No puedo, no puedo apartar la vista de la foto. Daría mi vida por pasar la puntita de mi nariz por todos y cada uno de sus rincones. Meter la lengua en todos sus recovecos, observar su cuerpo y sonreír ante la timidez de sus incipientes curvas. Son preciosas, todas apretadas como capullos de rosa a punto de reventar. Emanan fragancia, me parece estar oyendo sus risas nerviosas ante la presencia de un macho, sus voces aflautadas, voces de niñas que quieren parecer mujeres. Carne prieta y tersa de tacto divino, olorosa, sensible. Con sus montes de venus vírgenes, sin explorar por mano ajena. Deseosos de ser profanados por macho sudoroso con camiseta de tirantes y barba de cuatro días, de esos que tienen mirada de lobo. Apuesto a que todavía no las has soplado en el esfínter después de hacerles círculos en sentido horario con la puntita húmeda de una lengua de movimientos rápidos. Son florecillas que despliegan sus coloridos pétalos y perfuman el ambiente con fresco aroma. Si es que lo están diciendo, lo están pidiendo; su mirada, su pose, su actitud. Ven, ven pajarito a libar el néctar que guardo en el interior de mi flor. Ven, ven a mí y prueba un poco, ven.