De jovencito te ibas de molichero, de camping. Leías libros de cinco en cinco. Eras enamoradizo e idealista. Creías en el bien común y la mejora de la sociedad. No pensabas mucho en ello; simplemente te salía de las tripas.
Los años pasan. Las energías merman y, en consecuencia, la mochila se va al armario y es sustituida por una maleta con ruedas. Los campings, por hoteles. Primero te vale cualquier mierda. Cuando catas habitaciones de puta madre, ya no quieres volver atrás.
Viajabas en un coche sin dirección asistida ni aire acondicionado, en un bus de mierda. Eso también se acaba, y prefieres quedarte en casa a a viajar de esa forma.
Descubres que los necios, los malvados y los imbéciles triunfan sin leer otra cosa que el Marca, y los libros van quedándose en las estanterías. Te parece que, en realidad, y fuera de un puro entretenimiento, tampoco sirven para mucho. Como mucho relees tus viejas glorias y, quizá, en épocas de mucho tiempo, atacas algún libro nuevo. Pero son ya la excepción.
Ya no te enamoras. Simplemente, dejas de sentirlo. Las mujeres siguen siendo un objeto de deseo, pero solo es lujuria. Aquél sentimiento sublime se fue con las luces de la juventud. Te parece más atractiva una mujer que se conserve bien de treinta y pocos, que una lela de veintipocos.
Has visto tus ideales pisoteados y traicionados. Finalmente, te cansas de perder y abrazas un individualismo superviviente. Sabes que no puedes salvarlos porque, además, ni siquiera se dejan salvar y colaboran con ahínco en su propia destrucción. Te rindes. Que les den por culo. Continúas la lucha solo para ti mismo e ignoras todo lo demás. Asumes que el mundo es como es, y no va a cambiar. Ahora eres fácil de corromper. Ya no eres de fiar.
Los adolescentes te parecen hace mucho ruidosos, caóticos, molestos y profundamente imbéciles. La música del momento te parece una puta mierda engendrada por y para retrasados mentales. Te refugias, como ocurre con los libros, en tu vieja música. A veces escuchas algo nuevo que te llama la atención. De nuevo, la excepción.
A veces te sientas a tomar un café, o una cerveza, en una terraza. Simplemente ahí, perdido en tus reflexiones y tus recuerdos, que ya son abundantes. O quizá solo miras hacia algún horizonte, viendo la gente pasar, el mundo girar.
Te has hecho mayor.