Se me han adelantado.
Me estoy divorciando desde el mes de mayo y voy a compartir con vosotros mi experiencia y os daré también consejos para esquivar la puta ley de viogen que me trae frito.
El amor en un matrimonio hay veces que se acaba. Desde antes de que naciera mi hija tuvimos una crisis bastante fuerte. Ella, después del parto, apenas podía conciliar el sueño y eso hizo que empezáramos a dormir en habitaciones separadas, como el poemario de García Montero. A los seis meses, mejoró algo la relación, sobre todo porque yo puse de mi parte. Antes era seguro y no me temblaba el pulso a la hora de irme en una discusión y aparecer al día siguiente. Pero ya no era lo mismo. Ahora tenía a mi hija y por ella aguantaba algo que ya estaba más que muerto. Teníamos una vida de pareja demasiado pobre, pues ya el sexo solo aparecía en las discusiones cada vez más fuertes. Los dos nos centramos en mi hija y todo giraba alrededor de ella. El último año, nos mudamos y mejoró de nuevo nuestra vida. Tenía la ilusión de que quizá otro cambio a mejor, podría darnos ese punto de felicidad que nos faltaba. A pesar de todo, estábamos muy unidos. Siempre íbamos los tres. Era a ojos de los demás una familia envidiable.
Pero, llegó el confinamiento y acabó con todo. Ella pensó que era el fin del mundo y estuvo muy mal como un mes. Después, se volvió muy vitalista y cuando salíamos, saltaba, brincaba y cogía flores. Cuando se anunció la fase dos, ella me dijo que me quedara con la niña y nos divorciáramos. Vi el cielo abierto. No os podéis imaginar hasta que punto. Era mi sueño hecho realidad. Pero no me fiaba del todo y me fui a un bufete bastante bueno, porque intuía lo que después ha pasado.
En cuatro días exactos, hice dos mudanzas, contraté a la abogada, se elaboró el convenio, que me daba la custodia total a mí (ella se quedaba con las visitas que se suelen quedar los padres: fin de semana alterno y los miércoles), todos los preparativos de un divorcio. Un divorcio ventajosísimo, porque a pesar de que le había dado algo de dinero más del que correspondía por los gananciales, pues yo asumí determinados gastos, no había perdido viviendas, hija, ni tenía que pagar pensiones. Vamos, lo que todo hombre en este país quiere.
El divorcio se firmó el uno de junio, aunque ella pensaba que yo me iba a arrepentir y le estuvo dando muchas vueltas para ir a firmar. Se puso ropa nueva y se maquilló. Me hizo ir a recogerla. Fuimos los dos juntos. Estaba hecho.
Después, durante el primer mes, venía a mi casa casi todos los días o yo iba a la suya. Estábamos bastante juntos, aunque yo estaba cansado, porque estaba siempre a lo que ella quería. Pero, de pronto empezó a desaparecer y creo que conoció a alguien. No me gustaba la situación y empecé a ver como todo se torcería.
Al final, el día treinta me la hizo. Se puso muy pesada el día antes con que volviéramos a vivir juntos, los tres. Ella me propuso una relación abierta. Yo no quería. Ella sabía que no iba a volver. Tuvimos unas cuantas discusiones, que se empalmaron, hasta que, después del sexo, me encerró en su piso, me quitó el móvil y comenzó a gritar socorro mientras me increpaba, diciendo que si no paraba y me iba con ella, me iba a joder la vida. En esos momentos, sabes que estás colgando de un hilo. Veinte minutos de socorro, a intervalos, pasaron hasta que llegó la policía. Sentado en el suelo, los vi como salvadores. Ella dijo que le había pegado y me detuvieron, pasé diez horas en el calabozo como un perro. Desorientado, sin saber qué estaba pasando, sin llamar a mi abogada porque ni atinaba de los nervios. Cuando salí, ella me estaba esperando en la puerta de los juzgados. Un poco antes, cuando me dieron la orden de alejamiento le dije a la funcionaria que si había venido sola o con la niña. Habían venido las dos. Le tuvieron que decir que se marchara. Pero yo sabía que me estaba esperando y me escondí hasta coger un taxi. Esa noche dormí en casa de mi hermano.
Al día siguiente, fue la vista oral y ella se enfureció porque había llevado a mi abogada en lugar del abogado de oficio. Me dio a la niña y declaró mil historias, según luego me contaron. Cuando la niña me dijo que se había mareado en la ambulancia, me di cuenta de que lo peor estaba ahí. Se había hecho un parte de lesiones. No tenía más que una magulladura en los brazos, dos chupetones, uno en el pecho izquierdo y otro la parte izquierda del cuello, además de un golpe en las rodillas que ya estaba en proceso de curación. El día catorce fue el juicio. Tenía a priori mucho en contra con el puto parte de lesiones, pero gracias a un atestado del día veinte de mayo y a otras cuestiones que allí se adujeron, tenía alguna posibilidad de demostrar mi inocencia.
Mi hija y yo estuvimos sin tener noticia alguna de ella hasta que pasaron veintiún días. Entonces me la empezó a pedir a través de mi hermana. Todos los días un par de horas o tres. Todo iba de lujo, hasta que en el proceso de divorcio, el día 27 de julio, sale un requerimiento de fiscalía para que ella pague algún tipo de pensión de alimentos. Ese mismo día, me solicitó a la niña y me dijo que se había buscado una abogada. Se la iba a llevar para una semana y hasta el día de hoy.
Al día siguiente, ella habló con mi hermana, diciendo que quería un acuerdo de custodia compartida. Por la tarde, se plantó en mi casa, saltándose la orden de alejamiento. Yo le dije que se fuera y se fue antes de que llegara la policía. Estuvo muy nerviosa y no hacía más que merodear por lugares donde creía que yo podía estar. Habló con amigos míos y con familiares. Hasta que el lunes, salió la sentencia. Estaba absuelto y el alejamiento había terminado. Ahora tocaba matricular a la niña en un colegio. Yo solicité uno, pero ella se negó. Ahora estoy esperando a mañana para enterarme de dónde la ha matriculado.
El martes hablé con mi hija por vídeo llamada, pero no la he vuelto a ver en persona desde julio.
Esa es la historia, por ahora.