Corría el año 1986, el famoso año en el que no pasó nada. Los rusos aún apuntaban sus misiles contra Occidente y en el bar de abajo se comentaba entre risas que Mariano había visto a dos hombres de la mano por la Gran Vía, quien también lloraba la muerte de Ynestrillas. Esos pobres pioneros maricones eran el blanco de la ira del entonces vivo Mariano, ira nacida de la amistad "especial" de su mujer con alguno de sus vecinos. Los maricones siempre han sido un buen pararrayos en este tipo de tormentas. Mariano murió y el más joven de los maricones también, las maldiciones son armas de doble filo.
Yo andaba por entonces de vacaciones, aburrido. Los partidos de futbito por las tardes en el polideportivo mataban parte del tiempo, pero aún así era mala época para tener catorce años. En aquella época y lugar, no había hombre que no fantasease con follarse a Ainhoa. Esa chica de pelo negro como la brea y ojos verde azulado, de madre vasca y segundo apellido impronunciable. En nuestros delirios post-autosatisfactorios soñábamos con esa tierra que ella llamaba Euskadi, en la que el Cantábrico acababa coloreando los ojos. Todos soñábamos con esa tierra llena de Ainhoas, chicas que nacían y morían con diecisiete años y que conservaban toda su vida su feroz atractivo, donde la muerte esperaba tras cualquier esquina. Pero la muerte ya nos esperaba aquí, Ainhoa ya había perdido un primo por la heroína. La muerte nunca se aleja demasiado de las chicas con ese color de ojos.
Por supuesto, ya estaba atada y bien atada cuando llegaron las fiestas del barrio de 1986. Su novio era un famoso macarra, famoso matón, hijo de matón, nieto de matón. Llevaba la violencia en la sangre, lo que no sería un problema sino llevase también la navaja en el bolsillo de su raída chupa de cuero gris. Nadie se reía de él, pero por su novia habríamos ido a esa tierra de coches bomba y campos perforados de zulos, ¿qué era una navaja para nosotros?
La chica que tenía a la muerte como pretendienta estaba sola en la verbena. No supe nunca donde estaba su novio, no me interesaba. El Cantábrico se derramaba por sus ojos aquella noche, sus lágrimas parecían verde azuladas también. ¿Por qué lloraba? No me importaba, sabía lo que debía hacer. Era la muerte llamándome, guiñándome un ojo de forma pícara, y un hombre nunca rechaza la invitación de una dama aunque ésta sea la misma Parca. De mis amigos el único que se atrevió a arriesgar la vida por Ainhoa fui yo. Sabía que siempre sería recordado, mi nombre se oiría más alto cuando quedasen entre ellos. Si había de morir, prefería hacerlo tras haber conocido el calor de Ainhoa y haberme ganado un espacio en los brindis de una docena de maños.
- Hola Ainhoa, ¿qué t...? Vaya, estás llorando, ¿qué te pasa?
- Ah, hola. -contestó. Podía oír las olas en sus ojos.- Nada, cosas de mayores.
Una sonrisa. "Aún estás a tiempo, no te pasará nada si te vas ahora".
- Que una chica como tú llore en un momento así me cabrea, de verdad.
- ¿Una chica como yo?
Otra sonrisa, "cállate, tendrás tiempo, tendrás a otras Ainhoas, déjalo aquí".
- La chica más guapa del barrio, ya lo sabes.
"Corre, ya te has ganado los aplausos de tus amigos, corre, corre. Ahora se ríe, mierda, mierda, se ríe y me ahogo en el puto Cantábrico."
- Por lo menos no llores delante de toda esta gente, ven conmigo.- y le tiendo la mano.
- Tengo novio, ya lo sabes.
"Gracias, gracias, yo también aprecio mi vida, gracias".
- No te tratará como debe si estás llorando aquí sola, ven comigo. - y mantengo la mano tendida.
"MIERDA, MIERDA, MIERDA".
- Sniff, vale, vamonos, jeje.
"mierda..."