Mongüiver rebuznó:
Nosotros urdimos un plan para fockarnos a una unibersitaria.
Cuando vuelva, si hay interés, comento.
Ante la extraordinaria lluvia de mp´s que me han llegado solicitando que desarrolle el asunto, y la multitud de posts que lo han hecho abiertamente en el hilo, allá voy. No tiene que ver que lleve medio verano acostándome a las tantas y que no tenga pizca de sueño y mañana toque curro.
Bueno, el caso es que, como muchos sabréis en las ciudades universitarias la muchachada se arrejunta para pillar piso. Los pisos aquí son literalmente putapénicos. Mal construídos, viejos, mal mantenidos y distribuídos penosamente, con habitaciones que podrían ser réplicas del zulo de Ortiga Lara llenas de humedades e impregnadas con un tono amarillento del tabaco que tan común resultaba hace un par de décadas atrás, donde el fumeque era signo incontestable de independencia y marca de calité de la juventuc universitaria. Estos edificios venían de serie con mucho patio interior que va a dar a una uralita que protege los garajes o micropatios donde tu habitación dista unos cuatro metros de la del vecino de enfrente. Vamos, lo que es un asco.
Pero como esta city es la capital, gran parte de su población no es autóctona, sino de aluvión; así, recuerdo los fines de semana de mi infancia ochentera como un erial de viernes tarde a domingo tarde.
Todo el mundo se marchaba a la aldea, el nucleo de población común de Galicia dejando Santiago como lo que en el fondo era antes del descubrimiento de ese fenómeno llamado Año Santo, una pequeña ciudad totalmente dependiente de la juventud universitaria y de sus moradores de lunes a viernes.
Así pues, muchísima gente con sus raíces en el campo o en la costa hacía de enlaces para que los hijos de sus familiares encontrasen piso para el curso universitario. La hermana o el primo se encargaban de buscarle alojamiento a la sobrina y ejercía de persona de contacto en caso de que a la niña le pasase algo. Como es natural ni se enteraban de nada y cuando lo hacían ya era en el bautizo, pero bueno.
Otra variante era la judía, que consistía en acoger en sus propias casas a los hijos de los familiares, que por una pequeña renta y la comodidad de tener de mano a los familiares, era escogida en ciertas ocasiones.
Ni que decir tiene que quien acudía a este sistema lo hacía semi-voluntariamente y rápidamente se agenciaba un noviete o unas amigas con las que poder echar la mayor parte del tiempo fuera de la casa a salvo de las indiscreciones.
El caso es que en mi familia (no en mi casa), tocó una de estas chavalas a la que llamaremos Puri.
La tal Puri estaba estudiando Filología, creo, y era una tipa del montón; ni muy allá ni muy acá. Recuerdo que era rubia, de ojos claros y bien mantenida. Hoy, ni la tocaría con un palo.
Había yo iniciado una relación de amistad con mi primo del que me hice bastante amiguete: salíamos a jugar al fútbol, a dar una vuelta por las vías del tren, a hablar de las niñas de su cole, del mío... bueno, cosas de niños. Otro día os contaré la historia de Marta, Elisa sofía y la caracaballo :115 Pero bueno, otro día.
Un día empezamos a fantasear con la posibilidad de "tirarnos" a Puri. Ni que decir tiene que yo a la tía jamás le había dirigido la palabra; ella rondaba los veintipocos y nosotros los once o doce. Bien, decía que empezamos a planificar una estrategia que nos llevaría a "calzarnos" a la Puri.
El plan era éste: como de cuando en vez quedábamos a dormir en su casa, y Puri tenía su cuarto pegado al nuestro estudiamos cómo podíamos hacer para entrar y que, sin que ella se diese cuenta, pudiésemos sobarla a base de bien.
En aquel momento ni se nos podía pasar por la cabeza el follárnosla, no ya por la dificultad técnica de moverla, sino porque el hecho mismo de follar, que se nos antojaba abstracto.
Antes de proseguir, decir que el piso estaba distribuído en forma de L, con la entrada en el rabito de la L, una habitación a la izquierda, cogíamos hacia la derecha, habitación de matrimonio, baño, habitación nuestra, cocina, habitación de Puri y salón al final de la L.
Como he dicho antes su habitación estaba pegada a la nuestra, sólo restaba cruzar por la puerta de la cocina (que sería un trozo neutral como Suíza), y tener bien lejos a mis tíos al principio del pasillo (porque sí, aquí hay pisos con pasillos de 10 metros)
Y aunque teníamos el terreno bien estudiado, nos faltaba la parte técnica. Alguno de nosotros había oído hablar del éter, el fluído ese con el que se dormía a las ranas de ET.
Bien el caso es que empezamos a investigar dónde encontrar éter para aplicárselo a Puri y que se quedase profundamente dormida para poder magrearla a placer.
Pensamos en ir a comprar éter a una farmacia, pero la nula disposición de cash y la posibilidad de que nos preguntasen con la luz de un flexo para qué coño lo queríamos, dió al traste con esa opción. En esas yo estudiaba 6º de EGB, que como recordaréis es cuando se va al laboratorio del cole a ver los matraces de Pyrex y a ver al microscopio células vegetales y células sanguíneas de Rafael.
Rafael era nuestro conserje. Tenía mucha mala hostia, cogía de las orejas y tocaba la campana (que no el timbre), a la hora de entrar y salir del cole.
Rafael (nunca Rafa, colleja incoming), era esa clase de hombres rudos e innobles que trataba a un downie que venía a una clase que había de Educación Especial, como si fuese un animal. Le gritaba, le pegaba cates y le tiraba de las orejas. Esto último lo hacía, supongo, por integrarlo en la normalidad, para que viese que no sólo nos tiraba de las orejas a los normales, sino a él también.
Rafael tenía dos hijos y una mujer tan fea que siempre creímos que lo habían metido de conserje para compensarlo, así como a otros le daban un estanco. Y tenía dos hijos a los que llamábamos draculín y frankenstein, así que ya os hacéis composición de cómo sería la sangre de este fenómeno vista al microscopio.
Bueno, el rollo es que yo como loco busqué el éter, pero sólo había ácido sulfúrico, que la profe nos decía era muy corrosivo. Si nos caía en la mano nos la podía agujerear.
Todo el mundo flipando con el ácido y yo desesperado por llegar triunfante ante mi primo con el frasquito de éter.
Fail total. Mi primo también había buscado en su cole pero nada, lo máximo que descubrió fue una pesa de un gramo de un estuche de madera que tenía toda la graduación hasta el kilo
Bien el caso es que ni éter ni cojones, pero la sensación de cachondez por dormir puerta con puerta con una tía de verdad que no fuese nuestra madre, no iba a aguarnos la fiesta.
Decidimos buscar un viernes en el que ella pernoctara y no se fuese a su casa de finde hasta el sábado. Como yo iba regularmente a dormir a casa de mi primo cuadró que el primer día elegido ella se quedase la noche del viernes al sábado.
Mi primo tenía clics y un cinexín, y nos quedamos como mongolos haciendo que jugábamos hasta que mis tíos y Puri se fueron para la cama.
Mi tía nos acostó (nos mandó a la cama más bien), y nos apagó la luz.
El silencio era claustrofóbico, no hacíamos sino contar el tiempo y elucubrar cuándo sería la hora precisa para deslizarnos de la cama, abrir la puerta, avanzar los tres o cuatro metros hasta la habitación de Puri, abrir su puerta con la mayor delicadeza que uno pudiese aguantando la respiración y valorar si el magreo podía tener lugar si estuviese todo lo profundamente dormida que esperábamos.
Empezamos a hablar por lo bajini sobre si tendría pijama o camisón o sobre si estaría acostada hacia arriba o hacia un costado, y si era así, si estaría mirando hacia la puerta o hacia la pared.
Nos entraban histéricos episodios de risa, fruto del nerviosismo, y nuestros pitos empezaban a palpitar sólo con pensar en la proeza por llegar.
Cada vez pasaba más lentamente el tiempo, y abríamos bien las orejas destaponando la presión de los oídos por si escuchábamos signo de sueño profundo: respiraciones pausadas y profundas o suspiros que delataran luz verde para la operación.
Llegado un momento decidimos que el tiempo pasado fue suficiente y nos bajamos de la cama todo lo silentemente que pudimos, anduvimos de puntillas y, cual equipo policial de asalto, nos pusimos uno tras el otro pegaditos a la pared y con una mano en el picaporte.
Desbloqueamos el cierre y abrimos la puerta; primero con un finísimo hilillo que nos permitiese vislumbrar el más mínimo haz de luz y oír el menor ruido que hubiese abortado la operación y después abriendo lo justo como para poder sacar la cabeza y otear la inmensidad del pasillo.
Mi primo sacó su cabeza (lógico, estabamos en su territorio), y convino que la situación era la idónea.
Yo me agarré el pito en un gesto innato que me ayuda en los momentos de tensión.
No es agarrase los cuerpos cavernosos, sino agarrar el prepucio reteniendo tras él los cuerpos y estirando del mismo. Relax total.
Empezamos a avanzar de puntillas y doblando mucho las rodillas para hacer nuestro avance más silencioso.
Pasamos por la cocina y empezamos a medio reírnos en silencio de puro nervio.
Es increíble lo bien que se puede ver en plena oscuridad cuando uno está con la adrenalina a tope.
Mi primo, en tanto que anfitrión, y yo en condición de cagado máximo, puso su mano sobre el picaporte de la puerta de la habitación de Puri.
De ese momento tengo el primer recuerdo del efecto de la adrenalina en mi cuerpo; de repente, sólo con haber puesto mi primo su mano en la manija, empecé a escuchar un pitido sordo y suave que me hacía ausente de la escena.
Cuando mi primo empezó a ejercer fuerza sobre la manija, un levísimo sonido como de un resorte nos heló la sangre: fue un
ñiiic muy agudo y muy bajito.
Mi primo bajó de todo el picaporte y se quedó quieto sin mover un músculo con la puerta preparada para empujarla con suavidad y que Puri fuese nuestra.
Ni que decir tiene que las orejas se nos pusieron de punta por si el ruidito había despertado a Puri o, lo que sería peor, a mis tíos, pero, afortunadamente, nada de eso ocurrió.
Abrimos la puerta con precisión y delicadeza quirúrgicas y allí estaba Puri, tendida sobre la cama, boca arriba, tapada hasta el cuello, dormida y ajena a nuestra aventura criminal digna de Antonio Anglés Martíns.
Mi primo, mucho menos gallina que yo, se decidió a penetrar en la alcoba al tiempo que yo guardaba la retardguardia. En ese momento, empezó a entrarme la risa floja que ahogué poniéndome la mano en la boca y dejando salir los kilopascales de presión por la nariz.
Mi primo empezó a descojonarse por lo bajini y de repente mi tía dijo desde su habitación: "Albertoooo... qué hacéis"
Juro por dios que salimos de la habitación con tal celeridad y con tal silencio que no sé ni como no se despertó la Puri, pero dejamos su puerta apoyada contra el borde y volvimos a la cama a velocidad de rayo.
Las risas fueron carcajadas; la tensión acumulada en la aventura retarded hizo que nos partiéramos el culo hasta que vino mi tío a ver qué cojones pasaba, que era tardísimo y que nos echáramos a dormir. Ni que decir tiene que nos lo dijo en bajo pero soberanamente cabreado por hacerlo levantar de la cama; y es que la Puri no se enteró, en apariencia, de nada.
Dormimos felices de la aventura y al día siguiente, cuando nos levantaron Puri se había marchado ya y mis tíos no hicieron referencia a nada, por lo que entendimos que todo había quedado en secreto.
Sí, una mierda de aventura. Pero es lo que hay. No quiero ni pensar qué hubiese pasado si la Puri se despierta y nos ve a los dos a los pies de su cama y con una cara de salidos del quince.
Supongo que hostión al canto, levantar a mis tíos, llevarme a casa de mis padres, correccional y, hoy en día, aún en Teixeiro, con mi ojete al servicio de la comunidad carcelaria
