La I Guerra Mundial ha terminado

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Victor I

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A lo mejor no da para hilo, pero me acabo de enterar, debo estar un poco desactualizado, y me hacía ilusión compartirlo con mis hamijos foreros.


'Aprendí de niño que el Tratado humillaba a Alemania, y lo hemos pagado 92 años' | Mundo | elmundo.es

Una deuda histórica | Mundo | elmundo.es

Los alemanes no eran conscientes de que seguían pagando reparaciones de guerra correspondientes al Tratado de Versalles de 1919 hasta que un diario nacional desvelaba esta semana que el último pago, de 69,9 millones de euros, quedaría definitivamente saldado este domingo, 3 de octubre

Tanta Unión Europea y tanta hostia y los gabachos no perdonan ni un marco. Uno ya ni se acuerda de las tropelía de Versalles, del abuso y la inquina gala, y de repente, casi cien años después, nos enteramos de que estaban con la hoja de Excell echando cuentas a ver como iba los germanos con las mensualidades. Mi teoría, y la de BSTT, es que los judios han estado revoloteando por los jardines del Eliseo y haciendo brillar su sonrisa cuajada de dientes de oro.
 
Nunca entendí muy bien como es que, Alemania, que entró de rebote en la guerra por el sistema de pactos que todos los países europeos tenían, acabó siendo juzgada como la única responsable y culpable de esa guerra. Una gran nación a la que se ha mantenido desmembrada desde siempre. Es evidente que, despues de la reunificación prusiana, más de uno y más de dos perdieron el sueño y la tranquilidad. Curioso ver como Francia, en cambio, ha mordido territorios de todos sus vecinos. Sabreis que Francia consintió y ayudó a Italia a unificarse a cambio del territorio de Saboya, ese que por mucho tiempo fue aliado de España. A España se le quedó con el Rosellón, y a Alemania con Alsacia-Lorena. ¿Merced a su gran genio Militar?
 
Pues yo a veces tengo la sensación que los alemanes son retrasados mentales profundos y sin cojones ¿como pueden soportar rebajarse continuamente? ¿como pueden seguir regalando dinero por actos que cometieron gente que lleva 70 años muerta? ¿por qué permiten que Berlín parezca un museo dedicado al auto-odio?.... y así podría estar toda la noche

Incluso los patético españoles tenemos la dignidad de no rebajarnos tanto ante guiris y panchos (aunque la puercoflautada este intentando remediar semejante actitud)
 
Pues no sé qué decirte, a nosotros nos hicieron durante siglos, aunque a menor intensidad, lo que a Alemania le han venido haciendo últimamente. Españoles acomplejados de su pasado sobran.

Berlín será lo que quieras pero aquí 3/4 de lo mismo, todos los días sacan alguna bobada de memoria histórica, que si estuatas, que si archivos, que si nombres de calles que la polla en verso...
 
Nunca entendí muy bien como es que, Alemania, que entró de rebote en la guerra por el sistema de pactos que todos los países europeos tenían, acabó siendo juzgada como la única responsable y culpable de esa guerra. Una gran nación a la que se ha mantenido desmembrada desde siempre. Es evidente que, despues de la reunificación prusiana, más de uno y más de dos perdieron el sueño y la tranquilidad. Curioso ver como Francia, en cambio, ha mordido territorios de todos sus vecinos. Sabreis que Francia consintió y ayudó a Italia a unificarse a cambio del territorio de Saboya, ese que por mucho tiempo perteneció a los austrias. A España se le quedó con el Rosellón, y a Alemania con Alsacia-Lorena. ¿Merced a su gran genio Militar?

Porque perdio. Ademas no entro de rebote y, si, perdieron el sueño con el expansionismo prusiano que llevaba 100 años petandolo en Europa y fastidiando a Francia.

Francia y GB eran los amos con sus imperios coloniales. Alemania queria mas trozo de tarta del que le habia tocado, pero no le dejan, asi que decide petarlo por Europa. Alemania pierde y le toca pagar los platos, es de cajon.
 
Bol0 Yeung rebuznó:
Francia y GB eran los amos con sus imperios coloniales. Alemania queria mas trozo de tarta del que le habia tocado, pero no le dejan, asi que decide petarlo por Europa. Alemania pierde y le toca pagar los platos, es de cajon.


oija expliquele esto al señor GPV que a mi no me hace caso
 
1984 reload rebuznó:
oija expliquele esto al señor GPV que a mi no me hace caso

Ah, que es que no te hago caso.

Lo que pasa es que lo que vendes es que Alemania no tenía imperio en 1914, y que si otros lo tenían, tan lícito era que Alemanaia lo quisiese, tanto en 1914 como en 1939, y así de paso, descargar culpas a Alemania por iniciar la guerra en el 39.

Que Alemania se sintió maltratada en el reparto colonial es Historia, y eso no lo he discutido ni negado.
 
Bol0 Yeung rebuznó:
Porque perdio. Ademas no entro de rebote y, si, perdieron el sueño con el expansionismo prusiano que llevaba 100 años petandolo en Europa y fastidiando a Francia.

Francia y GB eran los amos con sus imperios coloniales. Alemania queria mas trozo de tarta del que le habia tocado, pero no le dejan, asi que decide petarlo por Europa. Alemania pierde y le toca pagar los platos, es de cajon.

NO.

frase del Káiser al monarca de Austria-Hungría previa a la WWI: «¡Está usted haciendo demasiado ruido con mi sable!»

Cuando el 11 de noviembre de 1918 se firmó el Armisticio en Compiégne fue con la condición explícitamente aceptada por los países Aliados de que, en el subsiguiente tratado de paz se aplicarían los catorce puntos de Wilson, solemnemente proclamados como finalidad de guerra de los Estados de la Entente.

Las circunstancias bajo las cuales el Armisticio fue firmado deben ser tenidas muy en cuenta. El Alto Mando alemán no solicitó el Armisticio por que sus ejércitos hubieran sido derrotados. En el transcurso de los cuatro años que duró la guerra, las tropas alemanas y austrohúngaras lucharon siempre en territorio extranjero; en Bélgica, Francia, Italia, Serbia, Rumania, Grecia. Rusia... Los Ejércitos Centrales nunca fueron vencidos en el campo de batalla, ni siquiera en Verdún, donde la heroica resistencia de los franceses hizo fracasar la ofensiva de Von Falkenhayn, pero sin que en el contraataque que siguió pudieran los galos obtener ventaja alguna. El Gobierno alemán solicitó el Armisticio por que los grupos "espartakistas" y comunistas de Rosa Luxembourg y Liebknecht estaban convirtiendo la retaguardia alemana en un campo de batalla y amenazaban con desatar una revolución generalizada del mismo tipo que la sobrevenida en Rusia un año atrás.

Por otra parte, la entrada en guerra de los Estados Unidos convertía en problemática una rápida victoria germánica, y una victoria rápida era imprescindible si se quería evitar que la amenaza bolchevique interior degenerara en un cáncer imposible de controlar. Berlín pidió el Armisticio sobre la base del programa de Wilson, esto es, de una «paz sin vencedores ni vencidos», para poder dedicar todo el peso de su esfuerzo contra el bolchevismo interior y el que se insinuaba, amenazador, en las fronteras orientales del Reich.

El Armisticio fue firmado como preludio de una paz negociada. Es extremadamente importante tener bien presente este hecho, porque un Armisticio acordado en tales condiciones es muy diferente de una rendición incondicional.

En el Armisticio de Compiégne los vencedores estipularon que el Tratado de Paz debería firmarse dentro de un plazo de treinta y seis días, notoriamente insuficiente para resolver todos los problemas planteados. Cada prolongación del estado de Armisticio debía ser comprada por Alemania con nuevas concesiones: entregas de carbón, de material ferroviario, de productos alimenticios, de patentes de invención, de maquinaria... Entre tanto, los revolucionarios de Alemania alentados y subvencionados desde fuera desencadenan una serie de revueltas que obligan a la Wehrmacht a dedicarles toda su atención.

Puede afirmarse que, sin la acción de los bolcheviques a finales de 1918, y en vista del engaño que se insinuaba, el Estado Mayor alemán habría continuado las hostilidades. En Compiégne, Alemania había firmado un Armisticio sobre la base de los puntos de Wilson, es decir, prácticamente, una paz-empate. Pero entre Compiégne y Versalles, la Entente falta a sus compromisos, se aprovecha, alentándola, de la Revolución bolchevique en Alemania, y del tiempo ganado, que permite la llegada de nuevos contingentes norteamericanos a Francia, y modifica fundamentalmente la situación a su favor. En noviembre de 1918, cuando se firma el Armisticio de Compiégne, el Ejército alemán invicto, puede oponerse a una abusiva explotación de la victoria aliada. Pero en febrero de 1919, la Wehrmacht debe luchar en el frente interior contra los rojos y, por otra parte, la Entente ha ganado un tiempo precioso. Londres y París - y ciertas fuerzas internacionales que se mueven entre bastidores - explotarán el nuevo estado de cosas.

El chantaje aparece crudo y descarnado cuando Inglaterra y Francia deciden iniciar el bloqueo por hambre para apoyar sus exigencias, cada vez más desorbitadas. Winston Churchill, primer Lord del Almirantazgo, declara:

«Continuemos practicando el bloqueo por hambre con todo su rigor. Alemania está a punto de perecer de hambre. Dentro de muy pocos días estará en pleno colapso... entonces será el momento de tratar con ella».

Unos días después, Alemania debe entregar toda su flota mercante a Inglaterra. La flota de guerra seguiría unos días después. Francia, por su parte exige el desmantelamiento de centenares de fábricas, y destruye todo lo que no puede llevarse.

En vano el mariscal Haig, comandante supremo de las fuerzas británicas aconseja poner fin a los abusos y no herir sin necesidad la dignidad del pueblo alemán. Lloyd George, Churchill y su «clique» le recuerdan que sus deberes de militar terminaron con el «alto el fuego». Ahora la palabra es de los políticos, que incluso empiezan a pelearse entre ellos por el derecho a la mayor cantidad posible de despojos del vencido. Es imposible imaginar una más cínica violación de unos acuerdos rubricados solemnemente. La Cruzada del Derecho y la Democracia se ha transformado en un Patio de Monipodio. Los acuerdos de Compiégne ya no cuentan para nada. Clemenceau proclamará, sin ambages: «Los acuerdos pasan, pero las naciones quedan».

Pero hay que adoptar una apariencia de legalidad. Hay que convencer al hombre de la calle de que, siendo Alemania culpable de la guerra, justo es que sobre sus hombros caigan todas las cargas de la misma. Por eso en el «tratado» se incluye una cláusula que dice: «Las potencias aliadas declaran, y el Gobierno alemán solemnemente admite, que la culpabilidad total en el desencadenamiento de la guerra incumbe a Alemania».

El conde Brockdorff,Rantzau, jefe de la Delegación alemana en Versalles, abandona su puesto, alegando que su concepto del honor le impide apoyar, con su firma, una tal enormidad.

Pero nuevamente Inglaterra y Francia amenazan con una reanudación del bloqueo y la ocupación «sine die» de territorios que, incumpliendo los acuerdos del Armisticio de Compiégne, han invadido, sobre todo en Renania y Baviera.

Von Haniel, sustituto de Brockdorff Rantzau, anuncia que «Alemania se doblegará a todas las exigencias de sus enemigos: algunas de las cláusulas del Tratado sólo han sido incluidas para humillar a Alemania y a su pueblo. Nos inclinamos ante la violencia de que somos objeto por que después de todo lo que hemos sufrido, no disponemos ya de ningún medio para contestar. Pero este abuso de la fuerza no puede empañar el honor de Alemania».


El 28 de junio de 1919, forzada por el chantaje del hambre y la ocupación militar extranjera, Alemania ponía su firma al pie del Tratado de Versalles. Otros cuatro «diktats» eran impuestos a Turquía, Hungría, Austria y Bulgaria: los de Sévres, Trianon, Saint Germain y Neuilly. Los vencedores no sólo incumplieron su palabra, empeñada en Compiegne, sino también el preámbulo y articulado del Pacto de la Sociedad de Naciones, redactado el 28 de abril de 1919. A pesar de que los países de la Entente se habían comprometido a «no llevar a cabo una política de anexiones» y habían solemnemente declarado que «ningún territorio será separado de otro si no es con la expresa voluntad y aquiescencia de sus habitantes».

En algunos casos, y en un intento de cubrir las apariencias, los vencedores pretendieron justificar sus anexiones mediante la celebración de plebiscitos falaces. En la Alta Silesia, por ejemplo, se procedió a la expulsión de los alemanes de aquella región, y luego se consultó a los componentes de la minoría polaca y a las tropas de ocupación de Pilssudski si deseaban integrarse en el nuevo Estado polaco. En el Schleswig, los partidarios de continuar formando parte del Reich obtuvieron la victoria en las elecciones - controladas por tropas coloniales francesas - por 97.000 votos contra 69.000. Entonces, a propuesta de Clemenceau, la Comisión de Embajadores encargada de la interpretación de los resultados del escrutinio trazó, arbitrariamente, dos zonas: Norte y Sur, adjudicando la segunda a Alemania y la primera a Dinamarca.

La vieja política francesa, consistente en crear estados imaginarios e inviables alrededor de Alemania, tuvo su culminación en Versalles: aparte de desenterrar al viejo fantasma polaco y de inventarse dos monstruos de la geopolítica Checoslovaquia y Yugoslavia, a los que se cebaba con extensos territorios de población con mayoría germánica,. Francia se instalaba en la orilla izquierda del Rin, con las miras puestas en el Saar y la Renania, y se entregaban más tierras alemanas a Dinamarca y Bélgica, transformándolas "volens nolens", en enemigas naturales de Alemania. Holanda debía, igualmente, formar parte del anillo antialemán, según los planes de Clemenceau. En efecto, el viejo "Tigre", tan generoso con las posesiones de los demás, quería entregar la comarca de Ems a los holandeses, pero éstos renunciaron a ese «regalo envenenado»..

El punto IV de Wilson, referente al desarme general, fue incorporado al Tratado de Versalles, pero en la práctica, sólo se aplicó a los vencidos. Al Reich se le autorizaba un Ejército de cien mil hombres, sin aviación, prácticamente sin flota de guerra, y sin armas pesadas. El Ejército alemán representaba, así, una décima parte del Ejército polaco. Por su parte, Francia se negó al desarme y los demás países democráticos, sin negarse oficialmente a ello, no sólo no desarmaron, sino que aún incrementaron su potencial bélico, y continuaron guerreando alegremente en los Balcanes, en Rusia, en Ucrania, en el Lejano Oriente, en Palestina y, en general, allí donde les convino. Alemania, sola y desarmada en medio de un anillo de estados hostiles. Con el peligro bolchevique en el Este, y otro, de la misma naturaleza, y más peligroso, si cabe, dentro de casa. Con una Polonia xenófoba y envalentonada a un lado, y un Ejército de ocupación francés en el otro. No era esto lo convenido cuando el «alto el fuego»; no era esto la expresión de los «nobles ideales» por los cuales docenas de pueblos habían sido arrastrados a la guerra...

Esto no era una «paz sin vencedores ni vencidos», como tampoco era una «paz sin contribuciones ni indemnizaciones» según se había convenido en Compiégne. Se obligó a Alemania a cargar con los gastos de reconstrucción de las regiones que había ocupado militarmente en Francia, Bélgica y Rumania. Esto, más o menos, podía defenderse. Lo que ya no podía defenderse tanto es que se incluyeran, en las reparaciones, los daños causados por los propios franceses en Alsacia Lorena. Y lo que ya no tenía ninguna justificación, moral o jurídica, era que se hicieran pagar al Reich los daños de guerra sufridos por las poblaciones civiles de las regiones no ocupadas. Esto era un abuso. Pero, no contentos con el abuso repetido, los democráticos campeones de la libertad y de la propiedad privada forzaron a Alemania a pagar los gastos de las tropas de ocupación en su propio territorio. El alemán tenía que trabajar para poder pagar el sueldo del senegalés que se hospedaba en su casa.

.En Versalles no se fijó la suma total de las reparaciones que Alemania debía pagar, sino que se encomendó esa misión a una conferencia ulterior. Mientras economistas y expertos calculaban sabiamente lo que Alemania podría pagar en los siguientes cuarenta o cincuenta años, la sórdida cuestión de las reparaciones se convirtió en un arma electoral, en una subasta política. En Inglaterra Bonar Law prometió a sus electores que, si tenían el supremo acierto de votar por él, se harían pagar a Alemania no menos de cuatrocientos mil millones de marcos oro. Inmediatamente Lloyd George anunció que si el electorado tenía el buen gusto de votar por él, Alemania debería pagar cuatrocientos ochenta mil millones de marcos. Esto obligó a Bonar Law a subir hasta el medio billón. En Francia, Loucheur pujó hasta los ochocientos mil millones. Naturalmente, esa subasta sólo podía terminar con la victoria del bien conocido genio financiero judío: "Le boche payera tout», dijo Simon Klotz, ministro de Finanzas con Poincaré"..

Las promesas de Wilson, las convenciones de Compiégne, y el articulado de la Sociedad de Naciones fueron arrojados a la basura. El hecho de no avenirse a fijar la cantidad que se exigiría a Alemania es la mayor prueba de las verdaderas intenciones de los vencedores. Así se reservaban el «derecho» de aplicar más sanciones a los vencidos en el caso de que éstos no cumplieran, o no pudieran cumplir, lo «pactado». Y «lo pactado» era cualquier cifra demencial que pudiera ocurrírsele a un «defensor del derecho» en plena campaña electoral. Francia fue quien, más que nadie, impidió se fijara una cifra concreta. Sus intenciones las revelaría con arrolladora franqueza Poincaré: «Lamentaría sinceramente que Alemania pagara. Prefiero la ocupación y la conquista a embolsar el dinero de las reparaciones» (Conferencia de Prensa del 27-Vll-1922) . Por fin, el 27 de abril de 1921, la comisión de reparaciones fijó, mayestáticamente, la cifra que Alemania debía pagar: 137.600.000.000 de marcos oro. La negativa alemana a aceptar tal astronómica cifra fue contestada con un ultimátum de Londres, el 5 de mayo de 1921, según el cual, si el Reich no reconocía esa deuda, la flota anglofrancesa reanudaría el bloqueo de Alemania, y la permanencia de los ejércitos de ocupación en suelo alemán se prolongaría sine die.

Peter Kleist escribe, a propósito de las sedicentes reparaciones de guerra:

«La suma de 132.000000.000 de marcos oro, más los 5.600 millones para pagar las deudas de guerra belgas, representaba, en total, el cuádruplo de las reservas de oro mundiales. Se correspondía, aproximadamente, con la totalidad de los bienes alemanes del año 1914. Era treinta y cuatro veces mayor que las contribuciones francesas del año 1871» y eso que el Canciller de Hierro nunca pretendió que hacía la guerra "por el derecho" o "por la democracia", sino que se limitó a responder a la declaración de ruptura de hostilidades por Napoleón III. Bismarck, el difamado canciller, se limitó a recuperar la Alsacia y la Lorena
Los territorios de Alsacia y Lorena habían sido anexados por Francia. haciendo caso omiso de todos los tratados anteriores, después de 800 años de formar parte de estados germánicos.He aquí los nombres, tan franceses, de las poblaciones alsacianas de más de cinco mil habitantes: Strasbourg, Mulhausen, Reichshoffen, Pechelbronn, Wissenbou Thann, Savern Haguenau Huningen. Pablsboutg. Colmar, Altkirch, Sohirmeck, Schiltigheim Gtxebwiller, Brischen, Rrumath, Munster. Bitche, Merlebach, Niederbronn, Saarabbe.
y a imponer a su inerme enemigo la razonable contribución de guerra de 4.000 millones de marcos oro, que Francia pudo, con relativa facilidad, pagar en tres años.

Las incautaciones de las flotas mercante y de guerra de Alemania no se dedujeron - como hubiera sido lo lógico - de la cifra de 132.000 millones. Tampoco se tuvieron en cuenta, en el cómputo total, el valor de las patentes robadas a Alemania, ni los 11.000 millones de marcos correspondientes al valor de los bienes alemanes en el extranjero, confiscados por los vencedores ni los centenares de industrias desmanteladas por los franceses, ni el pillaje, sistemáticamente organizado, de obras de arte. Todo esto fue englobado bajo el aleatorio subtítulo de «reparaciones especiales» y pasado a beneficio de inventario.


Se obligó a Alemania a aceptar el control de la navegación fluvial en sus grandes ríos, Oder, Elba, Wesser y Rin, lo que estaba en contradicción con los principios de la recién fundada Sociedad de Naciones, que preveían la plena soberanía de cada nación dentro de su propio territorio.


El presidente del Consejo de Ministros de Italia, Francesco Nitti escribió, en 1922, un libro titulado: El Tratado de Versalles como instrumento para continuar la guerra, con un apéndice, «El grave error de las reparaciones», en el cual, el autor, que no puede, en modo alguno, ser sospechoso de germanofilia, demuestra que, en un plazo más o menos largo, Versalles será la causa de una nueva guerra de la cual no saldrán, en Europa al menos, más que vencidos.Mírese por el ángulo que se quiera, el llamado "Tratado de Versalles" es indefendible, moral y jurídicamente hablando. El hecho de haberse impuesto mediante el chantaje del bloqueo por hambre, de haberse redactado quebrantando todas y cada una de las solemnes promesas anteriores y violando los principios de la Sociedad de Naciones, creada por los propios vencedores lo tacha de invalidez.



Con la «jurisprudencia» de Versalles, además, la guerra dejaba de ser el recurso de la extrema necesidad a que se acogían los gobernantes de cada país para defender sus derechos - o lo que creían tales - y sus necesidades vitales. Versalles representa el nacimiento del maniqueísmo político, con la consagración del bien absoluto (la democracia) y del mal abyecto la autocracia. Los vencedores se irrogan todos los derechos y los vencidos son los réprobos destinados al castigo de sus jueces. En el futuro ya no habrán más guerras, sino cruzadas del Bien contra el Mal. Toda la gigantesca maquinaria de la propaganda había estado trabajando desde 1914 y aún antes hasta noviembre de 1918, por los Aliados, los «buenos». Desde entonces arranca la leyenda de las fábricas de aprovechamiento de cadáveres, de las violaciones de monjas, de los bombardeos deliberados de catedrales, de los niños con los ojos pinchados a bayonetazos. Desde entonces, también, se crea la contraverdad histórica del militarismo alemán y se presentan todas las guerras en que tomaron parte Prusia y los otros estados alemanes como «expediciones de rapiña».

«La Verité est ce que líon fait croire», decía Voltaire. Con arreglo a esta técnica se fabrica la tesis irreversible de la «Alemania guerrera» y, paralelamente, de la «Francia democrática», continuamente invadida, sin razón alguna, por un vecino bárbaro y belicoso que cree en la superioridad de la fuerza sobre el derecho, al revés que la «Patria del Mundo», la dulce Francia...

Peter Kleist reproduce, a este respecto, lo que dice el historiador y economista francés Charles Gide: «Conozco ciertas incursiones más allá del Rin, que provocaron cierto ruido en el mundo: me refiero a las de Luis XIV y Napoleón I. Por lo que se refiere a las invasiones alemanas ocurridas en el transcurso del siglo pasado, o sea, las de 1814, 1815 y 1870, hay que reconocer que las tres estaban plenamente justificadas, ya que las dos primeras constituían la respuesta a las cinco invasiones napoleónicas, y la tercera a una de las declaraciones de guerra más estúpidas que ha habido .

En verdad, un escritor que se sintiera inclinado a representar a Francia en un plano desfavorable con respecto a Alemania, encontraría, en la historia de las invasiones francesas de Alemania un casi inagotable arsenal propagandístico. Entre 1300 y 1600 anotamos «solamente» siete invasiones francesas de territorio germánico. Entre 1635 y 1659, la Guerra de los Treinta Años, sostenida por la obstinación del cardenal Richelieu, devastó a Alemania; pueden señalarse, como mínimo, quince invasiones. En la guerra sostenida por Francia contra Holanda en 1672, los franceses violaron el suelo germánico en cuatro ocasiones más, como mínimo. Después, entre 1676 y 1686, Francia cometió, al menos, diez actos de agresión mayor contra Alemania. La guerra de la Liga de Augsburgo en 1688 no fue, en realidad, más que una «guerra preventiva» contra los estados alemanes, Con la consiguiente devastación del Palatinado y las destrucciones de las villas universitarias de Worms, Speyer y Heidelberg En 1702, 1703 Y 1740 se producen nuevas invasiones francesas de Alemania. Una vez más, durante la Guerra de Siete Años (1756 1763) la agresión francesa contra Alemania se repitió. Finalmente, Napoleón, «ese italiano ilustre» - como le llamaba Spengleró convirtió el territorio alemán en un campo de batalla durante veinte años consecutivos. En resumen, desde la Edad Media hasta nuestros días, Francia ha agredido a los estados alemanes como mínimo, en treinta o treinta y cinco ocasiones.

Con respecto al supuesto dogma de la peculiar belicosidad germánica, el americano profesor Sorokin (10) nos facilita la siguiente estadística que lo destruye por completo, en la que expone el promedio de tiempo que pasaron en guerra estos países:

Polonia........................................................58%
Inglaterra...................................................56%
Francia........................................................50%
Rusia............................................................46%
Países Bajos................................................44%
Italia............................................................36%
España.........................................................30%
Alemania (incluyendo Austria) ...............28%

De estos datos se deduce que los diversos estados alemanes (Prusia, Baviera, Sajonia, Wurtemberg, Hannover, Austria, Hesse, etc.) pasaron en estado de guerra, desde el siglo VIII hasta 1925, mucho menos tiempo que Francia, la mitad de tiempo que Inglaterra, y muchísimo menos que Polonia, la «mártir» más belicosa de Europa y del mundo entero.

Se ha considerado, por el excelente investigador norteamericano Quincy Wright (II) que hubo "unas 2.600 batallas importantes", participando estados europeos, en los 460 años comprendidos entre 1480 y 1940. . . Francia participó en el cuarenta y siete por ciento de esas batallas. Los diversos estados alemanes, en el veinticinco por ciento, y Rusia e Inglaterra en el veintidós por ciento. El mismo escritor muestra que, de las 287 guerras afectando a los estados europeos en el periodo antedicho, el porcentaje de participación de los principales estados fue:

Inglaterra.............................................................28%
Francia.................................................................26%
España.................................................................23%
Rusia....................................................................22%
Austria Hungría......................................................19%
Turquía.................................................................15%
Polonia.................................................................11%
Suecia...................................................................9%
Italia(Saboya Cerdeña.............................................9%
Holanda................................................................8%
Alemania (Prusia y Estados germánicos).....................8%
Dinamarca...........................................................7%

Estas cifras tienen más valor que la propaganda estruendosa y los lloriqueos de las vestales democráticas que, no contentas con dominar directamente medio mundo, y dictar su voluntad desde Wall Street y la City al otro medio, no dudaron en lanzar al mundo a una guerra de extensión y crueldad sin precedentes por la primordial razón ópretextos a parte - de que Alemania amenazaba el cómodo «status quo ante».

El historiador británico Russell Grenfell computó el número de conflictos bélicos en que se vieron envueltos los principales estados europeos en el periodo crucial comprendido entre la batalla de Waterloo y el magnicidio de Sarajevo: Inglaterra participó en diez guerras; Rusia, en siete; Francia, en cinco; Austria y Prusia, en tres .


EL «COMITÉ DES DÉLÉGATIONS JUIVES»

Además de las naciones participantes en la contienda, tomó parte en las conferencias de Versalles la delegación de otra nación: la Nación Judía. Con tal pretensión se presentó y fue admitido un «Comité des Délégations Juives», que decía representar a israelitas de Palestina, Rusia, Canadá, Estados Unidos, Alemania, Ucrania, Rumania. Polonia, Italia, Bohemia, Eslovaquia, Inglaterra, Transilvania, Serbia y Francia. Esta «nación judía» decía tener diez millones de súbditos».


Su influencia fue desproporcionadamente importante, y una de sus propuestas fue aceptada e incorporada a los Tratados de Paz: el Tratado sobre las Minorías Nacionales, firmado el 28 de junio de 1919, por el cual se obligaba a Polonia, Estonia, Lituania, Letonia, Checoslovaquia, Rumania, Hungría, Albania y Yugoslavia a «conceder la autonomía cultural y política a sus comunidades alógenas».

En realidad, según luego se verá en la práctica, este Tratado sólo se aplicó en los casos que interesaban a la comunidad judía. A Polonia, en este sentido, se le hicieron una serie de imposiciones absurdas e irritantes. Por ejemplo, se prohibía a los polacos celebrar elecciones en sábado, día que era declarado festivo para los judíos del país; los hebreos polacos, ese día, no podían ser citados a juicio, ni llamados a filas, ni se les podía exigir el pago de deudas ni salarios.

¿QUIÉN MOVÍA LOS HILOS. . .?

«En Versalles había una fuerza secreta que nos fue imposible identificar», dijo el presidente Wilson a su regreso a América, después de la fracasada Conferencia de la Paz. Infinidad de autores y tratadistas han estado de acuerdo con Wilson al afirmar que, detrás de los Clemenceau, los Lloyd George, los Nitti, los Meakino Y sobre todo, detrás del propio Wilson, había una fuerza, internacional y apátrida, que movía a los sedicentes «grandes estadistas» como marionetas. Esa fuerza misteriosa operaba, así mismo, detrás de la delegación alemana, minando sus ya de por sí escasos medios de resistencia ante el abuso concertado de que era objeto por parte de sus oponentes.


Hay un hecho trascendental, a propósito de la llamada Conferencia de la Paz que fue mantenido secreto por los que poseen el poder de esconder la verdad y proclamar la mentira con el nuevo Evangelio. Y es el siguiente:

Todas las decisiones de alguna importancia fueron tomadas por los Cuatro Grandes - Gran Bretaña, Estados Unidos, Italia y Francia - representados por Lloyd George, Woodrow Wilson, el barón Sonnino y Clemenceau. El consejero privado de Lloyd George era el judío Sir Philip Sassoon (Lloyd George fue, durante varios años, abogado del Movimiento Sionista en Inglaterra. La colosal fortuna de los Sassoon - íntimos y asociados del Premier británico - fue amasada con el tráfico ilegal del opio, hecho público y notorio y jamás desmentido por nadie. El padre de Sir Philip, el «rey del opio», se casó con Aline de Rothschild, de París);

el «alter ego» de Wilson era el coronel Edward Mandell House y su consejero privado, Louis Dembitz Brandeis, ambos judíos ( Antes de su accesión a la Presidencia de los Estados Unidos, Woodrow Wilson había sido un alto empleado de la poderosa firma bancaria judía «Kuhn, Loeb & Co.», del Federal Reserve Board. Su campaña electoral había sido pagada por un consorcio de financieros de Wall Street, judíos en sus cuatro quintas partes, como mínimo. Antes de tomar una decisión importante, el Presidente consultaba con su "Brain Trust", integrado por los hebreos Brandeis (presidente del Tribunal Supremo, Mandell House, Bernard M. Baruch y el medio judío William C. Bullit);

el barón Sonnino era, él mismo, medio judío; en cuanto a Clemenceau mantenía, como omnisciente secretario al israelita Georges Mandel (El verdadero nombre de Mandel era Rothschild, pero no estaba emparentado con los banqueros del mismo nombre.). El consejero militar de los «grandes» era el judío Kish, y el intérprete y única persona que asistió a todas las conversaciones celebradas por los primeros ministrosó, era el hebreo Mantoux. El primer presidente de la Sociedad de Naciones, fue el judío Huymans quien, a su vez, nombró a su correligionario Lord Levy Lawson of Burnham director del Departamento de Prensa, desde el cual ejerció una feroz censura sobre las actividades de la «fuerza secreta e inidentificable» de que hablara Wilson en un fugaz momento de sinceridad.


Es bien sabido que los sedicentes «grandes» de Versalles no sabían geografía; en cambio, sus consejeros - y tal vez algo más que simples consejeros - estaban muy documentados en tal ciencia. Archibald Maule Ramsay dice : «Los secretarios y asesores judíos se reunían cada día a las seis de la tarde, después de las sesiones oficiales, y decidían el plan de trabajo a adoptar y las decisiones a preconizar el día siguiente». Los resultados de la tortuosa política de tales individuos fueron desastrosos para Europa.

La Delegación germánica en Versalles que, sucesivamente estuvo presidida por dos alemanes, el conde Brockdorff Rantzau y Von Haniel, se componía de otros dos alemanes y los siguientes israelitas: Jaffe, Brentano, Deutsch, Rathenau, Von Baffin, Von Strauss, Warburg, Oscar Oppenheimer, Struck, Mendelssohn Bartholdy y Wassermann . Por otra parte, en la Delegación americana se podía contar a los hebreos: Julian Mack, Leopold Benedict, Louis Marshall, Jacob Syrkin, Jacob de Haas, Joseph Barondess, Nachman, Harry Cutler, Bernard Mannes Baruch, Louis Dembitz Brandeis, Edward Mandell House, B. L. Levinthal y el rabino Stephen Weisz (a) Wise.

Desde que el mundo es mundo, dinero significa poder. Evidentemente, un Gobierno - sobre todo si se trata de un gobierno autocrático, de una monarquía tradicional no parlamentaria, o de un régimen nacionalista muy joven - puede, hasta cierto punto, mantenerse independiente del poder del oro. Pero no puede negarse honestamente que la influencia de éste será, siempre, muy importante, pudiendo llegar a ser determinante en regímenes llamados democráticos.

Wilson, nominalmente presidente de los Estados Unidos no era, en realidad, más que el hombre del Federal Reserve Board. Clemenceau era el hombre de los Rothschild con Mandel siempre a su lado. Sonnino era el agente del trust israelita «Olivetti».

El japonés Meakino representaba a la Banca Gunzbourg, de Tokio. Lloyd George, por su parte, era el mandatario fiel de la city. Los pueblos soberanos y sus cacareados derechos no contaron para nada en Versalles. Las «fuerzas secretas e inidentificables» que habían dictado su «paz», prepararán, fatalmente, la siguiente conflagración mundial. La guerra de 1914 18 no fue más que el primer acto del suicidio europeo, que se consumaría en 1945.


DOS OBJETIVOS CUMPLIDOS

Del caos en que quedó sumido el mundo civilizado después de Versalles, dos hechos esenciales - los dos objetivos verdaderos de la guerra terminada - emergieron sobre el resto de las injusticias allí cometidas.

El primero fue la consolidación definitiva de la Unión Soviética como estado "soberano" y punto de apoyo del comunismo internacional.

El otro objetivo fue la llamada "Declaración Balfour" concediendo a los judíos un «Hogar Nacional en Palestina, en detrimento de los árabes que vivían en aquel país desde diecinueve siglos. Sorprendente coincidencia fue que ambos acontecimientos capitales - Revolución soviética y promesa del "Hogar Nacional judío"- se produjeran casi simultáneamente.

Convendrá dar un salto atrás y situarnos a principios del año 1916. Las tropas francesas, derrotadas, se amotinan; Petain reprimirá duramente la indisciplina e impedirá la desbandada general; Italia ha visto sus ejércitos seriamente diezmados por las tropas austrohúngaras; el coloso ruso se tambalea ante los serios golpes que le propinan los alemanes, turcos y austríacos y, más aún, a consecuencia del derrotismo interior que terminará por alumbrar la sangrienta Revolución de octubre de 1917. Los satélites balcánicos de Londres y París, Serbia, Montenegro y Rumania, se baten en retirada. Inglaterra tropezaba con terribles dificultades; la campaña submarina alemana ponía en peligro el avituallamiento de las islas; en Egipto, el Ejército británico se batía en retirada ante las embestidas turcas, y la pérdida del Canal de Suez parecía inminente.

Fue entonces cuando Alemania ofreció a Inglaterra la paz sobre la base del «status quo ante». Las fronteras europeas de 1914 serían restauradas. Inglaterra no podía hacer otra cosa que aceptar la oferta alemana. A principios de otoño de 1916, las reservas alimenticias de Inglaterra alcanzaban a tres semanas, y la campaña submarina germánica estaba en todo su apogeo. Las reservas de municiones eran todavía menores. El Ejército francés se amotinaba de nuevo e Italia, cuyas fuerzas armadas habían sido nuevamente batidas a las puertas de Venecia, negociaba una paz separada. Las tropas zaristas se retiraban tan apresuradamente en Ucrania que la mayor dificultad de la Wehrmacht era mantener el contacto.

Inglaterra estaba en una situación desesperada. Aceptar una «paz tablas» dejaba a salvo el imperio, pero evidentemente representaba un serio golpe moral para Inglaterra, a la par que dejaba a Alemania con las manos libres en el Este de Europa. No obstante, la alternativa era o aceptar la excelente oferta de Berlín y Viena, o perecer de inanición.


. La alta finanza de Wall Street, que desde los tiempos del presidente William Howard Taft gobernaba por persona interpuesta en la Casa Blanca, era contraria a la Entente, por ser la Rusia zarista miembro esencial de la misma. Por otra parte, las tropas y autoridades alemanas de ocupación en Polonia y Rusia Occidental trataban a las comunidades judías de tales territorios con «gran comprensión, humanidad y cortesía», como se reconoció oficialmente en el Congreso Sionista de 1916 .

En general, el sionismo era partidario de los imperios centrales. La razón es obvia: Palestina formaba parte del imperio otomano, y los sionistas confiaban en que el káiser, que, a parte de ser su aliado, mantenía excelentes relaciones personales con el sultán de Constantinopla, persuadiría a éste de la conveniencia de ceder a los israelitas Tierra Santa para instalar en ella el soñado Hogar Nacional judío. Los prohombres del sionismo, al enterarse de la oferta de paz de Alemania a Inglaterra, y en vista de que el sultán no parecía muy dispuesto a abandonar una parte de su patrimonio en favor de unas gentes que no tenían sobre el mismo ningún derecho, propusieron al Gabinete de guerra británico la incondicional ayuda judía. El acuerdo entre el Gobierno de Lloyd George y la «Zionist World Organization» preveía que, a cambio de la promesa del Hogar Nacional en Palestina que Inglaterra se comprometía a entregarles, los prohombres del judaísmo americano harían entrar a los Estados Unidos en la contienda, al lado de los países de la Entente.

Inglaterra prefirió continuar la lucha en tales condiciones, pues estaba segura de que, con la ayuda norteamericana y la traición del judaísmo contra Alemania en el continente lograría mantener su posición de primera potencia mundial, como resultado de la victoria. En efecto, Londres temía por encima de todo que Alemania, que contaba a tal efecto con la autorización del sultán, construyera el ferrocarril Berlín Bagdad (en realidad la vía férrea abarcaba desde Hamburgo hasta Basorah, en el golfo Pérsico), lo que pondría en peligro la vieja línea imperial británica: Gibraltar, Malta, Port Said, Suez, Socotra, Adén, Ceylán, Hong Kong. Si Alemania o cualquier otro país europeo deseaba comerciar con países orientales o simplemente entrar con sus buques en el Mediterráneo o salir de él, debía contar con la voluntad inglesa, que con el control del Canal de Suez y la entonces inexpugnable fortaleza de Gibraltar podía cerrar el Mare Nostrum a su arbitrio.


El comercio del continente europeo con el Lejano Oriente estaba, pues, a la merced de la Gran Bretaña, cuya flota de guerra, además, era la dueña indiscutible de los mares. La ruta más corta entre Hamburgo y Bombay, si Inglaterra lo quería así, era por el cabo de Buena Esperanza, que, igualmente, estaba bajo la dependencia política de Londres. El camino más corto entre Alemania y la India requería, pues, tres semanas, y el más largo, contorneando Africa ocho semanas. En cambio, el proyectado ferrocarril permitiría hacer el mismo viaje en ocho días. Alemania podría, en caso de conflicto bélico con Inglaterra, llevar un ejército de invasión a las fronteras de la India en menos de una quincena. Inglaterra ofreció sumas astronómicas al sultán para que retirara la concesión del tan traído y llevado ferrocarril a Alemania pero el sultán rehusó.

Que la construcción proyectada de ese ferrocarril fue el verdadero motivo de que Inglaterra se reconciliara con Francia y provocara constantes fricciones con el joven Estado alemán está fuera de toda duda razonable. Igualmente cierto es que fue Inglaterra quien inició la maravillosamente bien construida red de alianzas «defensivas», clarisimamente dirigidas contra Alemania que, en una década, quedó en medio de un «anillo de la muerte» constituido por la Rusia zarista, sus satélites balcánicos, Serbia, Bosnia, Montenegro y Rumania, más Francia, Bélgica, Dinamarca y, naturalmente detrás de la «Home Fleet», Inglaterra. Hasta el lejano Japón, naciente potencia de rango mundial, sería persuadido a entrar en la coalición de las «democracias», así como Portugal y buen número de repúblicas latinoamericanas, económicamente infeudadas a Londres.

A última hora se produciría el «coup de théatre» italiano, que completaba el cerco germánico. La entrada en guerra de los Estados Unidos junto a la Gran Bretaña, la ayuda financiera del sionismo a Francia e Italia, las revueltas «sociales» financiadas en gran parte con dinero judío, desencadenadas con extraordinaria oportunidad en Alemania y Austria, transformaron una victoria alemana que aparecía segura en 1916, en una situación de transitoria igualdad, pese al derrumbamiento de Rusia - la odiada Rusia zarista de los «progroms» , para desembocar en la sórdida estafa versallesca.

Los sionistas jugaron la carta alemana desde el comienzo de la guerra. Contaban con una derrota inglesa y con que la influencia personal del káiser sobre el sultán lograría de éste la cesión de Palestina para la implantación del «Hogar Nacional judío» . Pero la mala disposición del sultán hacia tal proyecto, el hecho de que Alemania ofrecía a Inglaterra una «paz tablas» sin cambios territoriales, y con retorno a las fronteras de 1914 y, paralelamente, la situación en que se encontraba Inglaterra, que la obligaría a aceptar cualquier condición a cambio de la ansiada participación norteamericana en la contienda, movieron a los prohombres del sionismo a proponer su ayuda a la Gran Bretaña.


Numerosos escritores norteamericanos (entre otros Elizabeth Dillings, Olivia OíGrady, William Guy Carr, Robert Edmondsson, etc.) han narrado detalladamente las medidas tomadas por el judaísmo para hacer entrar en la contienda a los Estados Unidos. Es curioso el cambio que, en unos meses, se hizo dar al presidente Wilson, un auténtico «détraqué» sujeto a deficiencias psicosexuales. Cuando, a principios de 1916, el sionismo todavía espera que el káiser obtendrá para los judíos el territorio de Palestina y Wilson hace tentativas para obtener la paz (una «pax germánica»), y Londres y París ni siquiera se dignan contestar a sus propuestas, Wilson exclamará que "ingleses y franceses hacen gala de una mala fe exasperante". (Véase Georges Bonnet: «Miracle de la France», París 1965, Ed. Fayard).

Es un hecho histórico que la gran Prensa norteamericana cambió bruscamente de orientación a partir del «London Agreement» entre el Gabinete de guerra británico y los sionistas. La propaganda aliadófila alcanzó grados de apología delirante, y las provocaciones antialemanas se multiplicaron.

En cuanto al incidente del Lusitania no fue más que un burdo pretexto. Los mismos americanos admitieron que el barco iba cargado con municiones con destino a Inglaterra, y armado con cañones de largo alcance. (Michael F. Connors: «The Development of Germanophobia».) Según el historiador americano O. Garrisson Willards, en The True Story of the Lusitania, el comandante del buque tomó una ruta opuesta a la que se le ordenó en Nueva York internándose en una zona que se sabía dominada por los submarinos alemanes. Además el Lusitania fue hundido en febrero de 1915, y los Estados Unidos declararon la guerra a Alemania en abril de 1917, veintiséis meses más tarde. Es, pues, estúpida la versión oficial americana, según la cual Washington declaró la guerra en un rapto de indignación por el hundimiento del pacifico transatlántico. Inmediatamente después de la pérdida del Lusitania, el Gobierno americano reconoció oficialmente que Alemania estaba justificada en su acción contra el buque, de acuerdo con el Derecho Internacional, con las Convenciones de La Haya sobre la conducción de la guerra submarina, y más aún con la práctica corriente, incluso en la paz, según el derecho a la legítima defensa que asiste a todas las naciones. En 1915, Alemania, para hundir al Lusitaniaó cargado de municiones - usó el mismo derecho vital que los norteamericanos en 1962 para amenazar con hundir a los mercantes rusos, portadores de armamento atómico con destino a Cuba y eso que entre yankees y cubanos no existía estado de guerra declarada.

El pueblo alemán no tuvo conocimiento de esa auténtica «puñalada en la espalda», propinada por quien se suponía un viejo y fiel aliado, hasta el año 1919, en plena Conferencia de Versalles, cuando 117 dirigentes sionistas, a cuyo frente se hallaba Bernard Mannes Baruch, el «procónsul de Judá en América» le reclamaron a los ingleses el pago de su «libra de carne».

No obstante, Inglaterra no podía entregar Palestina a los judíos sin engañar a los árabes. Sin escrúpulo alguno, Londres vendió a los musulmanes y cristianos de Tierra Santa al sionismo internacional. Esto constituye una de las más sórdidas estafas de la Historia Contemporánea.

En efecto, a finales de 1915, cuando los turcos habían ocupado Sollum, la expedición francobritánica a Gallipoli había terminado en un completo «fiasco», y el general Townshend se encontraba sitiado y en trance de rendirse en Kut el Amara, la defensa del Canal de Suez parecía imposible. Inglaterra necesitaba la ayuda de los árabes para continuar la guerra. Su única solución consistía en organizar la sublevación de los árabes, entonces sujetos del sultán de Constantinopla. Los árabes prometieron a Inglaterra luchar a su lado contra los turcos, a cambio de la promesa británica de ser libres de todo control extranjero una vez victoriosamente terminada la guerra. Es un hecho histórico que solamente gracias a la ayuda árabe pudo Inglaterra conservar el control del Canal de Suez. Sir Henry MacMahon, alto Comisario británico en Egipto, había prometido solemnemente. en el nombre del imperio británico al Emir de la Meca que, a cambio de la ayuda árabe a los Aliados la Gran Bretaña reconocería la independencia de un Estado árabe en territorios que incluían Palestina. Los limites de esos territorios, prometía oficialmente MacMahon, serían los siguientes:

Mersina, en el Norte.

Las fronteras de Persia, hasta el golfo de Bassorah, en el Este.

El océano Indico, excepto Adén, en el Sur.

El mar Rojo, y el mar Mediterráneo, en el Oeste.

Un simple vistazo al mapa muestra que Palestina formaba parte de ese territorio. Sir Henry MacMahon hizo su promesa formal, en el nombre del Gobierno británico, en un memorándum fechado el 25 de octubre de 1915. El Gobierno británico confirmó oficialmente las promesas de Mac Mahon y el acuerdo fue firmado. Pero mientras millones de árabes luchaban y doscientos mil perdían la vida en la guerra de Inglaterra creyendo se batían también por la libertad árabe, el ministro de Asuntos Exteriores inglés, Lord Arthur Balfour, vendía alegremente Palestina al sionismo a cambio de la promesa de los líderes de éste de provocar la entrada de los Estados Unidos en la guerra y de retirar todo su apoyo a Alemania.
Como complemento de esa traición, Inglaterra y Francia, según los términos del acuerdo Sykes - Picot, se entendían para repartirse los territorios árabes - entonces bajo soberanía turca - al final de la guerra. Ramsey MacDonald, Primer Ministro de Su Majestad en 1923, resumió así esta triple maniobra:

«Nosotros provocamos una sublevación árabe en todo el imperio otomano, a cambio de la promesa de crear un Estado árabe independiente con las provincias árabes que formaban parte de aquél, incluyendo Palestina. Al mismo tiempo, animamos a los judíos del mundo entero a que nos ayudaran y contribuyeran a hacer entrar a los Estados Unidos en la contienda, a nuestro lado, prometiendo poner a disposición de los sionistas, y bajo su soberanía, las tierras de Palestina; y también al mismo tiempo, firmamos con Francia el Pacto Sykes Picot, repartiéndonos el territorio que habíamos ordenado a nuestro alto comisario MacMahon que prometiera a los árabes a cambio de su ayuda. Muy difícil será encontrar en toda la Historia Universal un caso de más cruda duplicidad, y no podremos escapar a la reprobación mundial que será su justa secuela» .


Y así, mediante este triple engaño, respaldado por el falso sentimentalismo de la creación de un «Estado refugio para los judíos «víctimas de prejuicios religiosos», el sionismo obtenía los siguientes beneficios:

a) Una posición clave en el Oriente Medio, encrucijada de tres continentes.

b) El control directo del oleoducto del Irak, cuya terminal se hallaba en Haifa.

c) Una «doble nacionalidad» para los judíos.

d) Las riquezas del mar Muerto (cloruro cálcico, magnesio y, sobre todo, potasas).

e) La proximidad con el Canal de Suez y las zonas petrolíferas de Siria e Irak.


A pesar de los esfuerzos hechos por Inglaterra - que se reservó, como sabemos, Palestina como mandato de la Sociedad de Naciones - entre 1919 y 1948, solamente 600.000 judíos pudieron aposentarse en su «Hogar Nacional», debido a la feroz resistencia de los árabes. Fue necesaria la masiva ayuda norteamericana y soviética, al final de la Segunda Guerra Mundial para aplastar a los árabes de Tierra Santa, mientras Inglaterra se salía como buenamente podía del avispero que ella más que nadie había contribuido a crear.


Lord Melchett (a) Alfred Mond (a) Moritz, entonces presidente del mastodóntico trust «Imperial Chemical Industries» dijo, el 14 de junio de 1928, ante el Congreso sionista reunido en Nueva York:

«Si os hubiese dicho en 1913, que el archiduque austríaco sería asesinado y que, junto a todo lo que se derivaría de tal crimen; surgiría la posibilidad, la oportunidad y la ocasión de crear un hogar nacional para nosotros en Palestina... me hubieseis tomado por un ocioso soñador. Mas. . . ¿Se os ha ocurrido pensar cuán extraordinario es que de toda aquella confusión y de toda aquella sangre haya nacido nuestra oportunidad. . .?
¿De veras creéis que sólo es una casualidad todo eso que nos ha llevado otra vez a Israel?»


Según parece deducirse de las palabras del «noble Lord», él -persona enterada e iniciada si las ha habido- no cree que «todo eso» (asesinato provocación del archiduque Francisco Fernando y consiguiente guerra generalizada entre los principales Estados europeos) fuera una casualidad.
Como tampoco fue -posiblemente- una casualidad que fuera Gavrilo Princip quien lo perpetrara, y que el tal Princip, y cuatro de sus seis cómplices, fueran correligionarios del multimillonario Lord de los múltiples alias.

Y esta es, querido camarada, La historia de los vencidos.
 
Lo cierto es que hay que ser muy hijo de puta para negar que el Tratado de Versalles no ha sido una de las mayores aberraciones que se han dado en la historia.

Luego hay gente que se pregunta como Hitler llegó al poder y porque la gente veía en el a un salvador de la patria...

Pero ver que Alemania es el motor de Europa aunque le hayan intentado tumbar dos veces en menos de 30 años demuestra que los alemanes están hechos de otra pasta. Si yo fuese alemán me sentiría increiblemente orgulloso de serlo.
 
Pero aquí hay algo que no cuadra.

¿Qué pasó entonces con las deudas de la Segunda Guerra Mundial?.

¿Esas ya las pagó Alemania o fueron perdonadas?.

Si fueron perdonadas,¿porque no continuaron con las de la Primera Guerra Mundial?.

Esos pagos,¿han sido todos cada año hasta acabar en 2010?.
 
Olentzero rebuznó:
Lo cierto es que hay que ser muy hijo de puta para negar que el Tratado de Versalles no ha sido una de las mayores aberraciones que se han dado en la historia.

Luego hay gente que se pregunta como Hitler llegó al poder y porque la gente veía en el a un salvador de la patria...

Pero ver que Alemania es el motor de Europa aunque le hayan intentado tumbar dos veces en menos de 30 años demuestra que los alemanes están hechos de otra pasta. Si yo fuese alemán me sentiría increiblemente orgulloso de serlo.

Y sin embargo no lo están. Bueno, más bien una buena parte del pueblo alemán. Nada más que ver los monumentos al holocausto y demás perroflautadas.
 
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