Ningún hombre quiere follar a la fuerza, ya de por sí es cansado follar como para encima tener que estar a la vez forcejeando con la zorra que aprieta el chocho y no quiere abrirse de patas. No, a los hombres nos gusta follar tranquilos, que se espatarren bien para que entre suave, que eso esté lubricado para que se deslice y no abrase como si estuviese forrado con papel de lija. Pero qué pasa, pues que uno está tranquilamente en la feria del pueblo de al lado después de haber robado algo de gasoil para ir tirando y tiene que aguantar como las dieciochoañeras se visten como putas y van enseñando la merca. Marcando su chocho, su culo, su ombligo, sus tetas (la que las tenga), su todo. Y para más inri se hacen de notar para que los machos las localicen y las observen toda la noche, y luego se dedican a alejarse de la multitud para que se las follen en la espesura del bosque, como se viene haciendo desde los albores de los tiempos. Porque no nos engañemos, una tía que va sola a casa a las tantas de la noche lo que va buscando es que se la follen con furia bravía. O bien porque su novio es un marica moderno que de los besitos y las caricias con penetraciones suaves no pasa, o bien porque le va la marcha sin más.