'Los ingleses quieren a sus perros más que a sus hijos'
ANÁLISIS.- "Niños prohibidos" puede leerse en las puertas de entrada a algunos pubs y restaurantes de Londres. En Gran Bretaña, la relación entre los adultos y los menores es cada vez más tensa.
"Los ingleses quieren a sus perros más que a sus hijos", opina uno de cada tres habitantes de la isla, según una encuesta reciente. Son tiempos duros para los pequeños y muchas veces también para sus padres.
Ejemplos de esta falta de aceptación de los niños o de las familias se encuentran por todas partes en la vida cotidiana en Gran Bretaña.
En los autobuses rojos de dos pisos que circulan por las calles de Londres apenas hay sitio para los coches de los bebés. Si el único lugar ya está ocupado, el controlador dirá: "Lo siento, debe quedarse fuera".
En muchas piscinas hay días o al menos ciertos horarios en los que no pueden entrar niños. Si por equivocación aparece alguno, con toda seguridad lo instarán a salir del agua inmediatamente.
El príncipe Felipe, esposo de la reina Isabel II, dijo una vez que el peor día del año para todos los padres es el del comienzo de las vacaciones, cuando los niños regresan del internado. Y el mejor, por supuesto, cuando vuelven a irse. Y eso que sus altezas reales apenas veían a sus hijos cuando eran pequeños.
En un libro escrito por el británico Antony Miall, no del todo en serio, se señala: "Una infancia inglesa es algo que debería dejarse atrás lo más rápido posible".
En esta situación, juegan un papel importante los uniformes y las corbatas obligatorias ya desde el jardín de infantes.
Muchos recuerdan el caso del director de una escuela en Cheddar, en el sudoeste del país, que encerraba a los niños en un aula aislados si no vestían como lo establecían las reglas.
O el de la directora de Londres que excluyó a un niño de seis años de clase porque en vez de llevar un pantalón de lana gris llevaba uno de algodón del mismo color. La maestra sabía que la lana le generaba al niño dolorosos eczemas.
De acuerdo con una encuesta, un 60 por ciento de todos los padres británicos cree que Gran Bretaña tiene una actitud hostil hacia los niños.
Esto se relaciona en parte con los precios. Una visita a "Legoland" en el condado de Berkshire le cuesta a una familia de cuatro miembros unos cien euros (unos 120 dólares).
Por no hablar de un jardín de infantes privado, por el que se pueden pagar hasta mil euros (unos 1.200 dólares) por mes. En los estatales suelen faltar lugares.
La serie de ejemplos de hostilidad hacia los niños es infinita: desde la urbanización con 115 carteles de "prohibido jugar a la pelota" hasta la encuesta según la cual más de la mitad de los habitantes de la isla no quieren renunciar al derecho a pegar a sus propios hijos.
Para los verdaderos enemigos de los niños incluso existe la posibilidad de vivir en pueblos sin niños. Según la prensa, en los últimos años fueron surgiendo cada vez más en Gran Bretaña.
ANÁLISIS.- "Niños prohibidos" puede leerse en las puertas de entrada a algunos pubs y restaurantes de Londres. En Gran Bretaña, la relación entre los adultos y los menores es cada vez más tensa.
"Los ingleses quieren a sus perros más que a sus hijos", opina uno de cada tres habitantes de la isla, según una encuesta reciente. Son tiempos duros para los pequeños y muchas veces también para sus padres.
Ejemplos de esta falta de aceptación de los niños o de las familias se encuentran por todas partes en la vida cotidiana en Gran Bretaña.
En los autobuses rojos de dos pisos que circulan por las calles de Londres apenas hay sitio para los coches de los bebés. Si el único lugar ya está ocupado, el controlador dirá: "Lo siento, debe quedarse fuera".
En muchas piscinas hay días o al menos ciertos horarios en los que no pueden entrar niños. Si por equivocación aparece alguno, con toda seguridad lo instarán a salir del agua inmediatamente.
El príncipe Felipe, esposo de la reina Isabel II, dijo una vez que el peor día del año para todos los padres es el del comienzo de las vacaciones, cuando los niños regresan del internado. Y el mejor, por supuesto, cuando vuelven a irse. Y eso que sus altezas reales apenas veían a sus hijos cuando eran pequeños.
En un libro escrito por el británico Antony Miall, no del todo en serio, se señala: "Una infancia inglesa es algo que debería dejarse atrás lo más rápido posible".
En esta situación, juegan un papel importante los uniformes y las corbatas obligatorias ya desde el jardín de infantes.
Muchos recuerdan el caso del director de una escuela en Cheddar, en el sudoeste del país, que encerraba a los niños en un aula aislados si no vestían como lo establecían las reglas.
O el de la directora de Londres que excluyó a un niño de seis años de clase porque en vez de llevar un pantalón de lana gris llevaba uno de algodón del mismo color. La maestra sabía que la lana le generaba al niño dolorosos eczemas.
De acuerdo con una encuesta, un 60 por ciento de todos los padres británicos cree que Gran Bretaña tiene una actitud hostil hacia los niños.
Esto se relaciona en parte con los precios. Una visita a "Legoland" en el condado de Berkshire le cuesta a una familia de cuatro miembros unos cien euros (unos 120 dólares).
Por no hablar de un jardín de infantes privado, por el que se pueden pagar hasta mil euros (unos 1.200 dólares) por mes. En los estatales suelen faltar lugares.
La serie de ejemplos de hostilidad hacia los niños es infinita: desde la urbanización con 115 carteles de "prohibido jugar a la pelota" hasta la encuesta según la cual más de la mitad de los habitantes de la isla no quieren renunciar al derecho a pegar a sus propios hijos.
Para los verdaderos enemigos de los niños incluso existe la posibilidad de vivir en pueblos sin niños. Según la prensa, en los últimos años fueron surgiendo cada vez más en Gran Bretaña.