Es una tontería, o quizá no tanto.
Estabamos en su cama, a punto de echarnos a dormir, con los típicos preámbulos ñoños (esta vez, algo distintos)
Yo: te quiero
Ella: pues yo a ti no
(y así, un largo rato)
Yo: pues como no me quieres, me voy.
Me fui al cuarto de al lado y me meti en la cama. A los dos minutos de reloj, apareció ella, mucho más cariñosa. Se agarró a mi brazo y me llamó tonto. Yo gané la partida esa noche.
La moraleja de esta historia es que tenía que haber usado esta técnica más a menudo. Que supiera que tengo un límite y podría perderme.