Mi primera vez fue con una puta y no con una prostituta. Tenía yo nueve años y mis padres me llevaron a la miserable aldea hurdiana de la abuela porque el abuelo acababa de morir a sus cuarenta y cinco años, curiosa y causalmente atropellado por un caminonero putero mientras salían ambos de Los Gorriones, que era el cochambroso puticlub rural más cercano a la aldea de mis ancestros.
Estuve dos semanas por allí recibiendo pésames y besitos de gente agreste, y uno de aquellos últimos días mi padre me llevó a una casa de esas antiquísimas que parecen contar únicamente con sillas de esparto y chorizos colgantes. Allí vivían dos hermanas gemelas o mellizas que hacían invocaciones a los santos para asegurar o salvaguardar la vida en el más allá de los pescadores, entre ellos por supuesto los puteros, y mientras mi padre pasó a un habitáculo oculto por una cortina roida la otra gemela me peinó el pelito rubicundo, me bajó los pantalones, me palpó los minúsculos testículos, me agarró el pene, se lo metió en la boca y luego me llevó a una cama de paja en una habitación oscura alumbraba con una vela sin lámpara y me hizo penetrarla por su enorme y velluda vagina de mujer octogenaria.