Libros La Ilíada

Caótico Bueno

¡¡PROTESTO, SEÑORÍA!!
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29 Ago 2007
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La Ilíada, origen y orden para la cultura de Occidente

Antes que en el cristianismo, las fuentes de la cultura de Occidente se encuentran en la épica griega, en la denominada poesía arcaica. Un origen aún más originario dirían los románticos alemanes. No hay mejor manera de adentrarse en el pensamiento griego, de transitar el árbol mágico del mito, de los relatos sagrados, ieroi logoi. Hay literatura bélica desde la primera gran obra de la cultura occidental, pero jamás ninguna guerra ha sobrepasado en el imaginario colectivo, extendiéndose más allá del folklore mediterráneo, la importancia de la Ilíada, de la guerra de Troya.

Aqueos, griegos, argivos, dánaos, el ejército comandado por los reyes de Micenas, descendientes de Atreo. De largas cabelleras, de hermosas grebas. Troyanos, teucros, con los dárdanos y los licios como aliados, coalición de tropas comandadas por Héctor, el gran domador de caballos.

¿Cuál es el principio de la guerra de Troya?

Aristóteles, Metafísica, V

<Principio>

Se llama principio:

<4> y lo primero a partir de lo cual se hace algo, no siendo aquello inmanente <en esto>, es decir, de donde naturalmente se originan el movimiento y el cambio: el hijo,por ejemplo, tiene su principio en el padre y la madre, y la guerra en la ofensa.

Calasso, Las bodas de Cadmo y Harmonía,IV

Cuando los griegos tenían que referirse a una autoridad última, no citaban textos sagrados, sino a Homero. Grecia se basaba en la Ilíada. Y la Ilíada se basaba en un juego de palabras, en el cambio de una letra. Briseida, Criseida. El objeto de la disputa que está en el origen del poema es Briseida kallipáreos, “la de hermosas mejillas”: Agamenón quiere que sea cambiada, sustituida por Criseida kallipáreos, “la de hermosas mejillas”. Sólo una letra separa a las dos doncellas. Y no “por mor de una muchacha”,repite infantilmente Aquiles, se desencadena la disputa, sino a causa de la sustitución, como si el héroe presagiara que en aquel acto sea pretaba el nudo corredizo que ningún héroe, y nadie de las generaciones siguientes a los héroes, desataría.

El cambio es lo que se muestra con todo su poder en la apertura de la Ilíada: la mujer, mejor dicho, las dos mujeres de hermosas mejillas, casi indiferenciables, como monedas del mismo cuño; las palabras de Agamenón y de Aquiles que se enfrentan como fuerza contra fuerza (antibíosi epéessin); el “inmenso”; los “espléndidos rescates” ofrecidos por el sacerdote Crises por la hija, “la sagrada hecatombe” ofrecida por los aqueos al sacerdote. Los poderes del cambio se ofrecen siempre emparejados: las mujeres, las palabras, las ofrendas.

(…)

Helena es la única mujer de Homero que posee claramente epítetos distintivos, aplicados sólo a ella, observó Milman Parry. Kallipareos, “la de hermosas mejillas”, se aplica a ocho mujeres, es el epíteto femenino más frecuente. La Ilíada es la historia de una doble disputa: por Helena, la única, que nadie osaría sustituir; y por Criseida “la de hermosas mejillas”. Entre la unicidad inexpugnable y la inexpugnable sustitución se enciende en la llanura de Troya una guerra que no podía tener fin.

(…)

Agamenón y Aquiles se enfrentan por el géras, la parte del botín de guerra que es dividida, en proporciones desiguales, entre los más prestigiosos. Zeus, al hablar de los demás dioses reunidos en el áureo pavimento del Olimpo, recuerda que los troyanos son queridos porque nunca le han escatimado el géras, que es la parte dedicada al dios en los sacrificios.

Helena, prometida de Menelao, es raptada por Paris y llevada hacia la costa de Asia Menor. Menelao es uno de los reyes más poderosos de Grecia, junto a su hermano Agamenón, que empuña elcetro del anax, ambos átridas organizan una expedición militar para reparar la afrenta, reuniendo a los más importantes caudillos:Aquiles, Áyax de Telamón, Odiseo, Diómedes, Áyax Oileo, Idomeneo el cretense. Pese a la superioridad en fuerzas y en número del ejército panaqueo, la guerra se prolonga por nueve años, sin que los dánaos puedan saquear la ciudadela de Troya, Ilión. Sólo Héctor, hijo predilecto de Príamo, el rey troyano, puede liderarlas tropas y arrojarse contra los aqueos, sin dejar de reprochar a su hermano Paris, experto seductor pero cobarde en el combate, cómo su frivolidad ha llevado la ruina al pueblo troyano.

¿Dónde se sitúa el comienzo de la gran epopeya dramática?

El sacerdote Crises trata de recuperar a su hija raptada acudiendo al pie de las naves del ejército panaqueo. Tras suplicar inútilmente al anax Agamenón, hace una plegaria a Apolo para recuperar a su hija, Criseida. Se desencadena una epidemia de peste entre las tropas aqueas, interpretada por el adivino Calcas como un castigo por alguna insolencia sacrílega. La solución del oráculo parece ser devolver a Criseida con su padre. Agamenón, el átrida de la rica Micenas, no se conforma con la pérdida de la cautiva y decide quedarse con una de las doncellas de otro caudillo, Briseida prima de la raptada como parte del botín en Lirneso y asignada a Aquiles, hijo de Peleo, rey de Tesalia norte y Ptía. Ultrajado, el mayor de los guerreros griegos decide retirar sus tropas, los mirmidones, de la coalición militar para contemplar cómo sucumben los aqueos en el campo de batalla.

Canta, oh musa, la cólera del pélida Aquiles
 
Es conocido el pasaje de la Ilíada en el que, durante la tregua en los combates, ambos ejércitos recuperan los cadáveres de sus soldados. A los aqueos les está permitido dar rienda suelta a sus emociones, mientras a los troyanos les está prohibido llorar, entregarse al llanto colectivo. En la representación dramática de las emociones humanas que da Homero no se encuentra la meticulosa contención que se petrificaría en la plástica boca del Laocoonte. Los grandes guerreros griegos son los que presentan más variedad de emociones, siempre dentro de los moldes de la conducta aristocrática. Los más valientes lloran y el llanto es continuo en la obra desde el primer canto. Aquiles, el homicida de crueles instintos, llora mientras pide ayuda a su madre, la diosa marina Tetis, para que defienda su honor tras la afrenta del necio átrida Agamenón:

Canto I

Aquiles replicó, mirando al Atrida con los ojos llenos de cólera:

- ¿Cómo pueden los griegos someterse libremente a tus mandatos ni para combatir a pecho descubierto ni para zafarse del combate siendo tan codicioso y de tan bajos intereses como se ve en el espejo de tu frente? Por lo que a mí me hace, no he venido aquí a luchar buscando algún desquite de los valientes troyanos: nunca me ofendieron ni me robaron mis vacas ni mis caballos; jamás asolaron las cosechas de la fertilísima Ptía, ya que entre los campos de Ilión y las campiñas de Larisa hay muchas umbrías, montañas y el proceloso mar; yo y los míos, insolente, te seguimos no más que porque te complacieras vengando tu honra mancillada, cara de perro, y lo mismo a tu hermano Menelao. Y tú, sin acordarte de esto ni sentir por nosotros la más pobre estima, te atreves a amenazarme diciendo que me vas a quitar lo que me concedieron los griegos para premiar mi arrojo. Jamás ha igualado al tuyo mi botín, después de saquear las ciudades, y eso que sobre mí recaía el cometido más peligroso y el más arduo. Siempre es mayor tu recompensa después del reparto, y a mí no me queda otro remedio que el de volverme a mis naves con lo que se me quiera conceder, después de haber expuesto mi vida combatiendo con todo el coraje de que soy capaz. Así, me vuelvo a Ptía con mis naves, porque no pretenderás que me quede aquí sin esperar ningún provecho, sólo por ganar para ti, miserable, honores y riquezas.

Agamenón le respondió:

- Vete, escápate, porque a eso es a lo que te alienta tu valor. Vete, que yo no he de rogarte que por mí vayas a combatir: tengo junto a mí muchos heroicos caudillos que se honrarán ayudándome a vengarme de los troyanos, y, sobre todo, al providente Zeus. Te odio más que a ninguno de los reyes de mi ejército, porque has incitado siempre a la discordia. Si tu valor es tan grande, haces muy mal en vanagloriarte, ya que algún dios te lo ha dado. Vete, pues, a tu país, llevándote a tus súbditos, y reina en él sobre los mirmidones; no vayas a imaginarte que me importe ni me inquieta que estés enfadado conmigo; pero escucha esta amenaza: ya que Apolo quiere arrebatarme a Criseida, me desharé de ella; se la enviaré en una de mis naves, acompañada por algunos de los que me son fieles, pero, entre tanto, yo mismo iré a tu tienda y te robaré a la hija de Crises, para que sepas que mi poder es aquí más grande que el tuyo, y para que con tu ejemplo escarmiente los demás y lo piensen mucho antes de hablarme con insolencia, acordándose bien de que no tienen que igualarse conmigo.
 
Al oír estas amenazas, Aquiles se llenó de dolor y de cólera, en tanto que su corazón, abroquelado tras el velludo pecho, se estremecía dudando si desnudaría la temible espada que llevaba junto al muslo, abrirse camino entre los reyes y los caudillos, y matar a Agamenón, o ahogar su cólera en el echo y contener su rabia. Pero en tanto que la mente y el corazón de Aquiles, con la espada medio desnuda, resolvían estos pensamientos, descendió Atenea del Olimpo. (...) Atenea se colocó detrás del hijo de Peleo, tirándole de la rubia cabellera y mostrándose solamente a él. (...)

Atenea, la de los ojos brillantes, le replicó:
- No he descendido del Olimpo más que para aplacar tu cólera, si tú me lo permites. Me manda Hera, la diosa de los brazos de nieve, que, preocupada por la suerte de los dos, siente el mismo amor por uno que por otro. Deja quita tu espada, sin acabar de desenvainarla, y díle al Atrida todas las injurias que tienes guardadas en el pecho. Y óyeme bien, que tiene que cumplirse lo que quiero anunciarte: por el ultraje que acabas de sufrir recibirás en su día espléndidos presentes. Sosiega tus impulsos y obedéceme. (...)

Apenas había desaparecido Atenea, cuando Aquiles lanzó contra Agamenón las más atroces injurias, soltando así su cólera que guardaba en su pecho.
- ¡Miserable! ¡Borracho! ¡Tienes la cara y la impudicia de un perro y el corazón más flojo que el de un cervatillo! ¡Cobarde, que jamás tuviste la valentía de empuñar tus armas para ponerte a la cabeza de tus ejércitos ni para codearte con los más audaces de los griegos, viendo siempre y en todas partes la muerte y la traición! Pero no vacilas en arrebatar en el propio campamento los bienes de los que se atreven a llevarte la contraria. ¡Rey tirano de tu pueblo, que de no mandar a hombres tan viles como son estos que mandas, hubiera sido para ti el último ultraje que acabas de hacerme! Escúchame bien lo que voy a decirte, que lo digo y lo juro al mismo tiempo: por este cetro, que desde que fue separado del tronco del árbol que le dio cuerpo allá en las montañas ya no produce ramas ni frutos ni recobra su verdor, desde que el fuego le arrebató su corteza y sus hojas, te juro que llegará un día en que los aqueos necesitarán la fortaleza de Aquiles, y tú, por mucho que te acongojes y grande sea tu desesperación, serás impotente para ayudarlos cuando Héctor, el matador de hombres, siembre el terror en tu campo. Entonces se desgarrará tu corazón atenazado por los remordimientos por no haber sabido tratar con más justicia al más valiente de los griegos. Te lo juro así por este cetro que tienen en sus manos los griegos encargados por Zeus de las leyes y la justicia, y ya sabes que es éste el juramento más solemne que puedo hacerte.

Casi todos los términos y las mismas prácticas de los hombres, tienen su correspondiente entre los dioses. El juramento más sagrado de los hombres se hace con el cetro del anax, el juramento más sagrado de los dioses se hace con una mano sobre las aguas de la laguna Estigia y con otra mano sobre la tierra. "Cara de perro", insulto que repite Aquiles hacia Agamenón, quiere decir "sinvergüenza", y será el emblema de escuela filosófica cínica (kynos - kynikos) durante el periodo clásico, siglos V-IV a.C.

(...) Agamenón, en seguida, ordenó a su ejército que se purificase, y sus órdenes fueron pronto obedecidas, y al punto arrojaron al mar todo lo que había servido para la purificación de los hombres. Se ofrecieron luego a Apolo hecatombes magníficas de toros y de cabras en la playa, llegando hasta el cielo el vaho de las grasas, rompiendo los espesos torbellinos del humo.

Mientras se ocupaba el ejército en estos quehaceres, Agamenón, resuelto a cumplir la amenaza que había hecho a Aquiles, ordenó a Taltibio y a Euribates, sus heraldos, dispuestos siempre a cumplir los mandatos del Atrida:
- Id a la tienda de Aquiles, tomad a Briseida, sin violencia, y traédmela. Y si Aquiles se niega a dárosla, iré yo con vosotros por ella, cosa que será peor para él.
 
Gran hilo Señor Caótico, poco puedo añadir que sea de utilidad. Soy muy fan del poema de Homero (si realmente lo escribió él, que no está tan claro) y de la idiosincrasia griega clásica: sus dioses interactuando con humanos, dioses que sienten codicia, soberbia, lujuria... además incluso en esta obra tenemos pasajes sangrientos que describen como por ejemplo Ayax el grande atraviesa un troyano con una lanza y cosas parecidas. Es una obra muy completa y más entretenida de lo que la gente cree, yo tengo una edición de RBA Biblioteca Clásica Gredos que recomiendo


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Viene con un Dramatis Personae detrás, un glosario de consulta rápida que ayuda mucho a seguir la obra, y anotaciones aclaratorias a pie de página. Es de bolsillo y no me salió nada cara, aunque no recuerdo ahora cuánto.
 
Gregory_Peck rebuznó:
Gran hilo Señor Caótico, poco puedo añadir que sea de utilidad. Soy muy fan del poema de Homero (si realmente lo escribió él, que no está tan claro) y de la idiosincrasia griega clásica: sus dioses interactuando con humanos, dioses que sienten codicia, soberbia, lujuria... además incluso en esta obra tenemos pasajes sangrientos que describen como por ejemplo Ayax el grande atraviesa un troyano con una lanza y cosas parecidas. Es una obra muy completa y más entretenida de lo que la gente cree, yo tengo una edición de RBA Biblioteca Clásica Gredos que recomiendo


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Viene con un Dramatis Personae detrás, un glosario de consulta rápida que ayuda mucho a seguir la obra, y anotaciones aclaratorias a pie de página. Es de bolsillo y no me salió nada cara, aunque no recuerdo ahora cuánto.

Gracias. Conozco a algunos coleccionistas de ediciones de la Ilíada, yo tengo varias ediciones. Ahora mismo estoy con una algo cutre, de EDAF, con prólogo de Alberto Bernabé. Voy a seguir con las entregas de los cantos para luego tratar ciertos temas como ciertas similitudes con pasajes de la Biblia, las técnicas estilísticas del aedo Homero, los personajes y un poco de Historia.

Sobre lo que mencionas de Áyax de Telamón, conocido como Áyax el grande, también voy a poner unos extractos blood&gore sobre las diferentes formas de matar descritas. Cosas como dar un lanzazo en la nuca a un guerrero que huye y que la punta salga por la boca o atravesar un pezón y que el bronce salga reluciendo sangre por el hombro, etc.
 
Más adelante se tratarán temas éticos, pues la Ilíada es, como casi todos los textos griegos, una obra llena de lecciones morales, mayoritariamente de tipo agonal, es decir, que necesita de pruebas públicas para respaldar, ensalzar al individuo o sancionarlo, y en muy poca medida con conciencia moral individual, donde el propio individuo reflexiona sobre sus actos y los aprueba o desaprueba, tiene remordimientos, se diferencia del pensamiento de su entorno, etc. Con respecto a la culpa, no hay individuo en la Ilíada que reconozca sus faltas y sienta culpabilidad, casi todos los personajes delegan en potencias sobrenaturales: las intervenciones de los dioses, el destino urdido por la Moira, etc. sólo se culpa a otros humanos, pero ninguno reconoce su propia culpa, como ocurre con Agamenón cuando muy posteriormente, tras la muerte de Patroclo y estando heridos los más importantes caudillos, con los troyanos a punto de quemar las naves aqueas a pie de playa, se disculpa en la asamblea ante Aquiles, pero delega en hasta tres fuerzas distintas.

los dos heraldos se encaminaron contra su voluntad hacia la tienda de Aquiles por la orilla del mar. Y al llegar al campamento de los mirmidones, encontraron al hijo de Peleo a la puerta de su tienda, levantada junto a su negra nave. Se entristeció al verlos llegar, en tanto que los heraldos se turbaron mucho, y permanecieron inmóviles delante de él, inclinados, sin atreverse a despegar los labios. Pero Aquiles habló el primero, al ver la pena que los embargaba:

- Salud, heraldos, mensajeros de los dioses y de los hombres; acercaos, que vosotros no sois culpables. El culpable es Agamenón, que os envía por la hermosa Briseida.

Cuando dijo estas palabras, se volvió hacia Patroclo, y le ordenó:
- Patroclo, saca a la joven y entrégasela, para que se la lleven al Atrida. Y vosotros, heraldos, sois testigos, ante los dioses, ante los hombres y ante ese rey cruel, de mi conducta, por si algún día tuvieseis necesidad de mí para libraros de las desgracias que os amenacen. Agamenón está tan perturbado por la ira, que será incapaz de dar un paso que no estés inspirado por sus aviesos rencores, y como es también incapaz de adivinar el porvenir por la experiencia del pasado, no podrá recurrir a los medios necesarios para que los griegos se salven combatiendo con gloria junto a sus naves. (...) Aquiles rompió en copioso llanto al verlos alejarse; se alejó él también de sus compañeros fue a sentarse a la orilla del mar; clavó sus miradas en el piélago inmenso y extendió los brazos para invocar a su madre:

- Madre, me pariste para darme vida breve, y Zeus, que debiera honrarme, se niega a dármela gloriosa: consiente que Agamenón me ultraje robándome la recompensa que los griegos me habían concedido por mi arrojo, valido de su autoridad.
Así, llorando, se quejó Aquiles, y le oyó su venerada madre, saliendo en seguida del fondo del mar al lado de su anciano padre, y, brotando de las espumosas ondas, como brota la nube, se sentó muy cerca de Aquiles, que no dejaba de llorar, y acariciándole y enjugando sus lágrimas con sus propias manos, le dijo así:

- Hijo, ¿por qué lloras? ¿Qué pena conturba tu ánimo?
Habla, hijo: comparte conmigo tu dolor. (...)
A Criseida, la hija de Crises, la de las hermosas mejillas, velera nave la conduce con muchos presentes para aplacar al dios, y a la hija de Brises, acaban de llevársela de mi tienda los heraldos de Agamenón. Socórreme, si puedes, madre.
 
Toda la narración de la epopeya orbita en torno a la figura de Aquiles, el campeón griego. El ejército de Micenas no puede culminar la guerra sin él y sus tropas. Sólo durante su ausencia destacan más otros guerreros. La afrenta del anax, quien gobierna sobre el resto de caudillos, hace que su cólera sea más fuerte que el patriotismo. Posteriormente su sed de venganza será más fuerte que su cólera, ya que Aquiles no retorna al combate por las disculpas de Agamenón. Pese a que en el combate es una máquina de matar, cruel, sin remordimientos por los asesinatos, Aquiles muestra un temperamento contradictorio, al tener una marcada sensibilidad cuando permanece cerca de los suyos, incluso estética cuando permanece dentro de su tienda de campaña. Es extraño por tanto que desde el primer canto se muestra a punto de matar al rey principal del ejército panaqueo y después llore pidiendo ayuda a su madre para que castigue a quien le ha ofendido en su honor. Tetis, diosa marina y madre de Aquiles, pide a Zeus que los troyanos cobren ventaja en el devenir de la guerra y acosen a los griegos hasta las naves, de modo que se sepa que sin la ayuda de Aquiles los dánaos sólo pueden sucumbir o regresar a la patria huyendo en sus embarcaciones. De ese modo quedará reparado su honor, aunque el padre de los olímpicos no revela a qué precio para el Pélida.

Sube al Olimpo, y si hicise algo agradable a los ojos de Zeus, o con tus palabras o con tus obras, ruégale por mí. Estando en el palacio de mi padre, muchas veces oí cómo te gloriabas de haberle evitado el peor de los ultrajes, cuando otros dioses: Hera, Poseidón, y Palas Atenea, habían resuelto encadenarle. Tú sola aniquilaste aquella conspiración, llevándote al Olimpo al gigante de cien brazos, que los dioses llaman Briareo y los hombres Egeón, más forzudo que su mismo padre, que se sentó al lado de Zeus con tan horrible semblante, que los dioses renunciaron a su empresa, llenos de dolor. Recuérdale todo esto, arrójate luego a sus pies, abraza sus rodillas y suplícale que socorra a los troyanos, para que los griegos sean rechazados y tengan que reembarcarse después de haber sufrido grandes pérdidas, si no perecen junto a sus naves. Así gozarán de los bienes que su rey les proporciona, y el Atrida sabrá a la postre la falta que ha cometido ofendiendo al más heroico de los aqueos.

(...)

- Poderoso Zeus, si alguna vez te agradaron mis palabras o mis obras entre los inmortales, págamelo ahora honrando a mi hijo, el héroe que ha de morir pronto, a quien Agamenón acaba de ultrajar, arrebatándole su legítima recompensa. Véngale, dios omnipotente, haciendo que los troyanos sean vencedores hasta que los griegos le den la satisfacción que merece.
 
Espero que Redivivo, Víctor I, Categórico, etc. uno de los foreros con más talento para la escritura de toda la historia de PL, no se enfade por publicar parte de una comunicación privada. Lo hago porque viene perfectamente al hilo del segundo canto y de lo que se ha denominado convencionalmente como "poesía arcaica de catálogo". En algunas partes de la obra hay enumeraciones extraordinariamente prolijas, con decenas de nombres de guerreros. En el segundo canto Homero da una extensa relación de los principales caudillos aqueos y de otros familiares de menor importancia, ofreciendo sus nombres, su procedencia, con topónimos de zonas geográficas verídicas y otras imaginadas, y el número de naves que aportaron a la coalición militar. Como veremos más adelante en las técnicas de estilo del aedo, estos pasajes no se basan en el uso económico de epítetos para los personajes, sino en una capacidad memorística descomunal, por lo que es uno de los principales motivos para inferir que pese a enmarcarse en una cultura todavía de transmisión oral en el siglo VIII a. C. partes como esta fueron dictadas.

Homero tiene fórmulas repetidas para anunciar algo, como cuando se refiere al primero y al último de los guerreros aniquilados por algún caudillo sobresaliente, o para hacer hablar a los personajes, como cuando se pregunta a un extranjero quién es y de dónde viene, donde está la tierra en la que se crió. Cuando comienza un pasaje largo con enumeraciones, Homero se dirige a la Musa o en plural a las Musas, hijas de Zeus y Mnemosyne. Es capital señalar aquí que Mnemosyne es la memoria oral, y se opone a Mnemotejne, la memoria de archivo, de escritos almacenados. Las musas son las inspiradoras de las bellas artes, reducibles a la mímesis pero divididas desde la antigüedad clásica en artes constructivas (arquitectura, escultura, pintura) y artes expresivas, la famosa triúnica joreia (palabra, música, danza). Después veremos por qué la poesía arcaica o la épica se encuentra en el segundo grupo y conjuga los tres elementos artísticos, siendo el aedo un cantautor generalmente nómada que relata frente a un público llano o más selecto en las cortes de los palacios. Nada que ver con la poesía de nuestra era, donde un marginal incomprendido se encierra a escribir versos.

27/07/2013
Victor I
Orgulloso capitán del argoFREAK TOTAL
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Dando por culo desde24 ene, 06Masunos7.009

:Co Re: Relatos griegos


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Este gilipollas: caótico bueno
¿cuántas veces has leído la ilíada?



una nada más...:oops: me gustó más la anábasis y el arte de amar de ovidio. salvo las tragedias de sófocles y de euripides prefiero la literatura latina: tácito, marcial, marco aurelio...es más fluída. la relación de barcos y guerreros que se marca el amigo homero es para tomárselo con calma

saludos​

El varón honrado ensancha así el espacio de su existencia: poder gozarse en el pasado es vivir dos veces




Canto II


Y ahora, ¡oh Musas que habitáis en las alturas del Olimpo!, decidme, ya que, como diosas, veis y conocéis bien todos los sucesos, mientras nosotros, simples mortales, apenas si logramos percibir el ruido confuso de la Fama, sin conocer las cosas con certeza, declaradme el nombre de los reyes y los caudillos de los dánaos. Bien sabéis que yo no podría nombrar a los innumerables soldados, ni aún teniendo diez lenguas y diez bocas, una voz infatigable y un pecho de bronce. Vosotras podríais ayudarme nombrando a todos los que llegaron a Ilión. Me contentaré, pues, nombrando a los caudillos y sus naves.

Mandaban a los beocios Penelo, Leito, Arcesílao, Protoenor y Clonio. Los que cultivaban los campos de Hiria, Áulide pétrea; Esqueno, Escolo, Eteono fragosa; Tespia, Grea y la vasta Micaleso; los que moraban en Harma, Ilesio y Eritras; los que habitaban en Eleón, Hila, Peteón, Ocalea, Medeón, ciudad bien construida; Copas, Eutresis y Tisba, en palomas abundante; los que vivían en Coronea, Hiliarto herbosa, Platea y Clisante; los que poseían la bien edificada ciudad de Hipotebas, la sacra Onquesto, delicioso bosque de Poseidón, y las ciudades de Arna, en uvas abundosa; Midea, Nisa divina, y Antedón fronteriza; todos llegaron en cincuenta naves. En cada una se habían embarcado ciento veinte beocios.

De los que habitaban en Aspledón y en Orcómeno Minieo eran caudillos Ascáfalo y Yálmeno, hijos de Ares y de Astioque, la cual los había dado a luz en el palacio de Actor Azida. Astioque, que era virgen pudorosa, subió a las alturas y el terrible dios se unió con ella clandestinamente. Treinta cóncavas naves seguían en orden a los caudillos.

Esquedio y Epístrofo, hijos del magnánimo Ifito Naubólida, mandaban a los focenses. Los de Cipariso, los de la pedregosa Pitón, los de la divina Crisa, los de Daúlide y Panopeo, los que habitan en Anemoría, en Hiámpolis y en la ribera del celestial Cefiso; los que poseían la ciudad de Lilea, sita en las fuentes de ese río, todos ellos habían llegado en cuarenta negras naves. Los foecenses, bajo las órdenes de sus caudillos, combatían en las batallas a la izquierda de los beocios.

A los locrenses que vivían en Cino, Opunte, Calíaro, Besa, Escarfa, en la amena Augías, en Tarfa y en Tronio, a orillas del Boagrio, los acaudillaba el ligero Ayax Oileo; este Ayax era mucho más joven que Ayax Telamonio; era bajo de cuerpo, llevaba coraza de lino y en el manejo de la lanza era más diestro que todos los helenos y aqueos juntos. Seguíanle cuarenta negras naves, en las cuales habían venido los lacrones que viven más allá de la sagrada Eubea.

A los abantes de Eubea, los que residen en Calsis, Eretria, en la Histiaea, rica en viñedos; en Corinto, la ciudad del mar, y en Dío, la ciudad admirable; en Caristo y Estira, los capitaneaba el soberbio Elfenor Calcodontiada, hijo de Ares. Con este caudillo llegaron los veloces abantes, que dejaban crecer el cabello en la parte superior de la cabeza y eran tan belicosos que estaban siempre deseando romper con sus lanzas las corazas de los enemigos. Seguían a Elefenor cuarenta negras naves.

El verdadero aedo, por tanto, está poseso, entheos, tiene un dios dentro de sí, es un medium y a través de él se manifiestan relatos sagrados. La inspiración luminosa es algo que no se puede aprender y que se diferencia por tanto de las técnicas estilísticas que utilizan los rapsodas para elaborar una composición poética atractiva para el público. La inspiración es un don, las Musas confirman al elegido.
 
Caótico Bueno rebuznó:
Gracias. Conozco a algunos coleccionistas de ediciones de la Ilíada, yo tengo varias ediciones. Ahora mismo estoy con una algo cutre, de EDAF, con prólogo de Alberto Bernabé. Voy a seguir con las entregas de los cantos para luego tratar ciertos temas como ciertas similitudes con pasajes de la Biblia, las técnicas estilísticas del aedo Homero, los personajes y un poco de Historia.

Sobre lo que mencionas de Áyax de Telamón, conocido como Áyax el grande, también voy a poner unos extractos blood&gore sobre las diferentes formas de matar descritas. Cosas como dar un lanzazo en la nuca a un guerrero que huye y que la punta salga por la boca o atravesar un pezón y que el bronce salga reluciendo sangre por el hombro, etc.


Igual agradece usted la lectura del Paraíso perdido de Milton que, tratando temas bíblicos, guarda muchas similitudes con las epopeyas homéricas. La edición de Norton incluye una buena cantidad de crítica y ensayo de interés para compaginar con la lectura y es la que recomendaría yo.
 
No es por masunear, pero que sepas, GRANDIOSO y CLÁSICO Caótico, que algunos leemos con ahínco cada post tuyo en este hiLoL.
 
Gregory_Peck rebuznó:
Gran hilo Señor Caótico, poco puedo añadir que sea de utilidad. Soy muy fan del poema de Homero (si realmente lo escribió él, que no está tan claro) y de la idiosincrasia griega clásica: sus dioses interactuando con humanos, dioses que sienten codicia, soberbia, lujuria... además incluso en esta obra tenemos pasajes sangrientos que describen como por ejemplo Ayax el grande atraviesa un troyano con una lanza y cosas parecidas. Es una obra muy completa y más entretenida de lo que la gente cree, yo tengo una edición de RBA Biblioteca Clásica Gredos que recomiendo


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Viene con un Dramatis Personae detrás, un glosario de consulta rápida que ayuda mucho a seguir la obra, y anotaciones aclaratorias a pie de página. Es de bolsillo y no me salió nada cara, aunque no recuerdo ahora cuánto.
Esa es una de las grandezas de la mitología griega: los dioses se veían arrastrados por las pasiones propias de los mortales y a su vez los hombres eran capaces de hazañas dignas de los dioses.
 
Hikikomori#382 rebuznó:
Igual agradece usted la lectura del Paraíso perdido de Milton que, tratando temas bíblicos, guarda muchas similitudes con las epopeyas homéricas. La edición de Norton incluye una buena cantidad de crítica y ensayo de interés para compaginar con la lectura y es la que recomendaría yo.

Gracias por la referencia. Aunque suene extravagante mencionaré también en el mismo debate unos pasajes que tienen similitudes con el Cantar de Mio Cid.

Lance_Murdock rebuznó:
No es por masunear, pero que sepas, GRANDIOSO y CLÁSICO Caótico, que algunos leemos con ahínco cada post tuyo en este hiLoL.

LOL. Gracias. En realidad no sé quién eres. Me refiero a tu cuenta de usuario principal.

Falopio rebuznó:
Esa es una de las grandezas de la mitología griega: los dioses se veían arrastrados por las pasiones propias de los mortales y a su vez los hombres eran capaces de hazañas dignas de los dioses.

Cierto, hay un desdoblamiento constante en los términos y en las prácticas. Los dioses controlan ciertas parcelas de la vida de los hombres pero no son determinantes en el devenir, como sí lo es el destino fijado por la Moira o ley de reparto universal. Los olímpicos o dioses nuevos del panteón griego, son pasionales, reproducen peleas habituales en la convivencia humana, son rencorosos, caprichosos, vanidosos -sobre todo las mujeres claro- adúlteros -aquí los varones-, se vengan de las afrentas mediante una rigurosa contabilidad.
 
Caótico Bueno rebuznó:
LOL. Gracias. En realidad no sé quién eres. Me refiero a tu cuenta de usuario principal.

Pues es el forero insulso, lo pone en su firma. ¿No lo ves?
 
Gracias por banear a Caloraco. Para que leáis hasta donde llega la poesía de catálogo en el segundo canto, voy a continuar con la enumeración de caudillos y naves, hasta la parte donde Homero habla de los mejores caballos aportados por los aqueos para la guerra de Troya. Después podremos comparar el sueño falaz que Zeus envía a Agamenón para empezar su castigo contra el anax por haber dañado el honor de Aquiles, con el sueño que el Dios del Antiguo Testamento envía al faraón de Egipto para engañarlo, acrecentar su ira y castigarlo por retener al pueblo de Israel.

Los que habitaban en la bien edificada ciudad de Atenas y constituían el pueblo del magnánimo Erecteo, a quien Atenea, la hija de Zeus, crió después de haberle dado a luz la fértil tierra, poniéndole en su suntuoso templo de Atenas, donde los jóvenes atenienses ofrecen todos los años sacrificios propiciatorios a la diosa de toros y corderos, eran acaudillados por Menesteo, hijo de Peteo. Ningún hombre de la tierra le aventajaba poniendo en orden de batalla tanto a los que combaten a los carros como a los infantes armados de escudos; sólo Néstor, que era más viejo, era superior a él. Cincuenta negras naves según a Peteo.

Ayax había partido de Salamina con doce naves que colocó cerca de las falanges atenienses. Los habitantes de Argos, de la amurallada Tirinto, de Hermiona y Asina, las ciudades del golfo; de Trecenax, Eyonas y Epidaurola, abundosa en vides, así como los jóvenes aqueos de Egina y Masete, eran acaudillados por Diomedes, valerosísimo en la pelea; por Esténelo, hijo del famoso Capaneo, y por Euríalo, comparable a un dios, hijo del rey Mecisteo Talayónida. El jefe supremo era, sin embargo, el esforzadísimo Diómedes. Ochenta negras naves le seguían.

Los dueños de la bien construida ciudad de Micenas, de la opulenta Corinto y de la bella Cleonas; los que cultivaban la tierra en Ornías, en la deliciosa Aretirea y en Sción, donde antiguamente reinó Adastro; los que residían en Hieresia y en la excelsa Goncosa, y los que habitaban en Egio, Pelene, en todo el Egíalo y en la espaciosa Hélice habían llegado en cien naves a las órdenes del rey Agamenón. Muchos y muy valientes varones condujo este príncipe, que entonces vestía el bronce reluciente, orgulloso de sobresalir entre tantos héroes por su valor y por mandar mayor número de hombres.

Los de la profunda y cavernosa Lacedemonia que habitaban en Faris, Esparta y Mesa, abundante en palomas; los que moraban en Brisías y en la deleitosa Augías; los que poseían las ciudades de Amiclas y de Helos, situada al borde del mar; los que habitaban en Laa y en Etilo, todos éstos llegaron en sesenta naves al mando del hermano de Agamenón, el valeroso Menelao, y formaban una unidad aparte, pues Menelao, lleno de rabia, los animaba a combatir y anhelaba en su corazón vengar la huida y los lamentos de Helena.

Los que cultivaban los campos de Pilos, en la graciosa Arena, en el vado del Alfeo, los de la hermosa ciudad de Epi y los que habitaban en Ciparisa, Aufigenia, Pteleo, Helos y Dorio (donde las Musas, saliendo al encuentro de Tamaris el tracio, que volvía de casa de Eurito el ecaleo, le quitaron la voz por haberse jactado de que saldría vencedor aunque cantaran las propias Musas, que son hijas de Zeus, el que lleva la égida, y ellas, irritadas, le cegaron, le privaron del divino canto y le hicieron olvidar el arte de pulsar la cítara) eran mandados por Néstor, caudillo gerenio, y habían llegado en noventa cóncavas naves.

Los habitantes de Arcadia, al pie del alto monte de Cilena, cerca de la tumba de Epitio, país de bravos guerreros; los de Féneo, los de Orcómeno, rica en ovejas; los de Ripa, Estradia y los de Enispe, azotada por los vientos; los dueños de las ciudades de Tegea, de los bellísima Mantiena, de Estífalo y de Parrasia, todos éstos llegaron al mando del rey Agamenón, hijo de Anceo, en sesenta naves. En cada una de éstas se habían embarcado muchos arcadios, diestros en la guerra. El mismo Agamenón les proporcionó naves de muchos remos para que atravesaran el agrio Ponto, pues ellos, como habitantes de tierra adentro, no sabían nada de cosas de mar.
 
En seguida termino el catálogo. Es sólo para que se vea que ningún aedo por más memoria de elefante que tuviera pudo memorizar con exactitud tal enumeración y que algunas partes de la obra, aún enmarcada en una tradición de transmisión oral, fueron dictadas en el siglo VIII a.C. Tampoco ningún estudioso de Derecho y opositor a juez o abogado del Estado podría lograr en nuestros días tal proeza memorística.

Los que habitaban en Buprasio y en el resto de la divina Élide, desde Hirminia y Mírsino, que es ya frontera por un lado y la roca Olenia y el Aliso por el otro, tenían cuatro caudillos y cada uno de éstos mandaba diez naves veleras tripuladas por muchos eleos. Eran jefes de dos grupos, respectivamente, Anfímaso y Talpio, hijo aquél de Cteato, y éste de Eurito, nietos ambos de Actor; un tercer grupo mandaba Diores Amarincida, y de la cuarta armada era jefe Polixeno, bello como un dios, hijo del rey Agastenes Augéida.

Los de Duliquio y los de las islas sagradas de Esquiquinas, situadas al otro lado del mar frente a la Élide, eran mandados por Meges Fílida, comparable a Ares, a quien engendró el jinete Fileo, predilecto de Zeus, cuando por haberse enemistado con su pare emigró a Duliquio. Cuarenta negras naves le seguían.

Odiseo acaudillaba a los magnánimos cefalenios. Los de Ítaca y el frondoso Nérito; los que cultivaban las tierras de Crocilea y los de la escarpada Egilipe; los que habitaban en Zacinto y los que vivían en Samos y en sus alrededores; los del continente y los de la orilla opuesta, todos obedecían a Odiseo, comparable a Zeus en prudencia. Doce naves de rojas proas le seguían.

Toante, el hijo de Andremón, madaba a los etolios que habitaban en Pleurón, Oleno, Pilene, en Calcis, la ciudad del mar, y en la pedregosa Calidón. Ya no existían los hijos del soberbio Eneo, ni éste tampoco; y como había muerto el rubio Meleagro diéronse a Toante todos los poderes para que reinara sobre los etolios. Cuarenta negras naves le seguían.

Mandaba a los cretenses Idomeneo, famoso por su lanza. Los que vivían en Gnoso, en Gortina, la de las murallas; en Licto, en Mileto, en la blanca Licasto, en Festo y Ritio, ciudades populosas, y los que ocupaban la isla de Creta con sus cien ciudades, todos iban al mando de Idomeneo, famoso por su lanza, que con Meriones, comparable a Ares por su ferocidad, compartía el mando. Seguíanle ochenta negras naves.

Tlepólemo Heráclida, valeroso y robusto, condujo en nueve naves a los fieros rodios, que vivían divididos en tres pueblos: Lindo, Yaliso y Camiro la blanca. De todos ellos era jefe Tlepólemo, diestrísimo con la lanza, a quien Astioquía había concebido del fornido Heracles, cuando se la llevó de Efira, en la ribera del Seente, después de haber asolado muchas ciudades que estaban defendidas por nobles mancebos. Cuando Tlepólemo, criado en el palacio maravilloso, se hizo mozo, mató al anciano tío materno de su padre, Licimnio, hijo de Ares; y como los demás hijos y nietos del vigoroso Heracles quisieran vengarle, construyó varias naves, reunió a mucha gente y huyó por el mar. Errante y sufriendo penalidades sin cuento puedo llegar a Rodas, donde se estableció con los suyos, que formaron tres tribus. Volvieron a ganarse la amistad de Zeus, que reina sobre los dioses y los hombres, y Saturno les concedió abundantes riquezas.

Nireo condujo desde Sima tres naves de graciosas proporciones; Nireo, hijo de Aglaya y del rey Caropo, era el más hermoso de los dánaos que fueron a Troya, si exceptuamos al eximio Pélida; pero era de carácter tímido y poca la gente que mandaba.

Los que habitaban en Nísiro, Crápato, Caso, Cos, la ciudad de Eurípilo, y las islas Calidnas tenían por jefes a Filipo y Antifo, hijos del rey Tésalo Heráclida. Treinta cóncavas naves en orden le seguían.

Cuantos ocupaban el Argos pelásgico, los que vivían en Alo, Alope y Traquina, y los que poseían la Ptía y la Hélade, famosa por sus lindas mujeres; los llamados mirmidones, gelenos y aqueos tenían por capitán a Aquiles y habían llegado en cincuenta naves. Pero éstos no se ocupaban entonces del horrísono combate por no tener quien los llevara al campo de batalla, pues el divino Aquiles, el de los pies ligeros, no salía de sus naves, enojado a causa de la joven Briseida, la de los hermosos cabellos, a la cual había hecho cautiva en Lirneso cuando, después de grandes fatigas, destruyó esta ciudad y las murallas de Tebas, dando muerte a los belicosos Mines y Epístrofo, hijos del rey Eveno Selepíada. Aquiles, afligido por haber tenido que entregar a Briseida, dejaba pasar el tiempo inútilmente, pero pronto habría de levantarse de su lecho.

Los que habitaban en Fílace, en la florida Pílase, que es lugar consagrado a Deméter; en Itón, criadora de ovejas; en Antrón, la ciudad del mar, y en Pteleo, abundante en pastos, fueron acaudillados por el aguerrido Protesilao mientras vivió, pero entonces teníalo en su seno la negra tierra; matóle un dárdano al saltar de la nave el primero, antes que los demás aqueos y en Fílace quedaron su desolada esposa y el palacio a medio construir. Con todo, no carecían aquéllos de jefe, aunque lamentaban la desaparición del que antes tuvieron, pues los organizaba para el combate Podarces, descendiente de Ares, hijo del rico Ificles FIácida y hermano menor del valeroso Protesilao. Podarces no era tan valiente como su hermano, pero al menos los hombres que tanta añoranza sentían por su antiguo caudillo no estaban sin mando. Cuarenta negras naves le seguían.
 
Señor Caótico, veo que su conocimiento es culto y docto, no sé si le gusta a usted la ciencia ficción, pero si es así pruebe a leer la saga ideada por el señor Dan Simmons Illión y su continuación Olimpo (cada una se compone de dos libros), si es que no lo ha hecho ya.


La mezcla de los clásicos griegos con ciencia ficción es maravillosa.
 
Dicen los alemanes, en estos tiempos plenamente pragmáticos y centroeuropeos, que todo tiene un precio, que todo se puede comprar, que todo debería estar a la venta si los mercados requieren sus exvotos. Los balances de déficit son cuestiones superlativas que no pueden prorrogarse por epopeyas helénicas. La Acrópolis, el calcio que aún resiste bajo Marathón o los trirremes hundidos en Salamina son valores a ponderar y susceptibles de convertirse en óbolos contantes y sonantes para alcanzar la catarsis de los presupuestos equilibrados. La Iliada por supuesto también, y donde dice aqueos, por un precio conveniente y redentor, por una cantidad que alivie las presiones deficitarias, no habría ningún problema en decir nibelungos. Que donde dice Aquiles, puede decir Hans o Sven, y que las murallas de Illion, la de los altos muros, pueden convertirse en una protofactoria de BMW. Desde su aséptica abundancia, nos recomiendan dejar a un lado nuestra "torva faz", desanudarnos las grebas y hacer un uso más pitagórico de la calculadora. Hay que mirarse al espejo, no somos hoplitas, somo asalariados con hipoteca y cuota de canal plus.

Pero somos unos románticos, nosotros, los de letras, y nos da por ponernos heroicos e insolentes. Nos da por pensar, queridos míos, que la Iliada es un lugar para la resistencia, para ser un poco impertinentes y mesiánicos, en este mundo que sólo quiere ingenieros que hablen alemán y trabajen por la mitad. A nosotros, que le vamos a hacer, nos ha llegado estas cosas de los griegos, no tiene otra explicación. Esto es así, te toca o te toca. Y si lo hace, es magia, es hipnótico, es magnético, es helénico, y por lo tanto trágico y patético. Son frases que se te quedan pegadas, que se te tatúan en la lengua y que las repites como un mantra porque te gustan como suena, porque son como una especie de amuletos verbales que ordenan algo a nivel espiritual. "el Pélida" "torva faz" "he venido asido a una esperanza, que no puedepasarme nada que no sea mi destino". Es casi un hechizo, es droga dura, mandanga de la buena.

La Iliada, que bueno, que densidad, que efectos más lisérgicos y evocadores. Que hombres más valientes y amorosos. Que panhelenismo primigenio. Después de la Edad Oscura, que bueno volver a saber de vosotros queridos micénicos, especular Agamenon el de los ojos almendrados. Ayax Telamón, Nestor domador de caballos, Odiseo y su ingenio, Patroclo el amado, Menelao el Átrida, Briséida, Príamo...No es El código Da Vinci ni las heráldicas novelas de Lucía Etxebarría pero si te has leído la colección completa de Espido Freire y de Paulo Cohelo, hoyadas ya todas las cumbres de la alta literatura, quizá no sea mala idea entretenerse un rato con el Homero este, que muy bueno no tiene que ser si tiene nombre de chapero Cubano. Pero con calma, amigos, que hoy echan un especial de Gandía Shore.



 
Gracias Gregory y Víctor I, por las referencias y por la intensidad de la escritura. Termino ya el gran catálogo del ejército panaqueo.

Los que habitaban en Feras, a orillas del lago Bebeis; Beba, Gráfiras y Yaolco, modelo de ciudad, habían llegado en once naves al mando de Eumelo, hijo predilecto de Admeto y de Alceste, divina entre las mujeres, la más hermosa de las hijas de Pelias.

Los que cultivaban las tierras de Metona y de Taumacia, y los que poseían las ciudades de Melibea y de Olizón, situada entre escarpaduras, tuvieron por capitán a Filoctetes, diestrísimo arquero, y llegaron en siete naves; en cada una de éstas iban cincuenta remeros capaces de manejar el arco con igual soltura. Filoctetes no iba con ellos, pues se había quedado, preso de terribles padecimientos, en la isla de Lemnos, donde le dejaron los aqueos después que fue mordido por un reptil ponzoñoso. Allí seguía en medio de gran aflicción, aunque pronto, en las naves, habrían de acordarse los argivos del rey Filoctetes. No carecían, sin embargo de jefe, aunque echaban de menos a su caudillo, pues los ordenaba para el combate Medonte, hijo bastardo de Oileo, el asolador de ciudades, que lo había hecho concebir a Rena.

De los de Trica, Itoma, la del quebrado suelo, Ecalia, ciudad de Eurito el ecaleo (donde había cantado el vanidoso Tamris) eran capitanes dos hijos de Esculapio, excelentes médicos como él, llamados Podalirio y Macaón. Treinta cóncavas naces en orden los seguían.

Los que poseían la ciudad de Ormenio, la fuente de Hiperea, Asterio y las nevadas cimas del Titano eran mandados por Eurípilo, hijo preclaro de Evemón. Cuarenta negras naves le seguían.

A los de Argisa, Girtona, Orta, Elona y Oloosón la blanca los gobernaba el intrépido Polipetes, hijo de Piritoo y nieto del inmortal Zeus (su madre, la excelsa Hipodamia, habíale dado a luz el mismo día en que Piritoo, castigando a los hirsutos Centauros, los había echado del Pelión, obligándoles a retirarse hacia los Etiquios). Con él compartía el mando Leonteo, vástago de Ares, hijo del animoso Corono Cenida. Cuarenta negras naves los seguían.

Guneo conduce desde Gifo en veintidós naves a los enienes y a los intrépidos perebos; aquéllos tenían su morada en la fría Dodona, y éstos cultivaban las tierras a orillas del hermoso Titafesio, que vierte sus aguas cristalinas en el Peneo, de argentados vértices, sin mezclarse con él, sino sobrenadando como si fuera aceite, porque es un arroyo que lleva agua de la Estigia, la laguna que se invoca en los juramentos más tremendos.

A los magnates gobernábalos Protoo, hijo de Tentredón. Los que moraban, pues, a orillas del Paneo y en el frondoso Pelión tenían por jefe al veloz Protoo. Cuarenta negras naves le seguían.

Tales eran los caudillos y príncipes de los dánaos.

Dime ahora, ¡oh Musa!, cuál fue el mejor de los varones y cuáles fueron los caballos más famosos de cuantos con los Átridas llegaron. Entre los corceles sobresalían las yeguas del Feretíada, que guiaba Eumelo; todas eran de la misma edad y altura, ligeras como aves; criólas Apolo, el del arco de plata, en Pelea, y llevaban consigo el terror de Ares. De los guerreros, el más valiente fue Ayax Telamonio, mientras duró la cólera de Aquiles, pues éste era superior a aquél y también eran mejores sus caballos. Aquiles permanecía entonces en las corvas naves que atraviesan el Ponto por estar irritado contra Agamenón Atrida, el pastor de hombres; su gente se solazaba en la playa tirando discos, venablos y flechas; los corceles comían loto y apio palustre cerca de los carros de los capitanes, que permanecían en sus tiendas, y los guerreros, al no ver a su jefe, predilecto de Ares, iban y venían por el campamento y no peleaban.
 
Tal vez esto esté traído por los pelos, juzgad como consideréis.

Apolo, el arquero de plata, el Sol, hijo de Zeus y Latona, envía en el primer canto de la Ilíada una plaga al ejército panaqueo para que el rey de Micenas, Agamenón, deje partir a la doncella Criseida junto a su padre. En el libro del Éxodo, Yahvé envía diez plagas a los egipcios para que el faraón deje partir al pueblo de Israel. Yahvé manda sueños al faraón e incita su ira contra el pueblo de Israel para posteriormente castigarlo con más dureza. Zeus, Dios omnipotente y padre de los demás olímpicos, recibe la petición de Tetis y maquina que los troyanos puedan diezmar a los aqueos hasta hacerlos huir a las naves para que el honor de Aquiles sea reparado. En el segundo canto manda un sueño falaz a Agamenón para hacerle creer que podrá asediar Troya sin el apoyo de los mirmidones, pero el rey de Micenas propone para poner a prueba a los demás reyes la retirada de las tropas. Posteriormente y sin engaños, apesadumbrado por las bajas en combate, será Agamenón, el anax, quien intente convencer en asamblea a los demás caudillos para volver a Grecia, recibiendo furiosos reproches de Diómedes y Odiseo. En el libro del Génesis, Yahvé manda un sueño al faraón para engrandecer a José como mejor adivino que los sabios egipcios y destacar al pueblo hebreo de modo que sus capacidades empiecen a ser envidiadas por los egipcios.

Vamos a comparar por tanto algunos pasajes:

Canto II

Los dioses, como los hombres que había en el campo griego, durmieron plácidamente aquella noche, pero el rey del Olimpo, incapaz de pegar el ojo y acosado de preocupaciones en busca del camino para que se manifestara la gloria de Aquiles y fueran abatidos los griegos bajo el ímpetu de los troyanos, al pie de sus propias naves. Al cabo se le ocurrió que lo mejor sería enviar un sueño a Agamenón. Llamó al Sueño y le dijo estas palabras:

- Vuela, Sueño engañador, encaminándote a las veleras naves de los aqueos, entra en la tienda de Agamenón y susúrrale, sin olvidar una sola de mis palabras, que ordene empuñar las armas a los griegos y que los prepare al punto para el combate, haciéndole creer que le ha llegado el momento propicio para conquistar Troya, la magnífica, ya que los inmortales que viven en los palacios del Olimpo han dirimido sus discordias, persuadidos por los ruegos de Hera. Dile que las más espantosas desgracias van a caer en seguida sobre los troyanos.

Al oír las palabras de Zeus, partió veloz el Sueño y pronto llegó a las naves aqueas; halló dormido a Agamenón, ya que en torno del rey se había esparcido el sueño inmortal, y se colocó sobre su cabeza, tomando la figura de Néstor, hijo de Neleo, a quien el Atrida escucha con más respeto entre todos los caudillos:

- No es bien que duermas de este modo, hijo del esforzado Atreo; no es justo que duerma así el rey a quien se han confiado ciegamente los guerreros y de cuya voluntad dependen tantas cosas. Óyeme, que soy mensajero de Zeus, que te compadece, aunque esté tan lejos de ti, y se interesa por tu destino. Escúchale, que por mi voz te ordena armar a los aqueos, de largas cabelleras, y disponerlos para el combate, ya que ha llegado el momento de que te apoderes de Troya, la magnífica, pues los dioses que viven en los palacios del Olimpo han dirimido sus discordias, persuadidos por los ruegos de Hera. Los más horribles males acechan a los troyanos, porque ésta es la voluntad de Zeus. Guarda bien mis palabras en tu pecho, para que no hayas olvidado ninguna cuando el sueño huya de ti.

Se fue de la tienda del Atrida después de haberle dejado estas palabras, que le hicieron imaginar mil deliciosos propósitos que no habían de cumplirse. Se figuraba el insensato que iba a tomar Troya aquel mismo día. No era capaz de adivinar los manejos de Zeus, que quería ser causa de infinitas desgracias entre los griegos y los troyanos, dando lugar a sangrientos combates.

Génesis, 41

Al cabo de dos años, el faraón soñó que se encontraba a la vera del Río. De pronto salieron del Río siete vacas hermosas y lustrosas, que se pusieron a pacer en el carrizal. Pero resulta que detrás de aquéllas salieron del Río otras siete vacas, de mal aspecto y macilentas, que se pararon junto a las otras vacas en el margen del Río. Y las vacas de mal aspecto y macilentas se comieron a las siete vacas hermosas y lustrosas. Entonces el faraón se despertó.

Se volvió a dormir y soñó que siete espigas crecían en una misma caña, lozanas y buenas. Pero resulta que otras siete espigas flacas y asolanadas brotaron después de aquéllas, y las espigas flacas devoraron a las siete lozanas y repletas. Despertó el faraón y resultó que era un sueño. (...)

José dijo al faraón: "El sueño del faraón es uno solo, Dios anuncia al faraón lo que tiene previsto hacer. Las siete vacas buenas representan siete años de abundancia, y las siete espigas buenas representan otros siete años: porque el sueño es uno solo. Las siete vacas macilentas y malas que subían después de aquéllas representan siete años; e igualmente las siete espigas flacas y asolanadas. Quiere decir que habrá siete años de hambre. Dios ha mostrado al faraón lo que tiene previsto hacer. Van a venir siete años de gran hartura en todo Egipto. Pero después sobrevendrán otros siete años de hambre y se olvidará toda la hartura pasada, pues el hambre asolará el país. Nadie recordará la hartura habida en Egipto, de tanta hambre como habrá. Y el que se haya repetido el sueño del faraón dos veces es porque la cosa es firme de parte de Dios, y Dios se apresura a realizarla.
 
Otros paralelismos entre textos del Antiguo Testamento y la Ilíada. Pese a todos los pueblos mencionados de Grecia continental, Creta, Asia menor y Oriente Próximo, no hay confrontación lingüística entre los personajes de la narración de Homero. La mayor parte de los nombres son griegos y como el cantautor Homero, los personajes comprenden diferentes dialectos. Incluso Héctor es capaz de dirigirse a la coalición de tropas que defienden Troya pese a que muchos pueblos son mercenarios y esclavos, pueblos más allá de la Tróade.

Génesis, 11 Torre de Babel

Todo el mundo tenía un mismo lenguaje e idénticas palabras. Al desplazarse la humanidad desde oriente, hallaron una vega en el país de Senaar y allí se establecieron. Entonces se dijeron el uno al otro: "Vamos a fabricar ladrillos y a cocerlos al fuego." Así el ladrillo les servía de piedra y el betún de argamasa. Después dijeron: "Vamos a edificar una ciudad y una torre con la cúspide en el cielo, y hagámonos famosos, por si nos desperdigamos por toda la faz de la tierra."

Bajó Yahvé a ver la ciudad y la torre que estaban edificando los humanos, y pensó Yahvé: "Todos son un solo pueblo con un mismo lenguaje, y éste es el comienzo de su obra. Ahora nada de cuanto se propongan les será imposible. Bajemos pues, y, una vez allí, confundamos su lenguaje, de modo que no se entiendan entre sí." Y desde aquel punto los desperdigó Yahvé por toda la faz de la tierra, y dejaron de edificar la ciudad. Por eso se la llamó Babel, porque allí embrolló Yahvé el lenguaje de todo el mundo y desde allí los desperdigó Yahvé por toda la faz de la tierra.

Canto II

Héctor, mucho te encarezco que pongas al frente de cada uno de los grupos que viven en esta ciudad, procedentes de diversos países y hablando lenguas distintas, a quien es su príncipe natural, para que pueda llevarlos a la batalla después de organizarlos.

(...)

A los troyanos mandábales el gran Héctor Priamida, el del casco tremolante. Con él se armaron las tropas más copiosas y valientes que estaban deseosas de entrar en la liza.

De los dardanios era caudillo Eneas, el valeroso hijo de Anquises, nacido de la divina Afrodita, después que la diosa se unió con el mortal en el bosque de Ida. Con Eneas compartían el mando dos hijos de Antenor, Arquéloco y Acamante, hábiles en toda clase de peleas.

Los ricos teucros que habitaban en Zelea, al pie del monte Ida, y bebían agua del caudaloso Esepo, eran gobernados por Pándaro, el ilustre hijo de Licaón, a quien Apolo en persona regaló un arco.

Los que poseían las ciudades de Adrastea, Apeso, Pitiea y el alto monte de Terea estaban a las órdenes de Adastro y Anfiso, el de la coraza de lino, hijos ambos de Merope Percosio, el cual dominaba las artes de la adivinación y por eso no quería que sus hijos fueran a una guerra en que habían de morir; pero ellos no le hicieron caso, arrastrados por el hado que los conducía hacia una oscura muerte.

Los que moraban en Percote, a orillas del Practio, y los que habitaban en Sesto, Abido y en la celestial Arisbe eran mandados por Asio Hirtácita, príncipe de hombres, a quien fogosos y corpulentos corceles condujeron desde Arisbe, en la ribera del río Seleente.

Hipotoo estaba al frente de las valerosas tribus de pelasgos que habitaban en la fértil Larisa. Compartía el mando con él Pileo, vástago de Ares, hijo del pelasgo Leto Teutaámida.

A los tracios, que moran a orillas del encrespado Helesponto, los regían Acamante y el héroe Piroo. Eufemo, hijo de Treceno Céada, discípulo de Zeus, era capitán de los belicosos cicones. Pircmes condujo a los peonios de combados arcos desde la lejana Amidón, en la ribera del anchuroso Axio, cuyas límpidas aguas se derramaban por la tierra.

A los paflagones, procedentes del país de los énetos, donde se crían las mulas salvajes, los mandaba Pilémenes, de corazón varonil; estos paflagones poseían la ciudad de Citoro, cultivaban campos de sésamo y vivían en casas suntuosas a orillas del Pertenio, en Comna, en Efíalo y en los altos montes Eritinos. Los halizones eran gobernados por Odio y Epístrofo, y procedían de lejos, del Alibe, donde hay yacimientos de plata. A los misios los regía Cromis y el augur Enomo, que no pudo librarse a pesar de su poder de adivinación de la negra muerte, pues sucumbió a manos del Eácida, el de los pies ligeros, en el río donde éste mató también a otros teucros.

Forcis y Ascanio, hermoso como un dios, acaudillaban a los frigios, que habían llegado de la remota Ascania y ansiaban entrar en batalla. A los meonios los acaudillaba Mestles y Antifo, hijos ambos de Talámenes, a quienes dio a luz la laguna Gigea. Éstos eran los jefes de los meonios nacidos al pie del Tmolo.

Nastes estaba al frente de los carios, de bárbaro lenguaje. Los que habitaban en la ciudad de Mileto, en el fondoo Ptiro, en las orillas del Meandro y en las altas cumbres del Micale, tenían por caudillos a Nastes y a Anfímaco, hijos excelsos de Nomión; el insensato de Anfímaco iba al combate cubierto de oro como una doncella. No por ello se libró de la negra muerte, pues sucumbió a manos del Eácida, del aguerrido Aquiles, el de los pies ligeros, quien se apoderó de todo el oro. Sarpedón y el eximio Glauco mandaban a los que procedían de la remota Licia, en la ribera del caudaloso Janto.
 
Cumplir la palabra dada. Nada más extraordinario. Juramento y combate entre Menelao y Paris en una de las propuestas estériles para dar fin a una guerra de desgaste que se extiende por una década. Que el esposo legítimo y el raptor luchen cuerpo a cuerpo sin apoyo de sus tropas para decidir quien se queda con Helena. ¿Devolver los bienes robados en el palacio de Menelao en Esparta? Tal vez, pero jamás a la cautiva.

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Canto III

Cuando los ejércitos se hallaron cerca el uno del otro, Paris, hermosos como un dios, con una piel de leopardo sobre los hombros, pertrechado de arco y espada y blandiendo dos lanzas, de broncínea punta, se destacó de las huestes troyanas y desafió a los más valientes de los griegos a mantener con él feroz combate, con gesto altivo y voz amenazadora. Pero Menelao, amado de Ares, al verle acercarse con arrogante ademán al frente de sus tropas, se llenó de alegría y, creyendo que podría castigar su perfidia, saltó con presteza de su carro sin abandonar las armas, como el león ahambriento que encuentra una presa, un ciervo de gallarda cornamenta o una cabra montés a la que logra devorar sin miedo a los perros temerosos que le persiguen ni a los más curtidos cazadores. No bien le había divisado Paris, lejos ya de sus soldados, presa de espanto incontenible, corrió a esconderse en las filas troyanas para librarse de la muerte. Desapareció entre las filas de los altivos troyanos el hermoso Paris, temblando y con la palidez desparramada sobre sus mejillas, como el que descubre un dragón en la espesura del monte, retrocediendo, temeroso el hijo de Atreo.

Héctor, al verle huir, le afeó la acción con palabras implacables:

- ¡Cobarde Paris! ¡Miserable! Tu gallardía y tu hermosura no valen más que cuando las mujeres están delante. Fementido seductor, lujurioso, mujeriego, ¡ojalá no hubieses nacido o te hubieras muerto antes de tu funesto matrimonio! ¡Qué dicha hubiera sido para mí, y aun para ti, que no fueses ahora la vergüenza y el escarnio de los tuyos! Mira a los griegos, que se ríen al ver que en tu arrogante porte no existen ni fuerza ni valor. ¿Cómo es posible que hayas granjeado buenos amigos atravesando mares, relacionándote con extranjeros, para traernos de remotas tierras una hermosa mujer, esposa y cuñada de dos hombres valerosos? Gran calamidad para tu padre, para la ciudad y para el pueblo, grande alegría para nuestros enemigos y gran oprobio y miseria para ti. ¡Cobarde! ¿Por qué no te enfrentas con Menelao? Sabráis ahora quién es el hombre de cuya mujer te apoderaste, y no te valdrían de nada la lira, los dones de Afrodita, tus cabellos rizados, el color de tu cara, ni tu fresca hermosura cuando te arrastres por el polvo. Hace falta, ¡por Zeus!, que sean muy cobardes los troyanos para que no estés ya recubierto con una capa de piedras después de las desgracias que les has acarreado.

Se observa nuevamente como la moral manifiesta en casi toda la obra es de tipo agonal, previa al advenimiento de una conciencia moral donde el individuo se separa del juicio social de la comunidad para ponerse reglas y padecer remordimientos por sus faltas. Paris va a envalentonarse por el miedo y la vergüenza por cómo los troyanos y sus aliados han visto que huía tras divisar a Menelao. En los reproches de Héctor hacia su hermano, se puede inferir que la práctica de la lapidación o el apedreamiento de un condenado es anterior al siglo XIII a.C., tal vez al segundo milenio antes de nuestra Era.

- Héctor, confieso que son justos tus reproches; pero haces mal juzgándome por ti mismo. Bien sé que los merezco. Tu coraje y tu corazón se asemejan, por su rigor y su grandeza, al hacha, que agranda las fuerzas del que la usa al abrir el tronco del aárbol de donde van a salir las deras para la nave. Te repito que ningún guerrero podría compararse contigo; tan intrépido es el ardimiento que tu pecho abriga... Pero no me reproches los favores de la diosa Afrodita, porque ni los dones de los inmortales pueden desdeñarlos con justicia los hombres, ni de los hombres depende el poseerlos. Y si quieres que me arroje al combate, aparta a los griegos y a los troyanos y déjanos en medio a Menelao, amado de Ares, y a mí, para que luchemos por la posesión de Helena y la de sus riquezas. El que venza, quédese con la mujer y su tesoro, y después, cuando hayáis jurado la paz y la amistad, continuad vosotros en la fértil Troya y que se vayan ellos a la Argólida, abundante en caballos, y a la Acaya, pródiga en hermosas mujeres.
 
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Héctor habló:

- ¡Troyanos, y vosotros, valerosos aqueos, oíd lo que quiero proponer a todos de parte de Paris, único artífice de esta guerra! Propone que teucros y aqueos abandonemos las armas en la pródiga tierra y que él y Menelao, amado de Ares, peleen delante de vosotros por Helena y por sus riquezas, y el que venza por su esfuerzo se llevará a la mujer y sus bienes, en tanto que los demás nos juramos paz y amistad.

Un silencio sobrecogedor siguió a las palabras de Héctor, que el valiente Menelao rompió, gritando:

- Oídme ahora a mí también, ya que mi corazón está inundado de dolor y de pena por los males que todos padecemos! Me parece que ha llegado el momento de librar a griegos y troyanos de esta funesta guerra, que tanta sangre les ha coestado ya y que empecé yo para vengar la ignominiosa afrenta que me infligió Paris, verdadero responsable de todas las calamidades que nos acosan. Que perezca quien de nosotros sea condenado a perecer por el destino, pero que los ejércitos se alejen y vuelva cada uno a su tierra. Troyanos, traed un cordero blanco y una cordera negra para sacrificarlos a la Tierra y al Sol, que nosotros acudiremos con otro para Zeus. Que venga el mismo Príamo a sancionar los juramentos para que nadie se atreva a violar los acuerdos de que va a ser Zeus testigo, porque sois soberbios y traidores muchos de vosotros. Suele ser voluble el corazón de los jóvenes, mientras que un viejo como Príamo, cuando decide alguna cosa, tiene en cuenta siempre no sólo el pasado, sino el porvenir, para que sea lo más provechoso para ambas aprtes lo que hayan jurado guardar.

La esperanza de acabar con tan desastrosa contienda llenó de alegría a aqueos y troyanos.

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Soy orgulloso poseedor de una edición de la Ilíada de la editorial Gredos. Una joya que guardo como oro en paño.
 
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