La marcha de Beckham, y la que se avecina de Ronaldo, ponen punto y final a un modelo de gestión traído por Florentino Pérez. En 2000, el Madrid sólo ingresaba por marketing 38 millones de euros. Pero el 80% de este dinero se marchaba en contratos de futbolistas, lo que iba a llevar al club al colapso en pocos años. Pérez cambió esta dinámica y apostó por jugadores de calidad contrastada y con gran tirón mediático y publicitario.
En verano de 2003, y a pesar de que el Manchester United tenía un acuerdo con el entonces candidato azulgrana Laporta, el Madrid pagó 25 millones por el centrocampista inglés. Beckham firmó por cuatro temporadas a razón de seis millones netos por curso y la cesión del 50% de los derechos de imagen.
La llegada del británico tuvo un efecto inmediato. Los paparazzi se multiplicaron, el interés por la familia del jugador y por el club se globalizó. Con los galácticos, el Madrid percibía más ingresos en sus giras asiáticas y la venta de camisetas se disparaba. Era una máquina de hacer dinero. Los beneficios totales (televisión, equipamientos y publicidad, entre otros) se fueron hasta 300 millones. Pero la situación deportiva no acompañó. Desde que llegó, Beckham sólo ha podido levantar una Supercopa cuando apenas llevaba mes y medio en Madrid y chapurreada cuatro palabras en español.