Como soy un sentimental y un simple, el tema me motivaba para desmelenarme con uno de mis ladrillos más almibarados. Tenía pensado escribir una oda a las muletas, al perro guía y a la silla de Stephen Hawkings. Aquí hay material para la épica, la loa, la epopeya, la saga nórdica y el cantar de gesta. Por desgracia siempre procuro vuestro bien y no os puedo mentir. El tema no me motiva porque en los últimos años he desmitificado y humanizado a los discapacitados. Mi trato con ellos ha sido de igual a igual y mis experiencias han sido casi siempre decepcionantes. No son ángeles con las alas rotas, son personas con muy mala hostia, siempre a la defensiva y siempre buscando ventaja. Iguales que los demás cuando conviene, diferentes para los privilegios, la promoción laboral y la retención del IRPF.
Si el cuerpo sufre, la mente sufre.Y el sufrimiento desgasta, deforma y lacera. Un cuerpo enfermo termina derivando en una mente enferma, casi siempre. Es difícil ser invulnerable a esta lluvia radiactiva de frustraciones, de desengaños, de anhelos imposibles donde muchas veces veces a la propia carga que cada uno debe sobrellevar se añade el aliño de la burla y el desprecio. La vida no es amable con nadie y menos sin nada más nacer o en el transcurso de los años te pone una zancadilla que le deja trastabillado para los restos. El resentimiento es legítimo e inevitable. El mundo es agresivo e injusto con ellos y muerden a la mínima. Hay que ser prudentes y comprensivos, considerar que de alguna manera tienen cierto derecho a disparar primero y preguntar después.
En el correctísimo siglo XXI es inconcebible, pero durante mi infancia ochentera lo normal era tener a minusválido como mascota. En nuestra pandilla había un retrasado mental, pero no con ese mongolismo teatral e impostado del que presumimos todos los foreros, el nuestro era un auténtico down con certificado de garantía, nada de sucedáneos, un triple X de pura raza. No existía la conciencia social sobre el tema de la que disfrutan hoy en día y raro era el mes en el que la Guardia Civil no rescataba a un trisémico de algún establo gallego. No sé porqué pero siempre ocurría en Galicia. El caso es que a nuestro retarder, que Dios nos perdone, éramos sólo unos niños, le teníamos el cuerpo señalado a capones. Cobraba siempre, rabiaba como un mono cabreado y aquello azuzaba nuestra risa y nuestro jolgorio. Hoy me da vergüenza haber sido el niño que fui, pero más que maldad, aquello era costumbre, una manía social que tenía más de festiva que de cruel.
Que el Señor o la Ciencia les ayude con "lo suyo" y a nosotros con "lo nuestro". Un ladrillo hagiográfico hubiera sido menos respetuoso y digno con ellos que este pequeño tirón de orejas.