Hace años, estudiando en la biblioteca de la Universidad, una chica que siempre se me quedaba mirando cuando iba por el campus me entró y hablando, hablando nos hicimos amiguitos. Al poco tiempo la cosa fue a más y acabamos encamados. Ella vivía en un piso compartido con otra estudiante que cada fin de semana se iba para su casa en un pueblo de otra provincia.
Un día, en el bar de la facultad me comienza a hablar de cuentos de hadas y de que le gustaría vivir uno de ellos sintiéndose como la princesa que es raptada y retenida en una torre de la que posteriormente acaba siendo rescatada por su principe azul.
Esto se acabó traduciendo en que ella me proporcionó una copia de la llave de su casa para que yo entrara cuando quisiera del fin de semana. Como aquel que no quiere la cosa, cada Viernes a partir de las 16h, mientras estaba en clase, comenzaba a recibir SMS avisándome que a tal hora iba a ir a comprar X al sitio S y que tardaría tanto tiempo. La gracia estaba en que me colara en su casa con la copia de la llave y agazapado detrás de cualquier rincón de la casa, la sorprendiera (
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) abalanzándome sobre ella. Tras el correspondiente forcejeo, (según el día incluía golpes en la boca del estómago y sonoras bofetadas), la maniataba o esposaba y la amordazaba dejándola solo en braguitas. Recuerdo que por cuestiones de credibilidad era muy insistente en que la mordaza fuera efectiva e imposible de quitar. Las primeras veces seguía el ejemplo de las películas y usaba pañuelos o trocitos pequeños de cinta aislante pero acabé aprendiendo a través de mordiscos que lo más efectivo era meter ropa en la boca (casi siempre acababa usando braguitas sucias que ella o su compañera habían dejado en un cesto del lavadero) y dar varias vueltas a la cara con cinta de embalar.
Maniatada, amordazada y semi-desnuda (si era verano o hasta que ponía la estufa si ella no la había puesto antes) la cogía del pelo y obligaba a caminar hasta el sofá mientras trataba de darme patadas. La película cambiaba según el grado de cabreo del día.
Desde el típico "Dame el número PIN de tu tarjeta de crédito por las buenas o te torturaré y lo obtendré igualmente". Cuando me lo daba mediante gemidos le ataba los tobillos a las muñecas por la espalda, le vendaba los ojos y bajaba al cajero. Si me había mentido, maltrato al canto y vuelta a empezar. La de veces que el cajero automático se llegó a comer la dichosa tarjetita...
Bizarradas como por ejemplo algo del palo "Hija de Lucifer, el demonio te ha poseído y sólo podrá ser expulsado de tu cuerpo a través de lágrimas de sufrimiento". Aquí hasta que no acababa con los rojos totalmente enrojecidos con lágrimas no paraba. Los exorcismos eran creativos y dolorosos...:1
Pero no todo era pillar, también le gustaba mucho pasar la tarde viendo la TV atada de pies y manos (e igualmente amordazada) apoyada sobre mi mientras la cogía con el brazo, le metía mano en su indefensa entrepierna o la usaba de taburete para los pies.
El sexo era un poco extraño porque ni habían los típicos "Ohhh, síii" "Más fuerte", etc sinó "Mpffff", "Gmfffff", "Strrrffff", ni había interacción visual ni se podía mover de forma normal y parecía que me estuviera tirando a una ciegomuda, manca paraplégica pero la sensación de dominación compensaba sobradamente lo curioso de la situación.
Y eso fue en los primeros meses de relación, que luego la cosa se fue volviendo más perversa. Lástima que acabara la relación porque se empeñó en que nos empepitaramos en un zulo a precios ultraburbujeados y yo, que por aquel entonces me veía como un Inmortal (básicamente no tenía dónde caerme muerto) decidí acabar con aquello.
Me gustaría encontrar otra amante del BDSM igual de viciosa.