de problemas, siempre) y no quería empezar algo así, por tanto, utilizó el vídeo como excusa. Pero que ahora, en persona, se había sentido tan a gusto, se lo había pasado tan bien, que se moría de ganas de que la besara. (Teorema: nunca te creas nada de lo que dicen las mujeres y sólo la mitad de lo que veas; corolario: hay que tentar la suerte siempre, las mujeres viven de sensaciones, no de razones).

La acompañé a la puerta de su casa, como buen caballero español, ni me ofreció subir ni se lo insinué yo, pero quedamos en vernos al día siguiente. Me fui a casa con una sonrisa de oreja a oreja, tan eufórico que, a pesar de llevar 48 horas despierto, me costó dormirme. Con lo vivido ya daba por amortizada la locura del viaje. Y antes de dormir tarareaba "Christmas is all around"...

PRÓXIMO CAPÍTULO: dry Martini, Windsor y Boca Chica o de como sacarle la polla de la boca a una mujer puede sellar tu destino.
¿Has viajado a Barcelona o en el tiempo a una comedia ñoña de primeros de los 90?
 
Más allá del placer sexual existe el placer de seducir, conquistar y someter.
Una tía con sus pellejos treintañeros, haciéndote cruzar media España, teniéndole que regalar unos zapatos de a saber cuánto (no se venden baratas), mareándote con ahora me gustas y ahora no, que la cita ha estado muy bien pero lo de subir a follar para otro día...

Lo que viene siendo un sometimiento del duro.
El que te ejerce ella, digo.
 
Poco a poco me fui acercando a ella: le ofreces un bocado para picar, le coges su mano con la excusa de que las tiene frías, dejas la tuya sobre su rodilla a mitad de una frase para enfatizar algo, le pellizcas con suavidad una mejilla llamándola traviesa por algún comentario salaz...
Pero si hoy le tocas la cara a una chica de primeras y te suelta una ostia.

¿Tiene familia en Morata de Tajuña? La desesperada, digo.
 
CAPÍTULO 4

Quedamos cuando la noche ya había tomado Barcelona, para que ella tuviera tiempo de arreglarse y descansar algo tras su jornada laboral. El Dry Martini es una elegante y extemporal coctelería de la zona del ensanche, local con solera en el que ver y dejarse ver. Paredes cubiertas de botellas, luces tenues, sofás acogedores, rincones íntimos... pero atestado un viernes por la noche. Llegué pensando si se habría roto la magia del día anterior, quebrada por la ausencia de alcohol o la presencia de lo cotidiano; yo seguía en la burbuja ya que apenas había cruzado la palabra con nadie en todo el día, dedicado simplemente a deambular por una gélida y soleada ciudad condal.

Me aguardaba sentada en un taburete de la barra, minifalda de infarto, medias estampadas, blusa ceñida destacando su cintura, discretamente maquillada y peinada: un auténtico bombón. Cuando se giró para hacerme una seña estuve a punto de darme la vuelta buscando al destinatario de la misma, pensando que no podía ser para mí, una mujer así quedaba fuera de mi alcance. Una vez más reuní el valor, me acerqué a ella y sin saludar siquiera la besé y abracé con fuerza primero, con ternura después. Se mostró encantada, recuperando el tono en el que lo habíamos dejado.

Tras una copa llena de halagos mutuos sobre nuestra indumentaria (ambos nos habíamos esmerado por agradar) nos fuimos a cenar a Windsor, un restaurante cercano de copete, con butacas en vez de sillas, manteles de hilo, distancia entre mesas y un sumiller que te aconseja un vino después de saber qué has pedido para cenar. El escenario de seducción resultaba perfecto, elegancia acorde con nuestra exultante facilidad para reírnos de cualquier tontería, cogernos la mano, darnos un beso o arrojarnos un comentario procaz. Cenamos con calma, más interesados en la conversación que en las exquisiteces culinarias, más pendientes de agradar que de honrar la alta cocina.

La siguiente parada en la refinada noche de Barcelona fue un local llamado Boca Chica, anexo al restaurante Boca Grande. Se trataba de un lujoso bar de copas con música de DJ al que se accede tras subir unas escaleras que dan lugar a la barra y a un pequeño salón con mesas bajas y banquetas forradas en piel que, por supuesto, estaba atestado. Pedimos las bebidas y me prometió una sorpresa, arrastrándome de la mano hacia los baños del local. Para mi estupefacción los baños eran unisex y funcionaban como segunda sala de discoteca, con la misma música de la parte superior; luz macilenta, paredes cubiertas de espejos, una bancada rodeando el espacio donde surgían los lavabos de estilo victoriano y cabinas individuales al fondo.

Me senté en el banco y ella sobre mis rodillas. Mientras consumíamos la bebida no podía evitar un cierto complejo de 'sugar daddy' al verme inmerso en un ambiente ajeno de la mano de una chiquilla doce años más joven que yo. Pero, qué demonios, había venido a disfrutar, no a boicotear la fiesta, así que aparté las dudas y me centré en seducir y acariciar, en buscar los indefensos rincones de su atuendo que me permitieran acariciar su piel desnuda. Ella se dejaba conquistar, con picardía y delectación. Jugábamos al ratón y al gato con la vigilante de los baños que retiraba las copas, subiendo poco a poco la intensidad de nuestras acometidas y cesando bruscamente ante la presencia de la autoridad. En uno de los arrebatos acabé por quitarle el sujetador así que entre risas nos metimos en una de las cabinas con la excusa de volver a abrocharlo.

Y pasó lo que tenía que pasar, lo que ambos deseábamos que pasara. La desnudé de cintura para arriba y besé sus pechos mientras ella me desabrochaba el pantalón buscando el fruto de mi excitación. Me quería sentar sobre el inodoro y subirse a horcajadas pero yo me resistía, así que con un gesto pícaro se acuclilló y comenzó a besar primero y lamer después, metiéndose mi polla en la boca. Se me saltaban los ojos de excitación y me temblaban las piernas por el deseo, sin embargo, se me cruzó un pensamiento: así no, allí no, quería un recuerdo diferente de la primera vez. Con un dulce y heroico gesto aparté su cabeza, la ayudé a levantarse y le dije lo que pensaba. Pasó de la extrañeza a abrazarme fascinada, con los ojos llorosos, a medida que me explicaba. No sólo lo comprendió sino que le pareció un increíble detalle romántico, creo que fue en ese momento cuando sometí completamente su voluntad. Ahora era del todo mía.

Cogimos un taxi de regreso a su casa. Una vez más no intenté que me invitara a subir, porque sabía que ella se levantaba para trabajar pocas horas después y me interesaba disponer tanto del espacio como del tiempo. En la despedida, dentro de su portal, no pude evitar que a los besos les siguiera una caricia bajo la minifalda, ella puso su mano sobre la mía guiándome hacia donde quería ser tocada; disfruté sintiendo su orgasmo a través de los mordiscos que me daba en los labios y los leves gemidos que exhalaba en mi oído, entrecortados con mi nombre, mientras se restregaba ansiosa contra mi cuerpo. Me fui a mi alojamiento paseando entre borrachos y deleitándome con el olor de su sexo en las yemas de mis dedos, el olor de la victoria.

PRÓXIMO CAPÍTULO: Conclusión o de cómo acariciaba un conejo mientras me hacían una tremenda mamada (que a explicar eso venía toda esta historia).
 
Última edición:
CAPÍTULO 4

Quedamos cuando la noche ya había tomado Barcelona, para que ella tuviera tiempo de arreglarse y descansar algo tras su jornada laboral. El Dry Martini es una elegante y extemporal coctelería de la zona del ensanche, local con solera en el que ver y dejarse ver. Paredes cubiertas de botellas, luces tenues, sofás acogedores, rincones íntimos... pero atestado un viernes por la noche. Llegué pensando si se habría roto la magia del día anterior, quebrada por la ausencia de alcohol o la presencia de lo cotidiano; yo seguía en la burbuja ya que apenas había cruzado la palabra con nadie en todo el día, dedicado simplemente a deambular por una gélida y soleada ciudad condal.

Me aguardaba sentada en un taburete de la barra, minifalda de infarto, medias estampadas, blusa ceñida destacando su cintura, discretamente maquillada y peinada: un auténtico bombón. Cuando se giró para hacerme una seña estuve a punto de darme la vuelta buscando al destinatario de la misma, pensando que no podía ser para mí, una mujer así quedaba fuera de mi alcance. Una vez más reuní el valor, me acerqué a ella y sin saludar siquiera la besé y abracé con fuerza primero, con ternura después. Se mostró encantada, recuperando el tono en el que lo habíamos dejado.

Tras una copa llena de halagos mutuos sobre nuestra indumentaria (ambos nos habíamos esmerado por agradar) nos fuimos a cenar a Windsor, un restaurante cercano de copete, con butacas en vez de sillas, manteles de hilo, distancia entre mesas y un sumiller que te aconseja un vino después de saber qué has pedido para cenar. El escenario de seducción resultaba perfecto, elegancia acorde con nuestra exultante facilidad para reírnos de cualquier tontería, cogernos la mano, darnos un beso o arrojarnos un comentario procaz. Cenamos con calma, más interesados en la conversación que en las exquisiteces culinarias, más pendientes de agradar que de honrar la alta cocina.

La siguiente parada en la refinada noche de Barcelona fue un local llamado Boca Chica, anexo al restaurante Boca Grande. Se trataba de un lujoso bar de copas con música de DJ al que se accede tras subir unas escaleras que dan lugar a la barra y a un pequeño salón con mesas bajas y banquetas forradas en piel que, por supuesto, estaba atestado. Pedimos las bebidas y me prometió una sorpresa, arrastrándome de la mano hacia los baños del local. Para mi estupefacción los baños eran unisex y funcionaban como segunda sala de discoteca, con la misma música de la parte superior; luz macilenta, paredes cubiertas de espejos, una bancada rodeando el espacio donde surgían los lavabos de estilo victoriano y cabinas individuales al fondo.

Me senté en el banco y ella sobre mis rodillas. Mientras consumíamos la bebida no podía evitar un cierto complejo de 'sugar daddy' al verme inmerso en un ambiente ajeno de la mano de una chiquilla doce años más joven que yo. Pero, qué demonios, había venido a disfrutar, no a boicotear la fiesta, así que aparté las dudas y me centré en seducir y acariciar, en buscar los indefensos rincones de su atuendo que me permitieran acariciar su piel desnuda. Ella se dejaba conquistar, con picardía y delectación. Jugábamos al ratón y al gato con la vigilante de los baños que retiraba las copas, subiendo poco a poco la intensidad de nuestras acometidas y cesando bruscamente ante la presencia de la autoridad. En uno de los arrebatos acabé por quitarle el sujetador así que entre risas nos metimos en una de las cabinas con la excusa de volver a abrocharlo.

Y pasó lo que tenía que pasar, lo que ambos deseábamos que pasara. La desnudé de cintura para arriba y besé sus pechos mientras ella me desabrochaba el pantalón buscando el fruto de mi excitación. Me quería sentar sobre el inodoro y subirse a horcajadas pero yo me resistía, así que con un gesto pícaro se acuclilló y comenzó a besar primero y lamer después, metiéndose mi polla en la boca. Se me saltaban los ojos de excitación y me temblaban las piernas por el deseo, sin embargo, se me cruzó un pensamiento: así no, allí no, quería un recuerdo diferente de la primera vez. Con un dulce y heroico gesto aparté su cabeza, la ayudé a levantarse y le dije lo que pensaba. Pasó de la extrañeza a abrazarme fascinada, con los ojos llorosos, a medida que me explicaba. No sólo lo comprendió sino que le pareció un increíble detalle romántico, creo que fue en ese momento cuando sometí completamente su voluntad. Ahora era del todo mía.

Cogimos un taxi de regreso a su casa. Una vez más no intenté que me invitara a subir, porque sabía que ella se levantaba para trabajar pocas horas después y me interesaba disponer tanto del espacio como del tiempo. En la despedida, dentro de su portal, no pude evitar que a los besos les siguiera una caricia bajo la minifalda, ella puso su mano sobre la mía guiándome hacia donde quería ser tocada; disfruté sintiendo su orgasmo a través de los mordiscos que me daba en los labios y los leves gemidos que exhalaba en mi oído, entrecortados con mi nombre, mientras se restregaba inquieta contra mi cuerpo. Me fui a mi alojamiento paseando entre borrachos y deleitándome con el olor de su sexo en las puntas de mis dedos, el olor de la victoria.

PRÓXIMO CAPÍTULO: Conclusión o de cómo acariciaba un conejo mientras me hacían una tremenda mamada (que a explicar eso venía toda esta historia).

Eres un caballero de novela, yo le habría provocado lágrimas pero de la garganta profunda a que le hubiese sometido.
 
CAPÍTULO 4

Quedamos cuando la noche ya había tomado Barcelona, para que ella tuviera tiempo de arreglarse y descansar algo tras su jornada laboral. El Dry Martini es una elegante y extemporal coctelería de la zona del ensanche, local con solera en el que ver y dejarse ver. Paredes cubiertas de botellas, luces tenues, sofás acogedores, rincones íntimos... pero atestado un viernes por la noche. Llegué pensando si se habría roto la magia del día anterior, quebrada por la ausencia de alcohol o la presencia de lo cotidiano; yo seguía en la burbuja ya que apenas había cruzado la palabra con nadie en todo el día, dedicado simplemente a deambular por una gélida y soleada ciudad condal.

Me aguardaba sentada en un taburete de la barra, minifalda de infarto, medias estampadas, blusa ceñida destacando su cintura, discretamente maquillada y peinada: un auténtico bombón. Cuando se giró para hacerme una seña estuve a punto de darme la vuelta buscando al destinatario de la misma, pensando que no podía ser para mí, una mujer así quedaba fuera de mi alcance. Una vez más reuní el valor, me acerqué a ella y sin saludar siquiera la besé y abracé con fuerza primero, con ternura después. Se mostró encantada, recuperando el tono en el que lo habíamos dejado.

Tras una copa llena de halagos mutuos sobre nuestra indumentaria (ambos nos habíamos esmerado por agradar) nos fuimos a cenar a Windsor, un restaurante cercano de copete, con butacas en vez de sillas, manteles de hilo, distancia entre mesas y un sumiller que te aconseja un vino después de saber qué has pedido para cenar. El escenario de seducción resultaba perfecto, elegancia acorde con nuestra exultante facilidad para reírnos de cualquier tontería, cogernos la mano, darnos un beso o arrojarnos un comentario procaz. Cenamos con calma, más interesados en la conversación que en las exquisiteces culinarias, más pendientes de agradar que de honrar la alta cocina.

La siguiente parada en la refinada noche de Barcelona fue un local llamado Boca Chica, anexo al restaurante Boca Grande. Se trataba de un lujoso bar de copas con música de DJ al que se accede tras subir unas escaleras que dan lugar a la barra y a un pequeño salón con mesas bajas y banquetas forradas en piel que, por supuesto, estaba atestado. Pedimos las bebidas y me prometió una sorpresa, arrastrándome de la mano hacia los baños del local. Para mi estupefacción los baños eran unisex y funcionaban como segunda sala de discoteca, con la misma música de la parte superior; luz macilenta, paredes cubiertas de espejos, una bancada rodeando el espacio donde surgían los lavabos de estilo victoriano y cabinas individuales al fondo.

Me senté en el banco y ella sobre mis rodillas. Mientras consumíamos la bebida no podía evitar un cierto complejo de 'sugar daddy' al verme inmerso en un ambiente ajeno de la mano de una chiquilla doce años más joven que yo. Pero, qué demonios, había venido a disfrutar, no a boicotear la fiesta, así que aparté las dudas y me centré en seducir y acariciar, en buscar los indefensos rincones de su atuendo que me permitieran acariciar su piel desnuda. Ella se dejaba conquistar, con picardía y delectación. Jugábamos al ratón y al gato con la vigilante de los baños que retiraba las copas, subiendo poco a poco la intensidad de nuestras acometidas y cesando bruscamente ante la presencia de la autoridad. En uno de los arrebatos acabé por quitarle el sujetador así que entre risas nos metimos en una de las cabinas con la excusa de volver a abrocharlo.

Y pasó lo que tenía que pasar, lo que ambos deseábamos que pasara. La desnudé de cintura para arriba y besé sus pechos mientras ella me desabrochaba el pantalón buscando el fruto de mi excitación. Me quería sentar sobre el inodoro y subirse a horcajadas pero yo me resistía, así que con un gesto pícaro se acuclilló y comenzó a besar primero y lamer después, metiéndose mi polla en la boca. Se me saltaban los ojos de excitación y me temblaban las piernas por el deseo, sin embargo, se me cruzó un pensamiento: así no, allí no, quería un recuerdo diferente de la primera vez. Con un dulce y heroico gesto aparté su cabeza, la ayudé a levantarse y le dije lo que pensaba. Pasó de la extrañeza a abrazarme fascinada, con los ojos llorosos, a medida que me explicaba. No sólo lo comprendió sino que le pareció un increíble detalle romántico, creo que fue en ese momento cuando sometí completamente su voluntad. Ahora era del todo mía.

Cogimos un taxi de regreso a su casa. Una vez más no intenté que me invitara a subir, porque sabía que ella se levantaba para trabajar pocas horas después y me interesaba disponer tanto del espacio como del tiempo. En la despedida, dentro de su portal, no pude evitar que a los besos les siguiera una caricia bajo la minifalda, ella puso su mano sobre la mía guiándome hacia donde quería ser tocada; disfruté sintiendo su orgasmo a través de los mordiscos que me daba en los labios y los leves gemidos que exhalaba en mi oído, entrecortados con mi nombre, mientras se restregaba inquieta contra mi cuerpo. Me fui a mi alojamiento paseando entre borrachos y deleitándome con el olor de su sexo en las puntas de mis dedos, el olor de la victoria.

PRÓXIMO CAPÍTULO: Conclusión o de cómo acariciaba un conejo mientras me hacían una tremenda mamada (que a explicar eso venía toda esta historia).
MARICÓN
 
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CAPÍTULO 4

Quedamos cuando la noche ya había tomado Barcelona, para que ella tuviera tiempo de arreglarse y descansar algo tras su jornada laboral. El Dry Martini es una elegante y extemporal coctelería de la zona del ensanche, local con solera en el que ver y dejarse ver. Paredes cubiertas de botellas, luces tenues, sofás acogedores, rincones íntimos... pero atestado un viernes por la noche. Llegué pensando si se habría roto la magia del día anterior, quebrada por la ausencia de alcohol o la presencia de lo cotidiano; yo seguía en la burbuja ya que apenas había cruzado la palabra con nadie en todo el día, dedicado simplemente a deambular por una gélida y soleada ciudad condal.

Me aguardaba sentada en un taburete de la barra, minifalda de infarto, medias estampadas, blusa ceñida destacando su cintura, discretamente maquillada y peinada: un auténtico bombón. Cuando se giró para hacerme una seña estuve a punto de darme la vuelta buscando al destinatario de la misma, pensando que no podía ser para mí, una mujer así quedaba fuera de mi alcance. Una vez más reuní el valor, me acerqué a ella y sin saludar siquiera la besé y abracé con fuerza primero, con ternura después. Se mostró encantada, recuperando el tono en el que lo habíamos dejado.

Tras una copa llena de halagos mutuos sobre nuestra indumentaria (ambos nos habíamos esmerado por agradar) nos fuimos a cenar a Windsor, un restaurante cercano de copete, con butacas en vez de sillas, manteles de hilo, distancia entre mesas y un sumiller que te aconseja un vino después de saber qué has pedido para cenar. El escenario de seducción resultaba perfecto, elegancia acorde con nuestra exultante facilidad para reírnos de cualquier tontería, cogernos la mano, darnos un beso o arrojarnos un comentario procaz. Cenamos con calma, más interesados en la conversación que en las exquisiteces culinarias, más pendientes de agradar que de honrar la alta cocina.

La siguiente parada en la refinada noche de Barcelona fue un local llamado Boca Chica, anexo al restaurante Boca Grande. Se trataba de un lujoso bar de copas con música de DJ al que se accede tras subir unas escaleras que dan lugar a la barra y a un pequeño salón con mesas bajas y banquetas forradas en piel que, por supuesto, estaba atestado. Pedimos las bebidas y me prometió una sorpresa, arrastrándome de la mano hacia los baños del local. Para mi estupefacción los baños eran unisex y funcionaban como segunda sala de discoteca, con la misma música de la parte superior; luz macilenta, paredes cubiertas de espejos, una bancada rodeando el espacio donde surgían los lavabos de estilo victoriano y cabinas individuales al fondo.

Me senté en el banco y ella sobre mis rodillas. Mientras consumíamos la bebida no podía evitar un cierto complejo de 'sugar daddy' al verme inmerso en un ambiente ajeno de la mano de una chiquilla doce años más joven que yo. Pero, qué demonios, había venido a disfrutar, no a boicotear la fiesta, así que aparté las dudas y me centré en seducir y acariciar, en buscar los indefensos rincones de su atuendo que me permitieran acariciar su piel desnuda. Ella se dejaba conquistar, con picardía y delectación. Jugábamos al ratón y al gato con la vigilante de los baños que retiraba las copas, subiendo poco a poco la intensidad de nuestras acometidas y cesando bruscamente ante la presencia de la autoridad. En uno de los arrebatos acabé por quitarle el sujetador así que entre risas nos metimos en una de las cabinas con la excusa de volver a abrocharlo.

Y pasó lo que tenía que pasar, lo que ambos deseábamos que pasara. La desnudé de cintura para arriba y besé sus pechos mientras ella me desabrochaba el pantalón buscando el fruto de mi excitación. Me quería sentar sobre el inodoro y subirse a horcajadas pero yo me resistía, así que con un gesto pícaro se acuclilló y comenzó a besar primero y lamer después, metiéndose mi polla en la boca. Se me saltaban los ojos de excitación y me temblaban las piernas por el deseo, sin embargo, se me cruzó un pensamiento: así no, allí no, quería un recuerdo diferente de la primera vez. Con un dulce y heroico gesto aparté su cabeza, la ayudé a levantarse y le dije lo que pensaba. Pasó de la extrañeza a abrazarme fascinada, con los ojos llorosos, a medida que me explicaba. No sólo lo comprendió sino que le pareció un increíble detalle romántico, creo que fue en ese momento cuando sometí completamente su voluntad. Ahora era del todo mía.

Cogimos un taxi de regreso a su casa. Una vez más no intenté que me invitara a subir, porque sabía que ella se levantaba para trabajar pocas horas después y me interesaba disponer tanto del espacio como del tiempo. En la despedida, dentro de su portal, no pude evitar que a los besos les siguiera una caricia bajo la minifalda, ella puso su mano sobre la mía guiándome hacia donde quería ser tocada; disfruté sintiendo su orgasmo a través de los mordiscos que me daba en los labios y los leves gemidos que exhalaba en mi oído, entrecortados con mi nombre, mientras se restregaba ansiosa contra mi cuerpo. Me fui a mi alojamiento paseando entre borrachos y deleitándome con el olor de su sexo en las puntas de mis dedos, el olor de la victoria.

PRÓXIMO CAPÍTULO: Conclusión o de cómo acariciaba un conejo mientras me hacían una tremenda mamada (que a explicar eso venía toda esta historia).
Me gusta el estilo impostado del amigo Mijósino.

Yo en el baño habría parado no por sus razones, sino porque uno es diésel y para correrme en esa situación necesitaría demasiado tiempo.

Ahora bien, lo de la diferencia de edad... tampoco es que ella sea una niña.
 
Me quería sentar sobre el inodoro y subirse a horcajadas pero yo me resistía, así que con un gesto pícaro se acuclilló y comenzó a besar primero y lamer después, metiéndose mi polla en la boca.

Este es el tipo de clase y buen gusto que un hombre debe buscar en una mujer. La madre de mis hijos. Por supuesto, era su primera vez, jamás había hecho nada semejante.

Y el pobre infeliz sintiéndose afortunado porque una mujer lo ha validado para la vida.
 
Misogino había ido a Barcelona con otra intención, más que hacerle una mamada en un cuarto de baño el deseaba tener otro tipo de emociones, estaba ante la que el pensaba que era una señorita para pasear por la diagonal o para compartir momentos entre las risas de unos niños o las conversaciones de sus iguales. Por fin había encontrado un alma gemela que le daría a su vida un poco de normalidad, y no, esta historia no podía comenzar en un triste retrete con aromas de culo ajeno.
 
Vaya fin de semana con partida doble de dos monstruos, como cuando ibamos al cine de jóvenes y teniamos sesión doble con 2 peliculones en cartelera.

Aprovechemos el momento, porque vendrán temporadas de sequía donde no tendremos historias tan interesantes y con tanta miga.
 
CAPÍTULO 4

Quedamos cuando la noche ya había tomado Barcelona, para que ella tuviera tiempo de arreglarse y descansar algo tras su jornada laboral. El Dry Martini es una elegante y extemporal coctelería de la zona del ensanche, local con solera en el que ver y dejarse ver. Paredes cubiertas de botellas, luces tenues, sofás acogedores, rincones íntimos... pero atestado un viernes por la noche. Llegué pensando si se habría roto la magia del día anterior, quebrada por la ausencia de alcohol o la presencia de lo cotidiano; yo seguía en la burbuja ya que apenas había cruzado la palabra con nadie en todo el día, dedicado simplemente a deambular por una gélida y soleada ciudad condal.

Me aguardaba sentada en un taburete de la barra, minifalda de infarto, medias estampadas, blusa ceñida destacando su cintura, discretamente maquillada y peinada: un auténtico bombón. Cuando se giró para hacerme una seña estuve a punto de darme la vuelta buscando al destinatario de la misma, pensando que no podía ser para mí, una mujer así quedaba fuera de mi alcance. Una vez más reuní el valor, me acerqué a ella y sin saludar siquiera la besé y abracé con fuerza primero, con ternura después. Se mostró encantada, recuperando el tono en el que lo habíamos dejado.

Tras una copa llena de halagos mutuos sobre nuestra indumentaria (ambos nos habíamos esmerado por agradar) nos fuimos a cenar a Windsor, un restaurante cercano de copete, con butacas en vez de sillas, manteles de hilo, distancia entre mesas y un sumiller que te aconseja un vino después de saber qué has pedido para cenar. El escenario de seducción resultaba perfecto, elegancia acorde con nuestra exultante facilidad para reírnos de cualquier tontería, cogernos la mano, darnos un beso o arrojarnos un comentario procaz. Cenamos con calma, más interesados en la conversación que en las exquisiteces culinarias, más pendientes de agradar que de honrar la alta cocina.

La siguiente parada en la refinada noche de Barcelona fue un local llamado Boca Chica, anexo al restaurante Boca Grande. Se trataba de un lujoso bar de copas con música de DJ al que se accede tras subir unas escaleras que dan lugar a la barra y a un pequeño salón con mesas bajas y banquetas forradas en piel que, por supuesto, estaba atestado. Pedimos las bebidas y me prometió una sorpresa, arrastrándome de la mano hacia los baños del local. Para mi estupefacción los baños eran unisex y funcionaban como segunda sala de discoteca, con la misma música de la parte superior; luz macilenta, paredes cubiertas de espejos, una bancada rodeando el espacio donde surgían los lavabos de estilo victoriano y cabinas individuales al fondo.

Me senté en el banco y ella sobre mis rodillas. Mientras consumíamos la bebida no podía evitar un cierto complejo de 'sugar daddy' al verme inmerso en un ambiente ajeno de la mano de una chiquilla doce años más joven que yo. Pero, qué demonios, había venido a disfrutar, no a boicotear la fiesta, así que aparté las dudas y me centré en seducir y acariciar, en buscar los indefensos rincones de su atuendo que me permitieran acariciar su piel desnuda. Ella se dejaba conquistar, con picardía y delectación. Jugábamos al ratón y al gato con la vigilante de los baños que retiraba las copas, subiendo poco a poco la intensidad de nuestras acometidas y cesando bruscamente ante la presencia de la autoridad. En uno de los arrebatos acabé por quitarle el sujetador así que entre risas nos metimos en una de las cabinas con la excusa de volver a abrocharlo.

Y pasó lo que tenía que pasar, lo que ambos deseábamos que pasara. La desnudé de cintura para arriba y besé sus pechos mientras ella me desabrochaba el pantalón buscando el fruto de mi excitación. Me quería sentar sobre el inodoro y subirse a horcajadas pero yo me resistía, así que con un gesto pícaro se acuclilló y comenzó a besar primero y lamer después, metiéndose mi polla en la boca. Se me saltaban los ojos de excitación y me temblaban las piernas por el deseo, sin embargo, se me cruzó un pensamiento: así no, allí no, quería un recuerdo diferente de la primera vez. Con un dulce y heroico gesto aparté su cabeza, la ayudé a levantarse y le dije lo que pensaba. Pasó de la extrañeza a abrazarme fascinada, con los ojos llorosos, a medida que me explicaba. No sólo lo comprendió sino que le pareció un increíble detalle romántico, creo que fue en ese momento cuando sometí completamente su voluntad. Ahora era del todo mía.

Cogimos un taxi de regreso a su casa. Una vez más no intenté que me invitara a subir, porque sabía que ella se levantaba para trabajar pocas horas después y me interesaba disponer tanto del espacio como del tiempo. En la despedida, dentro de su portal, no pude evitar que a los besos les siguiera una caricia bajo la minifalda, ella puso su mano sobre la mía guiándome hacia donde quería ser tocada; disfruté sintiendo su orgasmo a través de los mordiscos que me daba en los labios y los leves gemidos que exhalaba en mi oído, entrecortados con mi nombre, mientras se restregaba ansiosa contra mi cuerpo. Me fui a mi alojamiento paseando entre borrachos y deleitándome con el olor de su sexo en las yemas de mis dedos, el olor de la victoria.

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Imaginas lo que habrá pensado de ti una muller que posiblemente se las haya comido a pares sentada sobre un inodoro en bares de mala muerte al rechazarla?

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A ver, tampoco vayamos a lo de "lo ha hecho una vez, soy el único" o "si lo ha hecho conmigo lo ha hecho decenas de veces", las mujeres son volátiles, se dejan llevar por sensaciones momentáneas. Ésta ha comido muchas pollas, está claro, a lo mejor pocas o ninguna en los baños de una discoteca y ese día estaba tan excitada con la idea que le encartó el plan y ya, otras veces la habrá chupado quizá en otro lugar más variopinto.
 
A ver, tampoco vayamos a lo de "lo ha hecho una vez, soy el único" o "si lo ha hecho conmigo lo ha hecho decenas de veces", las mujeres son volátiles, se dejan llevar por sensaciones momentáneas. Ésta ha comido muchas pollas, está claro, a lo mejor pocas o ninguna en los baños de una discoteca y ese día estaba tan excitada con la idea que le encartó el plan y ya, otras veces la habrá chupado quizá en otro lugar más variopinto.
Fíjate en todas esas historias de mulleres de Tinder que ha mostrado @THORNDIKE , creo que de ninguna de ellas se podría decir que le hiciera ascos a sentar su culo en un sucio bater mientras le dan rabadamen via oral, y el ligue de este chumacho creo que era de Tinder, no?
 
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