Britzingen
Muerto por dentro+
- Registro
- 11 Dic 2008
- Mensajes
- 46.001
- Reacciones
- 15.032
Pero está bien explicado y es didáctico al ofrecer datos que no tienen que saberse. Aquí otro extracto (Las negritas son mías).
Aunque hoy parezca raro, no era costumbre estrenar en verano, y había buenos motivos para ello. Durante décadas las salas habían carecido de aire acondicionado y a nadie se le hubiese ocurrido estrenar una superproducción en verano, sabiendo que el público no iría al cine para pasarse dos horas sudando entre una multitud. En verano siempre habían funcionado los cines al aire libre y los drive-in, pero estos, por sí solos, no podrían recaudar lo suficiente para justificar un gran estreno; como mucho servían para proyectar pequeñas producciones de serie B o películas de reestreno. Las fiestas navideñas eran la temporada más propicia para los grandes estrenos y además tenían la ventaja de que estarían todavía recientes cuando se otorgasen los premios Óscar, que podían servir como segundo trampolín publicitario para reavivar la carrera comercial de cualquier film. Pero los productores de Tiburón, obligados por su agenda, iban a tomar decisiones muy atrevidas. Confiando en el detalle de que recientemente el uso de aire acondicionado se había empezado a generalizar entre las salas, decidieron arriesgarse y estrenar en pleno verano. El 20 de junio, a dos semanas del 4 de julio, fiesta nacional estadounidense, Tiburón saltaría a las pantallas. Un gran estreno estival que por entonces constituía una rareza. Pero necesitaban hacerlo funcionar.
Para el entonces terreno ignoto del verano, necesitaban medidas de efecto. Una fue la de estrenar a la vez en muchas salas. Esto suponía romper con otra costumbre muy arraigada, la de estrenar una película por etapas. Por lo general, un gran estreno se proyectaba primero en unas pocas salas de Nueva York o Los Ángeles. Al ser dos ciudades grandes con enorme tradición cinematográfica, optaban a un amplio público ansioso de estrenos, evitando la mala imagen que dan las butacas vacías. También en aquellas dos metrópolis se concentraba lo más granado de la crítica. Cuando el eco publicitario del éxito en las dos todopoderosas capitales llegaba al resto del país, se iba estrenando la película en otras ciudades. Más adelante, para terminar de aprovechar el tirón, se estrenaba en zonas suburbanas o rurales. Todo de manera gradual. Los departamentos de publicidad de los grandes estudios eran bastante pequeños y la parte de presupuesto que se usaba en promoción era modesta. Los motivos de esta forma de actuar, que hoy parece tan rara, tenían su lógica: la publicidad en televisión era demasiado cara como para hacer un uso extensivo. La publicidad en prensa escrita era más barata, pero solamente llegaba a los adultos. Así pues, para captar la atención del público juvenil se confiaba en el boca a boca. Un estreno por etapas parecía lo más seguro. Aunque hoy nos sorprenda este detalle, por entonces estrenar una película en muchas salas a la vez era la señal de que no se confiaba en su carrera comercial, porque se intentaba captar a un público incauto antes de que el boca a boca o las malas críticas se extendiesen y la gente perdiese el interés. Pero ¿una buena película? Esta sí podía estrenarse poco a poco, porque todo el mundo terminaría queriendo ir a verla, ya fuese el día del estreno o tres meses después. Lo de gastar fortunas en promoción era un riesgo que los estudios rara vez querían tomar.
Esto había empezado a cambiar en 1972, cuando la película El Padrino se había estrenado simultáneamente en cuatrocientas salas de cine. Esto constituyó una estrategia insólita, más producto de la necesidad que del cálculo; se había previsto que El Padrino se estrenase durante la Navidad de 1971, pero algunos contratiempos hicieron que se retrasara hasta primavera de 1972. La primavera era «temporada baja», así que se decidió estrenar en muchas salas para compensar lo extemporáneo del estreno. Y funcionó. El Padrino fue un gran éxito, y precisamente abrir en muchas salas a la vez le permitió pulverizar las marcas iniciales de taquilla de la competencia, lo cual aumentó el revuelo publicitario. Pero claro, la calidad de la película era enorme y al poco de haber sido estrenada muchas voces la situaban ya a la altura de cualquier obra maestra del pasado. Esto no pasa a menudo, y todo el mundo quería comprobar in situ si de verdad El Padrino era tan buena. Era pues un fenómeno único, un film de altísimo prestigio, así que la idea de copiar sus tácticas resultaba dudosa. ¿Podía algo como Tiburón imitar esa estrategia? Dado que sus pases previos daban a entender que la segunda película en celuloide de Spielberg no solo era divertida, sino artísticamente grandiosa, tomaron el riesgo de imitar la táctica comercial de El Padrino, e incluso la llevaron todavía más lejos. El segundo largometraje de Spielberg (sin contar Duel) se estrenó de golpe en el doble de salas que El Padrino (aunque no se llegó al número previsto, ¡cercano al millar!). Para redondear la jugada, se apoyaron en una campaña publicitaria nunca vista, que aprovechaba de lleno la televisión aunque esto supusiera un gasto enorme. Esto fue un golpe revolucionario. La retransmisión repetida del tráiler por televisión despertó un enorme interés. Además, el tráiler trasladaba a la gente un ambiente de misterio (planos subjetivos, la música de John Williams, etc.) que vendía la película como algo más basado en el suspense que en los casi ausentes efectos especiales. En esto, el tráiler no engañaba a nadie. Eso era justo lo que la película ofrecía: suspense. Pero resultó ser también lo que el público quería. Hollywood tenía por fin a su nuevo Hitchcock.
Ya, me he ido a Jot Down a leerlo