stavroguin 11
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- 14 Oct 2010
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Cuando hace unos años el cantante de los Mojinos Escozíos publicó un libro, en la presentación pronunció una frase antológica: " Es imposible que me acusen de plagio, porque en mi vida he leído un libro". Haciendo una paráfrasis bastante libre, diré del mismo modo que puedo hablar de la popularidad con fundamento, porque jamás la he tenido.
Tal vez con una pequeña excepción, en mis últimos años de Médico Residente, mi fama de follarín borrachuzas que con un par de copas disparaba a todo lo que se movía me dio cierto empaque entre las féminas que trabajaban conmigo, y desde luego supe rentabilizarlo. Pero bueno, no me podía comparar con los chuletas y guaperillas de turno, desde luego. Aun hoy en día, algunas enfermeras veteranas me guardan cierta complicidad cuando pongo en su sitio a una yolovalguista cualquiera, pero, en fin, ser popular es otra cosa...
Si de niño prefieres la introspección lectora a la patada futbolera ya empiezas con mal pie. Si de adolescente no tienes soltura con las féminas, el alcohol y las drogas, lo mismo. Si de universitario no eres urbanícola, guapo, con ropa de marca megachupiguay equivales a un fiambre (de los de Silver Kane). Si en la mili no te sumas a la humillación ritual de los remplazos más recientes y a la garrulería cuartelera como mínimo eres rarito. Si de trabajador en un ambiente de predominio femenino no les aguantas las neuras y la verborrea con su insufrible tono de voz vas a ser un Don Nadie.
Con los años nuestro ego se apacigua, la inteligencia se afina y la perspectiva se aclara. Eres capaz e juzgar fríamente, sin rencores, las consecuencias que la falta de popularidad ha tenido en tu vida, los pros y los contras, el haber y el debe. Si, como decía Ortega, somos nuestra circunstancia, la falta de popularidad es una parte muy importante de ella.
Como factores coadyuvantes atribuíbles a mi modesta persona, reconozco mi incompetencia como conversador en temas banales de "hombre masa": fútbol, coches, hipotecas; mi tendencia a huir de grupos grandes, la ingenuidad y falta de malicia de mis primeros años, aficiones bastante minoritarias, y unos rasgos faciales no sólo lejos del estándar de muchas mujeres, sino que, a decir de mucha gente, francamente antipáticos y hostiles. Muchas personas que ahora aprecio se quedaron sorprendidas al empezar a tratar conmigo y ver que no mordía, como pensaron al principio.
No todas las consecuencias son desagradables: cuando al fin comprendes que ese grupo de almas gemelas que anhelas no está en ninguna parte, y que además no vas a recorrer el mundo buscando amigos, desarrollas una misantropía constructiva: al recordar los miles de libros, películas y viajes que has paladeado en solitario, te preguntas que recuerdos puede atesorar una persona sociable cualquiera de las miles de horas de chismorreos y charlas banales que conforman el núcleo de la vida social de este país. Te sientes orgulloso de guisártelo y comértelo, de haberte construido a ti mismo a base de seleccionar los "inputs" que han conformado tus opiniones, en vez de repetir los sacrosantos lugares comunes de masa borrega. De superar solo montañas de obstáculos. De haberte ahorrado horas en compañía de un montón de cretinos, envidiosos, mediocres, truños. De haber descubiero que la amistad se paladea mejor en grupos muy pequeños, y que se pueden descubrir gemas en el muladar.
Pero, ¡ay!, como decía el Estagirita, el hombre es un animal social y también sexual. Para lo segundo están las putas y las fuckmates. Para lo primero, aun no se ha encontrado paliativo para las larguísimas horas solitarias, aunque sean constructivas.
Mi caballo de batalla han sido los fines de semana: sobre todo las tardes-noches de los viernes y los domingos eternos. Esos viernes que pueden empezar muy bien hasta el mediodía, pero a medida que se alargan las sombras y aumenta la animación de las calles, ese prólogo de la fiesta que viene, una negra sombra se te va clavando en el alma: tal vez vez una mujer que te atrae camino de una cena romántica, un grupo de compañeras camino de una fiesta, un coro de risas del que no formas parte... sabes que en el fondo nada de eso vale mucho la pena, pero te sientes excluido y triste. Muy triste. Porque vas a pasar la noche del viernes solo. De los domingos sólo repetiré una opinion de un afamado escritor: es imposible ser feliz un domingo por la tarde. E imposible no ser infeliz si no tienes a nadie.
Pues esa es la principal secuela vital de la falta de popularidad: la melancolía frustrante, incurable, crónica e irrecuperable que te dejará en el alma esa cordillera monstruosa y abultada de fines de semana solitarios.
Tal vez con una pequeña excepción, en mis últimos años de Médico Residente, mi fama de follarín borrachuzas que con un par de copas disparaba a todo lo que se movía me dio cierto empaque entre las féminas que trabajaban conmigo, y desde luego supe rentabilizarlo. Pero bueno, no me podía comparar con los chuletas y guaperillas de turno, desde luego. Aun hoy en día, algunas enfermeras veteranas me guardan cierta complicidad cuando pongo en su sitio a una yolovalguista cualquiera, pero, en fin, ser popular es otra cosa...
Si de niño prefieres la introspección lectora a la patada futbolera ya empiezas con mal pie. Si de adolescente no tienes soltura con las féminas, el alcohol y las drogas, lo mismo. Si de universitario no eres urbanícola, guapo, con ropa de marca megachupiguay equivales a un fiambre (de los de Silver Kane). Si en la mili no te sumas a la humillación ritual de los remplazos más recientes y a la garrulería cuartelera como mínimo eres rarito. Si de trabajador en un ambiente de predominio femenino no les aguantas las neuras y la verborrea con su insufrible tono de voz vas a ser un Don Nadie.
Con los años nuestro ego se apacigua, la inteligencia se afina y la perspectiva se aclara. Eres capaz e juzgar fríamente, sin rencores, las consecuencias que la falta de popularidad ha tenido en tu vida, los pros y los contras, el haber y el debe. Si, como decía Ortega, somos nuestra circunstancia, la falta de popularidad es una parte muy importante de ella.
Como factores coadyuvantes atribuíbles a mi modesta persona, reconozco mi incompetencia como conversador en temas banales de "hombre masa": fútbol, coches, hipotecas; mi tendencia a huir de grupos grandes, la ingenuidad y falta de malicia de mis primeros años, aficiones bastante minoritarias, y unos rasgos faciales no sólo lejos del estándar de muchas mujeres, sino que, a decir de mucha gente, francamente antipáticos y hostiles. Muchas personas que ahora aprecio se quedaron sorprendidas al empezar a tratar conmigo y ver que no mordía, como pensaron al principio.
No todas las consecuencias son desagradables: cuando al fin comprendes que ese grupo de almas gemelas que anhelas no está en ninguna parte, y que además no vas a recorrer el mundo buscando amigos, desarrollas una misantropía constructiva: al recordar los miles de libros, películas y viajes que has paladeado en solitario, te preguntas que recuerdos puede atesorar una persona sociable cualquiera de las miles de horas de chismorreos y charlas banales que conforman el núcleo de la vida social de este país. Te sientes orgulloso de guisártelo y comértelo, de haberte construido a ti mismo a base de seleccionar los "inputs" que han conformado tus opiniones, en vez de repetir los sacrosantos lugares comunes de masa borrega. De superar solo montañas de obstáculos. De haberte ahorrado horas en compañía de un montón de cretinos, envidiosos, mediocres, truños. De haber descubiero que la amistad se paladea mejor en grupos muy pequeños, y que se pueden descubrir gemas en el muladar.
Pero, ¡ay!, como decía el Estagirita, el hombre es un animal social y también sexual. Para lo segundo están las putas y las fuckmates. Para lo primero, aun no se ha encontrado paliativo para las larguísimas horas solitarias, aunque sean constructivas.
Mi caballo de batalla han sido los fines de semana: sobre todo las tardes-noches de los viernes y los domingos eternos. Esos viernes que pueden empezar muy bien hasta el mediodía, pero a medida que se alargan las sombras y aumenta la animación de las calles, ese prólogo de la fiesta que viene, una negra sombra se te va clavando en el alma: tal vez vez una mujer que te atrae camino de una cena romántica, un grupo de compañeras camino de una fiesta, un coro de risas del que no formas parte... sabes que en el fondo nada de eso vale mucho la pena, pero te sientes excluido y triste. Muy triste. Porque vas a pasar la noche del viernes solo. De los domingos sólo repetiré una opinion de un afamado escritor: es imposible ser feliz un domingo por la tarde. E imposible no ser infeliz si no tienes a nadie.
Pues esa es la principal secuela vital de la falta de popularidad: la melancolía frustrante, incurable, crónica e irrecuperable que te dejará en el alma esa cordillera monstruosa y abultada de fines de semana solitarios.