El hombre no es más que un animal que ha sufrido una hipertrofia de su cerebro.
El macho de la especie humana sabe instintivamente que el coño, al igual que el agua o la energía, es un recurso escaso que es necesario conservar. Debido a la fuerte asimetría de la función reproductora, donde la totalidad de la carga de gestación, amamantamiento y cuidados asociados de la prole recae sobre las hembras, durante miles de generaciones de evolución humana ha sido seleccionada en éstas una estrategia de comportamiento esquivo de modo que el macho se ve obligado a cortejar a la hembra si quiere ganarse una posibilidad de tener acceso a su coño. El hombre no es más que un simple títere cuya conducta y actos están guiados por la imperiosa necesidad de fornicar que la Naturaleza ha creado en él. Los hilos son el cóctel hormonal que circula por su torrente sanguíneo. El titiritero es el gen o grupo de genes responsables de controlar y dirigir la síntesis de dichas hormonas. Por ello toda hembra normal (y por normal se entiende no fea ni monstruosamente gorda) tendrá decenas de machos danzando a su alrededor en actitud solícita, servil y obsequiosa hacia ella y así contará con múltiples oportunidades de seleccionar al macho más adecuado de cara a sus intereses y los de su prole.
Una vez conseguido el acceso al valioso recurso que supone el coño de la hembra, el macho ya tiene asegurada la mínima ración de coño que precisa para satisfacer esa imperiosa necesidad de fornicar que la Naturaleza ha creado en él. Dado que el recurso coño es escaso, tendrá que defenderlo de machos rivales al precio que sea. La forma indirecta de preservarlo es proveer a la hembra y a su prole de todo lo necesario para su sostenimiento. A cambio la hembra racionará su coño convenientemente con el objetivo de mantener el control sobre el macho para que siga atendiendo a sus exigencias y demandas. En otras ocasiones el macho deberá defender directamente el coño de otros machos rivales mediante el uso de la fuerza. Un macho de la especie humana no vacilará siquiera un instante en aplastar sin miramientos de ninguna clase a un macho rival aun a pesar de que éste sea inferior a él. En cambio se asume comúnmente que pegarle a una mujer está mal, no por el hecho de que sean inferiores físicamente como con frecuencia se afirma, sino porque dado el insustituible papel que juegan en la reproducción, esta actitud protectora hacia ellas se ha revelado como la más eficaz de cara a la perpetuación de la especie. De ahí la especial protección de que han gozado desde siempre las mujeres en el seno de las comunidades humanas y que se ve exacerbada hoy en día con las eufemísticamente llamadas 'leyes de igualdad', que no hacen sino poner de manifiesto un hecho biológico y es que las mujeres precisan una especial protección debido al papel clave que cumplen como elemento central en la reproducción.
La realización de estas tareas supone para el macho verse frecuentemente forzado a correr peligros y a asumir riesgos. De esta manera se observa que los trabajos más peligrosos son desempeñados indefectiblemente por varones, los cuales se ven impelidos por sus genes a poner en riesgo su integridad física y hasta su propia vida para que las hembras dispongan de todo lo que necesitan (existen miles de ejemplos pero baste el de los marineros que se tiran meses en alta mar jugándose la vida entre piratas y demás peligros acechantes para que sus putas estén cómodamente con el coño sentado en casa resguardadas de todo peligro). Para los machos la razón entre costes y beneficios es tal que tristemente les compensa asumir dichos riesgos únicamente a cambio de tener un acceso racionado al coño de la hembra. No es así en cambio para las hembras, cuyo comportamiento ha sido modelado por las fuerzas evolutivas de tal forma que no están dispuestas a asumir apenas riesgos y así se demuestra en el hecho de que las mujeres en caso de desempeñar algún trabajo, se ocupan siempre de las tareas más livianas y menos peligrosas; igualmente existen muchas menos mujeres interesadas en la práctica de algún deporte, particularmente en deportes de riesgo donde su presencia es puramente testimonial.
Desde un punto de vista biológico, las mujeres son mucho más valiosas que los hombres: mientras que una mujer sólo puede tener un hijo al año (exceptuando partos múltiples y teniendo en cuenta nueve meses de gestación más el tiempo de reposo necesario y para quedar embarazada de nuevo), durante el mismo lapso de tiempo un hombre prodría engendrar teóricamente cientos de descendientes, siempre y cuando tuviera a su disposición un número equivalente de hembras. Como la propia naturaleza de los machos les empuja a asumir más riesgos que las hembras (accidentes de tráfico, deportes de riesgo, trabajos peligrosos, enfrentamientos con machos rivales y un largo etcétera), viven sensiblemente menos que éstas ya que son mucho menos valiosos, más fácilmente reemplazables y su vida entera está subordinada a colmar de atenciones a la hembra a cambio de tener una remota posibilidad de que ésta le permita tener un acceso restringido a su preciado coño.