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- 8 Mar 2004
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Al eterno fluir de los lamentos quiero rendir pleitesía. Podría retener in péctore un universo de ellos, cada uno de naturaleza distinta y respetarlos individualmente en su naturaleza. Puedo, sin proponérmelo incluso, inundar mis bodegas de ellos en esos amaneceres de invierno, cuyos dedos inclementes arañan y erosionan mi piel, arrancándome con ella la vida misma.
El lamento es el fruto maduro del árbol solitario de la colina, es la voz del gozne del portón centenario, es el crujir de las cuadernas en un noble navío luchando contra un mar infausto, es el quejido de la savia de un leño verde devorado por las llamas. Un violín es lamento en estado puro, también lo son los grilletes del columpio que alegra la vida de un niño. El propio niño es, en sí, lamento.
Fueron precisos más de ochenta solsticios para darme cuenta de que nada avanza en el mar de la nostalgia. Sírvame pues el remanso tan sólo para apoyar en él mi remo y volver a las turbulentas aguas. Pronto descubriré que los guijarros fueron moldeados con infinita pasión por un río que los quiso suyos, a lo largo de la ribera. Que incluso obras más ambiciosas, otrora repletas de vida, son ahora parte de la misma sangre que bebemos.
Dicen del desierto que alberga más lágrimas que granos de arena. Cuarzo, feldespato y mica confitados en solución salina, con reducción del vinagre de las almas errantes, anhelantes quizá de un horizonte que reconocer a lo largo de toda una vida. Tal vez temen que al alzar la vista, el simún seque sus ojos y tras ellos su vida, y el llanto no es más llanto en sí que pura supervivencia. He visto corazones secos con un desierto en su interior; probablemente uno de ellos me perteneció a mí; lo sé y aprendí a prescindir de él, como aprendí también a escuchar su lamento exangüe y a observar, impávido, resquebrajarse de puro viejo.
No existe mayor tormento que la búsqueda de la paz. Camino enfangado, ladera pedregosa… un infierno de pánico, temores y frustraciones. Es cierto que en algunas ocasiones creí encontrarla al sotavento de un nevero, al abrigo de un puerto, en lo más profundo de un valle sombrío. Pero fueron efímeras las sensaciones pues, fuera donde fuere, las voces infernales, de pesadilla, volvían a encontrarme y a poseerme en cuerpo y alma.
Sin detenerme siquiera a jalonar mi camino prosigo, pues así he encontrado la forma de desoír esas voces. Debo ser paciente, pues mi longevidad es tan relativa como lo es la del orujo de frutos maduros calentándose en el fondo de la cucúrbita, cuya alma le abandonará para formar una nueva vida allá lejos, muy lejos de sí mismo.
En decúbito supino yazgo sobre el trigo ya alto, y disfruto del majestuoso espectáculo de cúmulos sobre un fondo de color azul infinito, hermoso lienzo rasgado por rectilíneas estelas de aviones, como trazos de un pintor en busca de inspiración.
Fantaseo con que soy ellos y que puedo deshilacharme con su misma facilidad, jirones de mí que se vuelven a fusionar con otros retales desgarrados de otros cúmulos, para después desaparecer como si nunca hubiéramos existido.
...Y lo peor es que tengo la sensación de haber escrito esto antes :?

El lamento es el fruto maduro del árbol solitario de la colina, es la voz del gozne del portón centenario, es el crujir de las cuadernas en un noble navío luchando contra un mar infausto, es el quejido de la savia de un leño verde devorado por las llamas. Un violín es lamento en estado puro, también lo son los grilletes del columpio que alegra la vida de un niño. El propio niño es, en sí, lamento.

Fueron precisos más de ochenta solsticios para darme cuenta de que nada avanza en el mar de la nostalgia. Sírvame pues el remanso tan sólo para apoyar en él mi remo y volver a las turbulentas aguas. Pronto descubriré que los guijarros fueron moldeados con infinita pasión por un río que los quiso suyos, a lo largo de la ribera. Que incluso obras más ambiciosas, otrora repletas de vida, son ahora parte de la misma sangre que bebemos.

Dicen del desierto que alberga más lágrimas que granos de arena. Cuarzo, feldespato y mica confitados en solución salina, con reducción del vinagre de las almas errantes, anhelantes quizá de un horizonte que reconocer a lo largo de toda una vida. Tal vez temen que al alzar la vista, el simún seque sus ojos y tras ellos su vida, y el llanto no es más llanto en sí que pura supervivencia. He visto corazones secos con un desierto en su interior; probablemente uno de ellos me perteneció a mí; lo sé y aprendí a prescindir de él, como aprendí también a escuchar su lamento exangüe y a observar, impávido, resquebrajarse de puro viejo.
No existe mayor tormento que la búsqueda de la paz. Camino enfangado, ladera pedregosa… un infierno de pánico, temores y frustraciones. Es cierto que en algunas ocasiones creí encontrarla al sotavento de un nevero, al abrigo de un puerto, en lo más profundo de un valle sombrío. Pero fueron efímeras las sensaciones pues, fuera donde fuere, las voces infernales, de pesadilla, volvían a encontrarme y a poseerme en cuerpo y alma.

Sin detenerme siquiera a jalonar mi camino prosigo, pues así he encontrado la forma de desoír esas voces. Debo ser paciente, pues mi longevidad es tan relativa como lo es la del orujo de frutos maduros calentándose en el fondo de la cucúrbita, cuya alma le abandonará para formar una nueva vida allá lejos, muy lejos de sí mismo.

En decúbito supino yazgo sobre el trigo ya alto, y disfruto del majestuoso espectáculo de cúmulos sobre un fondo de color azul infinito, hermoso lienzo rasgado por rectilíneas estelas de aviones, como trazos de un pintor en busca de inspiración.

Fantaseo con que soy ellos y que puedo deshilacharme con su misma facilidad, jirones de mí que se vuelven a fusionar con otros retales desgarrados de otros cúmulos, para después desaparecer como si nunca hubiéramos existido.
...Y lo peor es que tengo la sensación de haber escrito esto antes :?