La dantesca temporada protagonizada por el Farsalona está teniendo un broche excepcional con el drama de la extinción de contrato de Messi, santón mongoloide de la secta culerda. Sin duda, cuando el aficionado barcelonista se imaginaba cómo sería la despedida de su ídolo, visualizaba un Camp Nou lleno hasta los topes en el último partido de liga, con la gran estrella dirigiendo un emotivo discurso a la hinchada, provocando lágrimas en compañeros y afición, para acabar siendo manteado y sacado a hombros entre la mayor ovación de la historia del recinto blaugrana. La realidad está siendo… un poco más prosaica: no hay público, no hay homenaje, no hay despedida emotiva; sólo el jugador y el club enzarzados en una lucha a cara de perro por ver quién puede trincar más millones antes del último portazo.
Así pues, el único conflicto con el club sería por la fecha límite marcada en el contrato para que Messi comunicase su intención de irse; sin duda los Despachos culerdos se aferrarán a la literalidad del documento para no dejar salir gratis al jugador. Lo que hay en juego es la prima de fichaje que el City haya prometido a Messi, la cual puede ser auténticamente sideral.
En cualquier caso, la marcha parece casi segura: independientemente de lo que interprete la justicia ordinaria, por lo visto la FIFA (autoridad última de los traspasos) suele ponerse favor del jugador en este tipo de conflictos, quedando sólo por dirimir la indemnización a percibir por el club. Claro que si el jugador se fuera y luego la justicia ordinaria fallara que hay que pagar la cláusula completa, las cosas se pondrían… interesantes.
En fin, es una tormenta (de mierda) perfecta. Si cualquiera de las dos partes tuviera un 10% del barcelonismo del que presume, la cosa se habría resuelto en cuestión de horas: o bien el club lo dejaría ir, o el jugador querría dejar un dinero en las arcas blaugranas (como por ejemplo hizo Hazard con el Chelsea), pero la realidad es muy distinta: los directivos están en peligro real de perder patrimonio, por lo que cada euro cuenta, y los Messi Cuccittini hacen los que han hecho desde que el chico pisó Barcelona por primera vez: intentar embolsarse tantos millones como humanamente sea posible. Imagino que al final habrá un traspaso, si bien el Barcas tendrá que conformarse con mucho menos de los 200 y pico millones que está pidiendo. Sea como sea, el desgaste de imagen ante todo el planeta está siendo brutal, y lo que debía ser la despedida épica de una leyenda ha degenerado en un episodio chabacano y fecal, muy acorde con los auténticos y más arraigados valors culés.