A pesar de mi rol foril (y extraforil) también he tenido alguna vez escarceos, no siempre he sido este monstruito solitario que sólo se siente bien en las sombras. Al menos no tanto. Hay una chica a la que no olvido. Todos los días pienso en ella varias veces, me imagino que vive conmigo, que somos una pareja consolidada y enamorada. Hace ya seis años que dejamos de vernos, después de que yo le hiciera ghosting, lo cual dice mucho de mí. Lo camuflé con la excusa de mi inestabilidad emocional, pero la causa era que estaba muy gorda y, aunque me esforcé mucho en intentar aceptarla, no pude. Debió crearse un fantasma en mi mente con toda la mezcla de emociones que eso me suscitó: amor, culpabilidad y tristeza.
Nos conocimos por internet y cuando la vi por primera vez no me lo esperaba. Era, y lo seguirá siendo, muy guapa y no estaba gorda en plan deforme, más bien tenía un físico curvy como las instagrameras body positive. Me gustaba mucho su forma de ser, era bastante inteligente y buena, y tenía cierto toque de inocencia infantil que nos hacía tener mucha complicidad. A pesar de esto, yo sentía que ella era un signo más de mi fracaso, y, peor aún, que si ella estuviera delgada no estaría conmigo. En fin, manejé la situación como pude. Aunque el ghosting es deplorable y cobarde, fue mejor que haber sido sincero. Creo que le hubiera hecho más daño saber la verdad.
Hace un par de años me salió en los contactos sugeridos de instagram un perfil en el que ponía fotos de su mascota. De vez en cuando podía vislumbrar información valiosa referente a su vida. Tenía pareja, aunque se trataba de un calvo carapadre, y parecían felices. La verdad es que me alegro por ella, conmigo no hubiera sido feliz.
Me quedo con su recuerdo y con el fantasma que se ha creado en mi mente, el residuo de todo aquello. Escribo esto porque hace un rato he visto con claridad que ni ella ni nadie podría ser feliz a mi lado. No me arrepiento de nada.